Pincho de tortilla y caña

¿Dónde está Pedro Sánchez?

La pregunta adecuada a la hora de denunciar el desgobierno catalán no es dónde está Torra, sino dónde está el Gobierno de España

Luis Herrero

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De las muchas declaraciones disparatadas que se han escuchado estos días de rabia durante la acción vandálica de los agitadores de la independencia, las que más me han sorprendido han sido las que pronunció el viernes Miquel Iceta, cuando las piras de fuego ya habían convertido la Via Layetana, por sexto día consecutivo, en un escenario de guerra urbana. El primer secretario del PSC, movido por un aparente arrebato de indignación cívica, clamó con voz de desamparo: «La sensación de desgobierno es evidente. ¿Dónde está el President?».

Ante la necesidad de encontrar un culpable a quien responsabilizar del desorden y el caos desatados en Cataluña desde que se hizo pública la sentencia del procés, los socialistas catalanes han elegido a Torra como chivo expiatorio. Si el presidente de la Generalitat hubiera estado en su sitio, se deduce de la pregunta falaz de Iceta, nada habría sucedido. Los agentes del orden hubieran puesto a buen recaudo a los camorristas violentos que han llevado el miedo, el ácido, las bolas de plomo, las barricadas y la desolación a las calles, y las protestas independentistas hubieran sido columnas pacíficas de manifestantes sonrientes e inofensivos.

¿Hace falta decir que el comité de coordinación de la situación en Cataluña no se reúne en el Palau de la plaza de Sant Jaume, sino en el palacio de la Moncloa, y que no lo preside Torra, sino el ministro del Interior y, eventualmente, el presidente del Gobierno? Quien tiene que estar en su sitio y acertar con la tecla adecuada para sofocar la revuelta no es Torra, sino Sánchez. ¿Por qué Iceta no le señala a él cuando denuncia la sensación de «desgobierno evidente» que se vive estos días en Barcelona? ¿De verdad cree que podrá desviar la atención y conseguir que las urnas castiguen al culpable equivocado?

Todos saben dónde está el President, señor Iceta. Donde nos dijo desde el principio que iba a estar: en el jaleo a los CDR, en el diseño de un nuevo referéndum, en el llamamiento a la desobediencia, en la aprobación de una constitución republicana. Lo dijo con toda claridad, sin ambages ni paños calientes, en el pleno del Parlament del jueves pasado. Torra está donde ya sabíamos que iba a estar. ¿Reprimiendo a los violentos? ¡No, hombre, no! ¡Pero si estuvo a punto de destituir el miércoles al consejero del Interior, Miquel Buch, por haber permitido que los Mossos de Escuadra cumplieran con el trabajo que les asigna la ley! Que Iceta se rasgue las vestiduras por la inacción de Torra es tan hipócrita como culpar al zorro de zamparse a las gallinas.

La pregunta adecuada a la hora de denunciar el desgobierno catalán no es dónde está Torra, sino dónde está el Gobierno de España. Y si tuviéramos que responder a esa pregunta por lo que sabemos hasta ahora, la respuesta no admite vuelta de hoja: está en Babia. En vísperas del día más negro de esta nueva semana trágica, Sánchez trató de tranquilizar a la opinión pública asegurando que «el tsunami desaparecerá en los próximos días» y que «la moderación es también otra forma de fortaleza». Horas después, el mismo día de autos por la mañana, Grande Marlaska había afirmado, más ancho que largo, que «se puede visitar Barcelona con toda normalidad». Como chiste de humor negro no estuvo mal. Por la tarde, cuando ya ardían los árboles de Vía Layetana y los contenedores urbanos se habían convertido en pebeteros de humo negro, advirtió en tono severo: «Vamos a aplicar el código penal con toda contundencia», como si hacerlo o no fuera una decisión caprichosa del Gobierno o si el grado de intimidación de la ley admitiera componendas espurias.

Por razones que desconozco, Sánchez ha querido mirarse en el espejo de Rajoy -que también entendía que la respuesta más proporcional al lío separatista es la inacción- y ha apostado por el tancredismo táctico, creyendo que ante el binomio seguridad-libertad, cuando arde Barcelona, sus electores seguirán priorizando la opción de la libertad. Pincho de tortilla y caña a que se equivoca.

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