Javier Chicote - ANÁLISIS

Caso Palau: La melodía de la corrupción era casi perfecta

Javier Chicote
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El caso Palau de la Música merece un lugar destacado en la historia de la corrupción de España en general y de Cataluña en particular. Ayer, Félix Millet, otrora idolatrado prohombre de la burguesía catalana y presidente de la Fundación Orfeó Català-Palau de la Música, le cantó al juez lo que los investigadores de la causa cimentaron en varios años de pesquisas: que el Palau de la Música cobraba las mordidas de las adjudicaciones de obras públicas y las desviaba a Convergència Democrática de Catalunya.

La verdad es que habían diseñado un sistema corrupto casi perfecto. Tan bueno era que la empresa pagadora, Ferrovial, ganó las licitaciones de la construcción de la Ciudad de la Justicia y de la Línea 9 del metro de Barcelona porque presentó la mejor oferta.

El juez Josep Maria Pijuan constató hace unos años que las obras estaban bien adjudicadas.

Los investigadores escrutaron los concursos públicos y eran perfectos. Se impuso quien más preparado estaba para acometer las obras. Tradicionalmente, en concursos amañados, se observan las manipulaciones de los pliegos, de las puntuaciones, para que gane quien ha puesto los sobornos, pero aquí no. Tampoco en el Palau estaban los maletines con dinero negro, sino que la mordida tenía una apariencia de perfecta legalidad. Desde Ferrovial aseguran que los actos del Palau que patrocinaron existieron, se celebraron. Y así fue. ¿Por qué decidieron patrocinar la institución cultural? «Porque queríamos abrir mercado en Cataluña, que nos conocieran», dicen desde la constructora. Chapeau.

Toda la maquinaria estaba perfectamente engrasada y los sobornos transitaban por el puente de plata del Palau, que ejercía de trinchera entre el contratista y el partido que controlaba la adjudicación de las obras. El cuatro por ciento del contrato se entregaba al Palau, y los dueños del peaje de ese puente (los peajes, tan catalanes...), Millet y Montull, se quedaban un 1,5 por sus servicios y entregaban el resto a la fundación del partido, la Ramón Trias Fargas (hoy CatDem), un segundo intermediario que alejaba un poco más al constructor del político.

La verdad es que, si te paras a analizar el caso, reparas en un hecho nada baladí: estas licitaciones se produjeron justo en la recta final de la presidencia de Jordi Pujol. ¡Eureka! Llevaban tanto tiempo robando que habían sofisticado el 3% hasta límites muy complejos. Era ideal, pensaban. Pero no hay crimen perfecto. Millet y Montull anotaron los pagos y la ruta que los millones debían seguir hasta las arcas de CDC, y esas libretas fueron intervenidas. Por muy bien adjudicada que estuviera la obra, había delito. Por la parte política, me dicen que Daniel Osácar, el entonces tesorero de CDC, se va comer lo que le caiga. No va a delatar a los jefes políticos «porque es un patriota».

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