El ministro Cristobal Montoro
El ministro Cristobal Montoro - efe
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El Gobierno está cansado

La corrupción ha sido uno de los factores que más han desgastado esta legislatura

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El Gobierno se va de vacaciones en cuanto presente el martes en el Congreso los Presupuestos, tan cansado como corresponde a quien ha vivido un año intenso, aunque en su caso hay algo más: al cansancio, notable desde el presidente al último de sus ministros, se une el desencanto de constatar que lo que ellos consideran un éxito en su gestión no recibe el aplauso de la calle. Los datos económicos desgranados el viernes por Mariano Rajoy son espectaculares, pero no se están traduciendo en intención de voto. Y, para colmo, cuando la gente se estaba olvidando ya de Bárcenas, la Púnica se ha convertido en el culebrón de este verano.

El presidente no reconoce su cansancio, pero quienes han conversado con él recientemente dicen habérselo notado en cuanto comienza a hablar.

Lo suyo no es un desgaste físico, se mantiene en buena forma con una dosis diaria de ejercicio, sino mental. Apenas ha tenido un fin de semana libre desde comienzos de año, se tomó la campaña de las municipales como si él fuera un candidato a alcalde y la agenda que le espera en un otoño con doble cita electoral es para causar agotamiento solo con mirarla.

Sus ministros sí comentan que se sienten muy cansados. Luis de Guindos ya anunció hace tiempo queaunque Rajoy vuelva a ganar no quiere repetir; Cristóbal Montoro no se cansa de comentar que se da por satisfecho después elaborar nueve Presupuestos como ministro de Hacienda. Los más veteranos se sienten como ellos. Solo a los nuevos –Alfonso Alonso, Rafael Catalá, Iñigo Méndez de Vigo– se les nota con la frescura de quien aún tiene ganas de presentar nuevos proyectos y pelear por ellos.

«Al Gobierno se le nota el desgaste», afirma un alto cargo del PP. Un desgaste de materiales causado en buena medida por el afán de Rajoy de querer apurar la legislatura con los mismos hombres y mujeres de su confianza con los que comenzó. Los únicos cambios que ha realizado los hizo forzado por las dimisiones de Miguel Arias, Alberto Ruiz-Gallardón, Ana Mato y José Ignacio Wert, cada uno por su motivo particular. Hace dos meses cerró en falso una crisis de Gobierno que él mismo había anunciado para afrontar con más brío el final de su primer mandato, a pesar de ser consciente de que varios de sus ministros le crean más problemas que los que le resuelven.

La decepción de los miembros del Gobierno es aún más patente que su cansancio. Primero se creyeron su propia versión oficial de que, una vez que los españoles vieran que había luz al final del túnel de la crisis, sus votantes volverían a confiar en ellos. De esa forma justificaron sus malos resultados en las elecciones europeas del año pasado. Luego, se contaron a sí mismos que si seguían sin votarles muchos de los suyos, como se comprobó el 24 de mayo de este año, era porque la recuperación aún no había llegado a sentirse en la calle.

Ahora los aeropuertos y las playas están llenos de gente que hace años que no se podía permitir unas vacaciones, pero nada más lejos de quien llega a la orilla del mar agradecer a Rajoy su primer chapuzón de la temporada. Las encuestas siguen empeñadas en colocar al PP muy por debajo de la remontada que necesita para tener la seguridad que podrá gobernar el año que viene.

Para colmo, la corrupción que no cesa de conocerse. El Gobierno sabe que el juez Velasco va a ir soltando el sumario del caso Púnica gota a gota a lo largo de todo el verano; esta semana se espera que se hagan públicas las conversaciones grabadas a sus protagonistas. Y Bárcenas amenaza con publicar más sms que guarda en la recámara para fastidiar a su expartido en cuanto entre de lleno en campaña. Flaco consuelo para quienes aún confían en que el crecimiento económico, la bajada del paro y el miedo a la izquierda radical avalen la permanencia de Rajoy en La Moncloa.

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