Fosa de El Madroño (Sevilla)
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Todos antifranquistas

ABC avanza extractos de un capítulo de «Días de Ira», una reflexión urgente de Hermann Tertsch sobre la política en España y Europa. Es la visión de un momento histórico en el que hechos imprevisibles producirán cambios profundos con grave incidencia en las vidas de todos nosotros

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La gran mentira antifranquista tuvo efectos añadidos de inmensa gravedad, de cuyo alcance comenzamos a ser conscientes muy tarde. Con la mentira sustentada en el desconocimiento vigilado y cultivado, grandes sectores de la sociedad identifican con la simpleza y puerilidad de las sociedades actuales al franquismo como el mal absoluto y la República y el antifranquismo como el bien impoluto.

Por ello todas las virtudes que habían sido protegidas o ensalzadas durante el franquismo pasaron a ser despreciables o sospechosas. Muchas de ellas eran las virtudes tradicionales, honradas y fomentadas en todos los estados europeos. Así la propia unidad de España y su símbolo, la bandera nacional, el sentimiento religioso, el patriotismo, el deber, el sacrificio, la lealtad o la autoridad, incluso la cortesía, pasaron a formar parte de vergonzosas rémoras franquistas al progreso.

Que debían ser combatidas. Y progresista -¡cuán prostituida palabra!- era todo lo contrario a las virtudes enumeradas. La derecha no combatió este acoso a los valores tradicionales.

Por lo mismo que no ha hecho tantas otras cosas que se exigía de las fuerzas conservadoras y liberales. Por miedo a ser tachadas de franquistas o fascistas. Así, aunque en la vida privada mantuviera otro lenguaje, la derecha acató muy pronto esa narrativa de la izquierda. Décadas sin enmienda en una educación entregada irresponsablemente a la izquierda y a los nacionalismos periféricos han hecho el resto. Con el triunfo generalizado del nacionalismo antiespañol, el localismo, el desmantelamiento de la cultura clásica y tradicional y la imposición de una subcultura del igualitarismo y el resentimiento social, que actúa como un mecanismo de bloqueo a toda excelencia y esfuerzo. Ya se han juntado todos los factores necesarios para una ofensiva de quienes pretenden ganar una guerra que perdieron sus correligionarios hace ochenta años y lograr el desembarco en Europa de un nuevo proyecto totalitario, que se ha hecho fuerte en Latinoamérica pese a sus catastróficos resultados.

España, con las debilidades que han aflorado en la pasada década en sus estructuras democráticas y en su sociedad, es un campo de experimentación que reúne para ellos todas las condiciones. Hay ciertos gremios, periodistas, jueces, farándula de la secta tradicional socialista, que ya se han integrado en dos grupos. Unos son de Podemos porque sí y otros son de Podemos por si acaso. Una vez más, cuando más se necesitan personas que levanten la voz y hagan frente a la mentira y la intimidación, la inmensa mayoría prefiere que todo le coja de perfil.

La terrible trampa para las nuevas generaciones que ha sido la educación pública no ha creado individuos independientes ni valientes.

La mentira del antifranquismo, es evidente, ha sido la operación político-cultural más eficaz y brillante de la izquierda española. Ha paralizado durante décadas, atenazado en sus complejos, a toda la sociedad que no forma parte de esa izquierda trágicamente identificada de nuevo con el frente popular de la Guerra Civil.

Además, la creciente indiferencia del español hacia todo lo que no le afecte de forma directa nos va acercando de nuevo al aislamiento de los pueblos primitivos. Debería producir consternación esta evidencia de que gran parte de la sociedad española parece intelectualmente incapaz de entender situaciones externas que la ponen en peligro. Una mayoría parece convencida de que un peligro nacional puede y debe solventarse por sí mismo. En todo caso sin que nadie deba asumir una responsabilidad y mucho menos un riesgo. Lo que convierte a España poco menos que en un inmenso rebaño de ovejas que, ante cualquier agresión, reaccionaría con pánico y en una huida desorganizada.

De la oveja indolente a la oveja aterrada. La capacidad de una autodefensa nacional organizada sería nula y, en teoría al menos, nos podrían invadir, ocupar y tiranizar a toda la nación con fuerzas muy escasas. Ahí está el problema. En que el peligro es real y nadie quiere darse por enterado. No existe la percepción del peligro, ni siquiera la noción del peligro mismo. El dato más tenebroso está en que solo un 16 por ciento de los españoles se declara dispuesto a sumarse a luchar en defensa de la patria de ser esta atacada.

No hay ningún país de cultura occidental en libertad donde tan libremente la gente en general reconozca sin ningún pudor que no dice lo que piensa. Quienes asumen sin resistencia, queja ni réplica las mentiras, son cómplices de las mismas y corresponsables del daño que aquellas produzcan. El daño que ha producido no decir la verdad en España es bastante evidente en todos los campos de la actividad humana. Ahí están hechos añicos los prestigios y las reputaciones y famas de personas otrora admiradas, y de instituciones antaño intocables.

Ahí están quienes ante las fantasías y ocultaciones de los nuevos bárbaros de Podemos responden que las prefieren a las mentiras de siempre del «sistema» y de la «casta». De ahí que estemos de nuevo en una situación histórica en la que la necesidad, la urgencia, por defender la democracia podría forzarnos a la virtud de comenzar a desmantelar las mentiras del pasado. Para inocular veracidad y autenticidad al nuevo discurso político.

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