El exministro, durante la entrevista
El exministro, durante la entrevista - á. navarrete
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Enrique Barón: «Nunca fui un felipista enloquecido, aunque a Felipe siempre le he apoyado y defendido»

Formó parte del mítico Gobierno del cambio de Felipe González hasta que exigieron su cabeza en la primera crisis del Ejecutivo. Fue cuando miró a Europa y en tres años logró ser presidente del Parlamento Europeo

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A Enrique Barón le gusta mirar a la lejanía cuando rememora unos años que vivió intensamente como abogado laboralista y ejerciendo el periodismo de combate, sus discrepancias con Felipe González hasta que negoció la integración de su formación en las siglas socialistas, su muerte anunciada como ministro de Transporte por sus enfrentamientos con Miguel Boyer y, ante todo, su amada Europa, a la que ha dedicado 23 de sus 70 años de vida.

El Barón Rojo, como le llamaron en el Parlamento Europeo, volvería a empezar, paladeando cada segundo, como cada palabra, con una fuerza y energía que le permiten una visión crítica de la crisis actual. Políglota, viajero incansable, actualmente preside el patronato de la Fundación Yehudi Menuhin y de la Fundación Europea para la Sociedad del Conocimiento.

Su filosofía: «veníamos a servir al país, no a servirnos de él».

-Pasó noches en calabozos por pertenecer a un sindicato del que la policía no tenía datos.

-Estuve en la Puerta del Sol en la Dirección General de Seguridad. Era víspera de Navidad y estaba aislado, recuerdo el sonido lejano del paso de la gente, las conversaciones amortiguadas, los villancicos y, sobre todo, una canción de Charles Aznavour, «Que c´est triste Venise». No es que fuera reconfortante, pero no era el aislamiento total, aunque no se puede comparar con lo que pasó mucha gente. No es ni un arañazo.

-Felipe González le defendió ante el Tribunal de Orden Público por un artículo que publicó en «Cambio 16».

-Nos conocimos dentro de los ambientes vivos de la conspiración, cuando empezábamos a tratar de conseguir la renovación y la unidad socialista. No sólo congeniamos, sino que llevaba las causas en el Supremo del despacho de Felipe González. Tuvimos una relación intensa y de debate. Yo pertenecía a los que decían que el PSOE era uno de los que tenían una gran historia. La tesis de Felipe y su equipo, lo que se llamó el Pacto del Betis, era que había que traer al PSOE, cuya dirección estaba en Toulouse, al interior y ganar esa batalla.

-El espíritu del consenso que transmite la foto de la firma de los Pactos en Moncloa con los líderes de todos los grupos parlamentarios, ¿se podría repetir ahora?

-Hay una cierta interpretación de la Transición que parece que nos pusimos de acuerdo en una tarde en plan compadre. Había mucha tensión y una situación compleja, con cuentas pendientes que había que resolver. Nunca pensé que la Constitución era las tablas de la ley escritas en mármol. Ese adanismo, a reescribir la historia desde el comienzo del libro del Génesis, diciendo que la Constitución del 78 es un candado. ¡Pero si rompimos las cadenas! Hay mucha osadía. Montando un comando y diciendo que quieres ir al cielo, pero no tocar el suelo, y no vas a las municipales porque hay que hablar del alcantarillado y la basura… Tampoco me gusta que todo se haga a golpe de decreto. Tenemos un Gobierno de coalición de altos funcionarios: abogados del Estado y registradores de la propiedad. Hemos hecho cosas todos juntos y tenemos que defenderlas, una de ellas, la Constitución, que nos ha dado el mayor periodo de paz y prosperidad en dos siglos.

-Pedro Sánchez reniega ahora de la modificación del artículo 135 de la Constitución que Zapatero pactó con el Partido Popular, ¿es un error?

-El problema no es el artículo 135, porque está superado al ratificar el Tratado de Gobernanza, sino cómo lo adaptamos a nuestra Constitución. En su día, se hizo con nocturnidad y alevosía, copiado literalmente y mal de la Ley Fundamental Alemana, porque los alemanes dejaron un margen de 0,45% para ajustar, y aquí nos exigimos el déficit cero, que es una barbaridad, porque te estas poniendo una soga al cuello.

-«Nos bebíamos la vida a tragos, en todos los sentidos» dice en sus memorias tituladas «Más Europa, ¡unida!»

-Hacíamos la Constitución de día, y la reforma fiscal de noche. En el año 78 viví meses enteros en los que las sesiones acababan a las tres de la mañana. Fumábamos, salíamos a la una de la madrugada a comer en una tienda de vinos en la calle Zorrilla su manjar más exquisito, un bocadillo de atún en escabeche con pimiento morrón. A esas horas, te tomabas eso y luego conspirabas. Es una de las diferencias que veo con la actitud de ahora ante la crisis actual, sólo hay quejas, nosotros teníamos ilusión y ganas de cambiar nuestro país. Estaría dispuesto a volver a empezar.

-Felipe González dijo refiriéndose a usted. «Tiene muchos defensores y muchos detractores, entre los que figuro yo». ¿Era un verso suelto?

-Nunca he sido un felipista encoñado y enloquecido, a Felipe siempre le he apoyado y defendido, incluso la valoración que se hizo en su momento es que yo entré en su Gobierno con el cupo de Alfonso. Tenía una historia y un perfil propio. No sé si un verso suelto, lo que nunca fui es de facciones. Me hizo una gran ilusión ser parte de ese gobierno que pasó a la historia. Nuestro triunfo fue un corrimiento de tierras, que sepultó a dos formaciones políticas, UCD y el PCE, que desaparecieron de escena.

-El otro beneficiado fue Alianza Popular, que pasó de 9 a 106 diputados.

-El día que se constituye el Congreso le comenté a un compañero de escaño: «Aquí hay un viaje por el túnel del tiempo», porque había muchos más bigotes recortados. Hay que reconocerle a Manuel Fraga que no jugara un papel de enfrentamiento. Al principio me costaba mucho hablar con él. Tenía la imagen del anuncio en el 69 del estado de excepción. Aquella noche traté de eliminar archivos y propaganda, y decir a determinadas personas que tenían que desaparecer.

-Su caída del Gobierno en la remodelación de 1985, ¿fue por su encontronazo con Miguel Boyer?

-Si pidieron mi cabeza es que algo valía. Era claro que teníamos diferencias, que se hicieron públicas. No estaba de acuerdo con la línea marcada por Boyer y Solchaga de «ordeno y mando» y de enfrentamiento sistemático. Miguel había lanzado el guante a Alfonso Guerra un año antes en una comida con periodistas, diciendo que en lo económico el Gobierno iba muy bien, y en lo político muy mal. Recuerdo que guardé silencio, teníamos un sentido excesivo de la responsabilidad. La noche de mi caída cenamos en La Bodeguilla, y todavía no estaba cerrado el desenlace del drama. Fue un juego de discursos, de monólogos, todo tenía un componente metafórico. Hubo un grupo de ministros que había estado en la cena: Solana, Lluch, Almunia... que se fueron a un bar en Rosales para ver cómo podían ayudar a resolver la crisis. Al final, lo curioso fue que salimos juntos Miguel Boyer y yo.

-La prensa destacó que su gestión resultó muy complicada: se enfrentó con los controladores aéreos y los pilotos, hubo dos graves catástrofes aéreas, cerró líneas ferroviarias, se encontró una estafa de 10.000 millones de pesetas realizada en el Ministerio antes de su llegada…

-Pero Iberia dependía entonces de Industria, ¿por qué no responsabilizaban a Solchaga? No mencionan el logotipo de Miró para Turismo que sigue vigente, o que Boyer, con esa visión tan pesimista que tenía del mundo, quería cerrar completamente Renfe. Le dije: «No puede ser, déjame ver si cierro 2.000 kilómetros que llevan en desuso desde el siglo XIX». Las bases del AVE empiezan ahí. O el Sapta, nuestro sistema de navegación aérea, que está funcionando en Alemania y Francia, también fue de esa época, como el Hispasat. Era el hombre a batir, mi cabeza ya estaba en la bandeja.

-Se incorpora como diputado al Parlamento Europeo en 1986 y en tres años es elegido presidente, una carrera meteórica en Europa.

-No me lo creía ni yo. Me presenté voluntario, porque ir al Congreso como diputado raso era ir a un colegio de primarias. Algunos dijeron que me iba a un cementerio de elefantes. Llego a la Presidencia tan rápido porque represento el cambio en España, la generación González. Alfonso Guerra me felicitó: «Enhorabuena, lo has sacado tú solo». Otro a quien le hubiera gustado acompañarme, y me llamó desde la cama del hospital recién operado, fue Paco Ordóñez, que se jugó la vida por la Presidencia española. Con Felipe, desde la caída del muro de Berlín hasta Maastricht, tuvimos una relación muy intensa. Nos veíamos antes de las cumbres, para debatir sobre temas como la relación con Alemania y Francia, la negociación de la unidad monetaria, y la inclusión de la ciudadanía. Fue un triunfo y en Europa se reconoce que tiene un sello español.

-Se le critica haberse beneficiado de su cargo de ministro para conseguir un puesto casi vitalicio en Europa.

-He sido diputado europeo durante 23 años. No tuve sueldo del Parlamento Europeo, ahora sí lo tienen; no tuve pensión y creamos un fondo de pensiones… Se queda uno asombrado de que le critiquen los que van directamente a ser brahmanes, la casta superior, porque estos de Podemos no tienen nada de parias. Dicen, «nosotros le damos al partido», oiga, yo he estado pagando mil y picos euros todos los meses al mío y me parecía muy bien.

-«Rodrigo Rato es un buen candidato para la dirección del FMI», dijo cuándo se presentó.

-Es una enorme decepción. Le apoyé en público y no entendí cómo se pudo marchar de ese puesto, no se han explicado las razones, y ahora no salgo de mi asombro. Cuando está uno en ese tipo de responsabilidades, se debe a ellas, y a la dignidad y prestigio de su país. Este es un caso desastroso, de irresponsabilidad manifiesta.

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