Otras noches electorales de infarto: Del ordenador de Rosón a la «emoción» del 96

A las ocho de hoy, cuatro políticos sentirán vértigo. Esta es la crónica de otros desasosiegos

Madrid Actualizado: Guardar
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Las israelitas van mal. No puede ser. No puede producirse un castigo tan tremendo. Mariano Rajoy vive la noche electoral del 14 de marzo de 2004 encerrado en su despacho de la planta séptima de Génova. Solo le acompañan su mujer, Elvira, y sus hermanos, Luis, Enrique y Mercedes. Cada poco, entra un miembro de su equipo: Francisco Villar, Gabriel Elorriaga... Han llegado Esperanza Aguirre, Alberto Ruiz-Gallardón... pero Rajoy prefiere no compartir la angustia. Esa hora infernal la quiere pasar el hoy candidato a la reelección con los suyos. Él, que había dirigido las exitosas campañas de Aznar de 1996 y 2000, sabe ya que con un 35% de escrutinio es imposible remontar. Son las nueve y cuarto de la noche y, como cuenta el propio Rajoy, ni siquiera el Rioja que ha pedido para acompañar el plato de sus cacahuetes preferidos sirve de bálsamo.

Hace tres días que los terroristas islamistas han matado a 193 personas que se encaminaban a trabajar de buena mañana en trenes de cercanías. Bajo ese «shock» emocional, y tras la gestión de la crisis posterior, el Partido Popular ha perdido las elecciones. Las ha ganado el PSOE. Un casi desconocido José Luis Rodríguez Zapatero no se cree que vaya a ser, tras el mítico Felipe González, el segundo presidente socialista.

«Todo eran nervios»

Como la de hoy, esa noche electoral fue de «infarto» en Génova y Ferraz. Entonces un atentado, hoy una fragmentación inusitada de nuestro escenario político, obligan a los candidatos a mantener la cabeza fría durante las primeras horas, tras el cierre de los colegios electorales. Felipe González no lo logró el 28 de octubre de 1982. Cómo hacerlo si el sistema informático del ministro Rosón se vino abajo. Lo cuenta Joaquín Leguina, número cuatro de aquella lista del PSOE: «En Santa Engracia, sede de los socialistas entonces, todo eran nervios. Los jefecillos sabíamos que íbamos a ganar, pero nunca con 202 diputados». Y tanto. Leguina rememora cómo «Felipe González estaba muy bien informado por una encuesta que habían hecho Alfonso Guerra y Julio Feo. Por ello, cuando el sistema de Rosón falló, casi fue Alfonso el que fue suministrando los datos con arreglo a la preelectoral que había hecho».

En un reducido despacho, González fuma un cigarro tras otro. El humo entona la desangelada habitación en la que Feo tranquiliza a su jefe: «Vamos a ganar, Felipe». En una pequeña tele, Lalo Azcona y Jesús Hermida martillean a los españoles del blanco y negro sobre la importancia de esos comicios. De vez en cuando, José María Íñigo pone música a la fiesta desde el Florida Park.

De Santa Engracia al Palace

Entonces, en las sedes no se concentraba mucha gente, por lo que el que sería el tercer presidente de la democracia decidió antes de la medianoche trasladarse a la suite 110 del hotel Palace, desde cuyo balcón celebró el triunfo, de la mano de Alfonso Guerra. ¿Lo pasó mal el dirigente socialista sevillano? Leguina asegura que «él no expresó un sentimiento de sorpresa porque se lo veía venir, aunque hasta el final no se fiaba. La calle pedía cambio y 1982 iba a ser ese año de ese cambio».

Algo similar pasó catorce años después. Al mismo González, el tiempo se le está acabando en La Moncloa. El 3 de marzo de 1996, los españoles votan y José María Aznar, tras no conseguir mayoría en el 93, cree llegado el momento de entrar en la historia. Mariano Rajoy es su coordinador de campaña. Ha llegado pronto a Génova. Así lo cuenta: «Estuve la mayor parte del tiempo siguiendo los sondeos, analizando los datos que se iban haciendo públicos y confrontándolos con los que recibíamos nosotros». Al más puro «estilo Rajoy», el hoy presidente recuerda que, «aunque llegaban dirigentes al despacho donde yo estaba y hacían comentarios, algunos más optimistas que otros, intenté mantener la cabeza fría y atenenerme a los datos reales».

Delante de un refresco

A las ocho de la tarde, delante de un refresco y unos frutos secos, el que días después sería ministro de Administraciones Públicas comparece ante la prensa. «Sí, cuando ya se conocían datos más fehacientes, hice una primera intervención pública, en la que pude anunciar que todo apuntaba a que habíamos ganado las elecciones». Pío García-Escudero, entonces presidente del PP de Madrid y hoy número uno al Senado por ese partido, echa la vista atrás: «Llegamos sobre las siete de la tarde a Génova. Aunque siempre hay que esperar al escrutinio para cantar victoria, en la planta séptima había sensación de triunfo. Fue emocionante. No olvide que ya veníamos de ganar las europeas y, en 1993, de hacernos con el triunfo en las autonómicas, por ejemplo en la Comunidad de Madrid».

Aunque la victoria apuntaba a que sería muy ajustada, el rostro de Aznar y el de su esposa, Ana Botella, lo decían todo. Por primera vez, el centro-derecha iba a ganar el poder. Desde la cafetería se reparten coca-colas, cafés y unos bocadillos. El que sería el cuarto presidente de la democracia no quiere tomar nada hasta bien entrada la noche. Tampoco Ana, vestida de blanco. Álvarez Cascos está muy nervioso. También Rodrigo Rato, número dos por Madrid. El escrutinio es de vértigo: un voto, dos, hasta que el ordenador del despacho de Aznar vomita la última cifra. Los populares han ganado por tan solo 300.000 papeletas al PSOE. Pero han ganado. «Ese día -cuenta García-Escudero- se organizó lo de salir al balcón para celebrar la victoria». La esposa de Aznar se resistía a aparecer, pero su propio marido la toma del brazo y la sitúa a su izquierda, mientras a su derecha se coloca Álvarez Cascos. Los testigos hablan de lágrimas, emoción y una sensación de alivio que terminó para los más jóvenes en una discoteca cercana.

Hoy, de entre todos ellos solo Mariano Rajoy repite como protagonista de la noche electoral más trepidante e incierta que la democracia española recuerda.

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