Pincho de tortilla y caña

El debate

Sánchez acepta el pentaformato porque le conviene más que a ninguno que Abascal crezca: eso debilita a Casado y a Rivera

Pedro Sánchez, hoy en Tenerife
Luis Herrero

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Que vaya a haber un debate televisivo entre los líderes de los cinco partidos de implantación nacional que están llamados a tener representación parlamentaria es una buena noticia. Podría haber sido mejor —dos debates en lugar de uno, por ejemplo—, pero también peor. El no debate hubiera sido un desastre. Y el que pretendía TVE, sin la presencia de Vox, otro de dimensiones parecidas . La elección de la cadena y la identidad de su propietario, si hay juego limpio en el plató, importa un rábano. La calidad del espacio no depende del anfitrión, sino de lo cerca que esté de las demandas informativas del ciudadano. Lo demás carece de sentido.

Es papanatismo rancio creer que la televisión pública garantiza la neutralidad del formato o a la exquisitez del producto. Sucede justo al revés. Nuestra ley electoral, que rezuma esclerosis por los cuatro costados, obliga al ente público a respetar las preeminencias políticas que establecieron, años atrás, unas urnas cuyo mandato expiró el día que se disolvieron Las Cortes. Pero en un debate electoral el pasado no importa tanto como el futuro . La cuestión no es cuánto poder hayan tenido hasta ahora los partidos políticos que nos representan. Lo que importa es el que vayan a tener a partir del día 28. Y eso, nos guste o no, ya no pasa por cuatro siglas, pasa por cinco.

La gran incógnita de estas elecciones consiste en averiguar cuál es el grado de influencia que alcanza Vox en la política venidera. Y todos sabemos que puede ser mucha. No es descartable, por muy obstinadas que se hayan puesto las encuestas, que Abascal se convierta en el árbitro que decida el color del próximo Gobierno. ¿Y aun así nos parece deseable un debate electoral que silencie su voz? ¿Acaso no es preferible que los ciudadanos tengan acceso a la mayor cantidad de información posible antes de decidir el sentido de su voto? ¿No es ese el mejor servicio público que puede prestar la televisión?

Creo que el PSOE acierta al rechazar la invitación de TVE . La indignada respuesta de Podemos, en cambio, me parece absurda. Según Irene Montero, «si algún debate debe ser obligatorio es el de la televisión pública». ¿Por qué? ¿Poe darle sentido a algo que no lo tiene? TVE está maniatada por una ley antediluviana que le impide ofrecer a los electores lo que éstos demandan . Lo mejor que pueden hacer sus directivos —y sus corifeos podemitas— es aceptarlo como un hecho, todo lo lamentable que se quiera, y echarse a un lado, sin mohines de plañidera preterida, para que sea la empresa privada quien subsane la anomalía.

Pero la noticia del debate a cinco va mucho más allá de la elección de la cadena anfitriona. Según mis espías paraguayos, Sánchez dudó hasta última hora en aceptarlo. El viento de cola sopla a su favor y en las casas de apuestas su holgada victoria se da por garantizada. Hay asesores que le susurran al oído que ahora la prioridad es no cometer errores. En el debate se expone demasiado. Además —le han dicho siempre—, darle visibilidad a Vox supone ayudarle a crecer en las urnas. Algo que, en teoría, los socialistas tratan de evitar por todos los medios. Pero no es verdad. Antes se coge a un mentiroso que a un cojo.

Si Sánchez acepta el pentaformato es, precisamente, porque le conviene más que a ninguno. Le conviene que Abascal crezca porque eso debilita a Casado y a Rivera . Le conviene exhibir al triunvirato de la Plaza de Colón porque eso agita el fantasma de la extrema derecha. Y le conviene que le vapuleen de lo lindo porque eso movilizará a sus electores. Los sajones le llaman a eso el efecto del perro apaleado. Felipe González ganó unas elecciones que tenía perdidas, las de 1993, cuando perdió el primer debate con Aznar. El miedo a la victoria de la derecha sacó de sus casas a todos los votantes socialistas, por muy cabreados que estuvieran con su líder. Pincho de tortilla y caña a que Iván Redondo, con esta estrategia de ir a un debate en inferioridad numérica, busca el mismo resultado.

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