Orcel gana el 'Botín'

«Me voy al Santander para asumir plenos poderes», confesaba el propio banquero italiano ya en el verano de 2018 a todo aquel que quisiera escucharle

Andrea Orcel, junto a la presidenta de Banco Santander, Ana Botín, y su CEO Ana Botín, José Antonio Álvarez, en septiembre de 2018, tras el anuncio del fichaje, que se haría efectivo a partir de enero de 2o19 EFE
María Jesús Pérez

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«Me voy al Santander para asumir plenos poderes ejecutivos». Eran palabras del propio banquero italiano Andrea Orcel allá por el verano de 2018, con la decisión ya tomada de dejar su anterior casa, UBS. A sus más cercanos, claro, pero también a todo aquel que quisiera escucharle. Por bandera , la confianza de los inversores, e incluso de accionistas sentados en el propio banco. Y la verdadera presidenta, Ana Botín, ni se lo olió. Negligencia o no, aunque más bien sí -¿cómo con tanta materia gris, con perdón, sentada en un gran banco no se comprobó lo que realmente ahora se constata que se firmó? lo dice un juez, no yo-, se encontró con un señor sentado a su derecha cuatro meses antes de lo previsto, y antes de tener el cargo 'per se', que tomaba decisiones de consejero delegado ejecutivo. Reuniones, planes de negocio, petición de cifras, charlas con inversores... Y el verdadero CEO, José Antonio Álvarez, junto a la propia presidenta, 'in albis' como quien dice.

El cheque en blanco con el que aterrizaba antes de tiempo -en concreto, a finales de septiembre de 2018, una vez presentado en sociedad pero con efectos a enero de 2019-, venía de los mercados , -¡ay los fondos, siempre los fondos!-, que no estaban satisfechos con la deriva de la entidad financiera liderada por la hija de Don Emilio, que actuban por la puerta de atrás en busca de la renovación a través de un nuevo relevo. Orcel era su elegido , y Ana pasaría a un segundo plano, de presidenta sí, pero sin funciones ejecutivas.

Pero... tanto actuar de forma inmediata y libre albedrío, sin haber aterrizado de verdad, puso ojo avizor a los más viejos del lugar. «Te deja sin sillón presidencial Ana», le dirían. Y llegó la ruptura. Y el pleito. No quedaba otra, o se llegaba a un acuerdo para no ir a los juzgados, y Botín hubiese incurrido en lo que se conoce como 'administración desleal', o ambos ante el juez. Tal cual. Aunque más allá de las causas del divorcio entre ambos —lo dicho, desconfianza latente de algunos miembros del consejo del banco que temían «haber metido al zorro a cuidar a las gallinas»—, el grueso del pleito tendría que girar en torno a la carta-oferta que Santander y Orcel firmaron en septiembre de 2018, cuando se anunció pública y precipitadamente el fichaje del banquero italiano. ¡Torpeza máxima!

Según los abogados de Botín, el Santander nunca llegó a materializar la contratación de Orcel como consejero delegado. Aseguraban entodo momento que el nombramiento, así como los principales términos de las condiciones económicas incluidas en el correspondiente contrato, estaba sujeto a la aprobación de la junta general de accionistas fijada para abril de este año. Pero el Santander se echó atrás. El consejo de administración del 15 de enero decidió, por sus más que sospechas de invasión en toda regla, no continuar con la contratación de Orcel, una vez roto el pacto con Botín solo una semana antes. El Banco sostuvo en todo momento que actuó de buena fe y que Orcel no. El nombramiento se anunció, explicaban, el 25 de septiembre de hace tres años, tras un exhaustivo proceso de selección. Según el Santander, el directivo, que estaba entonces en UBS y tenía una compensación diferida de 50 millones de euros, se comprometía a negociar con el grupo suizo para que se hiciera cargo de parte de su remuneración. Como máximo dejó claro que pagaría 35 millones. La entidad financiera sostuvo ante el juez que, basándose en la Ley, no era un contrato y que, para que lo fuera, se tenían que cumplir una serie de condiciones. Entre estas, que Orcel rebajara el coste de hasta 35 millones que Santander estaba dispuesto a compensar por el bonus que iba a perder de UBS, y que esta entidad pagara siempre el 50% de esta remuneración. Es decir, si UBS abonaba finalmente 20 millones, Santander pondría otros 20.

Por los tiempos manejados, alguien —¿Orcel?—pensó entonces que la mala fe la tuvieron otros porque no dio tiempo a proponer en junta un cambio a más en el tope de la remuneración de directivos para hacer efectivo y perfeccionar el contrato. A cambio además, ese 7 de enero, para evitar llegar a mayores, a Orcel se le propuso formar parte, más o menos, de la familia Santander... pero no en el lugar prometido, presidiendo quizás alguna filial o sociedad dependiente del grupo. Poca gracia le hizo al banquero tal planteamiento, y sugirió, aún de buenas maneras, sin pleitos a la vista, que eso no era lo hablado «entre amigos» en plena Gran Manzana neoyorquina casi un año antes. ¿De verdad pensaban que un ejecutivo con la trayectoria del italiano se iba a conformar con una degradación pública de galones y aquí paz y después gloria? Su imagen y reputación había quedado dañada, dijo y ha reiterado hasta hoy mismo.

Orcel, que no quiso ni oír hablar del famoso dicho jurídico de «mejor un buen acuerdo que un pleito», aseguraba que se le hizo una oferta en firme y que por ello dejó su cargo en UBS. Si no iba a ser el ejecutivo en funciones del banco, ¿para qué se iba a ir de una entidad en la que vivía de maravilla? Para ello, fuentes cercanas a todo el proceso apuntaban que los representantes legales del directivo presentaron ante el juez dicho documento que lo acredita, y ha basado su defensa en que es un contrato amparado bajo el código civil , diversos emails cruzados y varias grabaciones con Botín que lo corroboran. Si ha sido lícito o no, o tomado en cuenta al final lo ha decidido un juez. Lo de menos para él —si bien, según fuentes jurídicas, más de cien millones de euros hubiese sido una barbaridad— es la indemnización.

En definitiva, hoy el juez da la razón a Andrea Orcel , que gana la batalla legal al Banco Santander. El que iba a ser consejero delegado de la entidad recibirá una indemnización de 68 millones de euros de la firma presidida por Ana Botín por haberle frenado su fichaje hace casi tres años. El contrato sí que llegó a perfeccionarse, concluye la sentencia. Orcel se lleva el libretón del Santander. Tal cual.

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