El desafío de romper el código de los estereotipos

El cotizado perfil de programadores y desarrolladores ejemplifica la brecha de género en el empleo digital: solo el 9,3% de los profesionales son mujeres

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Pocos sabrán que una mujer, Ada Lovelace, está considerada la primera persona programadora de la historia. Que la científica Margaret Hamilton, con su equipo, desarrolló el software de navegación que permitió el aterrizaje del Apolo XI. O que Grace Hopper escribió un manual con los principios fundamentales de la programación de una máquina que fue el germen de la creación del primer lenguaje de programación llamado Cobol. Entre este elenco (hay más) de mujeres que han realizado aportaciones al mundo tecnológico también se encuentra la maestra gallega Ángela Ruiz, que inventó una enciclopedia mecánica para mejorar la enseñanza de sus estudiantes. Se puede considerar el primer e-book de la historia.

Desde aquellas pioneras, las mujeres avanzan lentamente en el mundo de la programación. Se estima que en 2019, ellas solo representaban el 11% de los desarrolladores a nivel mundial, un porcentaje que aún es más bajo en España, el 9,3%, según el «Java, web, mobile and PHP salary survey» de la consultora Pearson, un estudio que se maneja como referencia. Cifras alejadas de países como el Reino Unido, donde son el 54,6% de los programadores.

Y eso que es un sector con gran demanda de empleo porque falta talento y los candidatos se rifan a golpe de talonario. De hecho, cada año diversos rankings de empresas, como InfoJob y Manpower, entre otras, sitúan a los desarrolladores de software y programadores entre los profesionales más demandados del universo TIC. La academia internacional 4Geeks Academy estima que antes de la pandemia se necesitaba un millón de programadores en Europa, 300.000 en nuestro país. Cifras que deben haber aumentado a medida que avanza el proceso de digitalización en las empresas y que se ha visto impulsado por la pandemia.

Faltan referentes femeninos en el sector y la visibilidad de las profesionales es muy escasa

Si vamos hacia un mundo digital y tecnológico, sin duda, los programadores son imprescindibles. Se les necesita para todo: para desarrollar una aplicación, una app para el móvil, una página web... «La programación está en todas partes: en un electrodoméstico, en un diseño de moda o de mobiliario, en grandes conjuntos de datos, en la inteligencia artificial, la ciberseguridad...», explica Susanna Tesconi, profesora de los Estudios de Informática, Multimedia y Telecomunicaciones de la Universistat Oberta de Catalunya (UOC).

Por tanto, resulta por lo menos extraño que siendo un sector con tan excelentes perspectivas de empleo, presentes y futuras, y ya avanzado el siglo XXI, donde la igualdad es sí o sí, no termine de calar entre las mujeres. «Es un sector muy masculinizado, como todos los tecnológicos», asegura la profesora Tesconi.

Detrás hay diversas razones que explican la falta de vocaciones femeninas en programación. Los estereotipos desde la más tierna infancia frenan a las niñas hacia una futura trayectoria en las TIC. «A partir de los siete años las niñas tienen la percepción de que la tecnología no es para ellas, que no va con su género y que tienen menos capacidades, cuando es lo contrario», afirma Tesconi.

Laura Carra

Una apreciación compartida de forma unánime en este sector. «Nos han educado en la ayuda a los demás y el cuidado. También se puede ayudar desde la tecnología. Si las niñas aprendieran nociones básicas de programación y se dieran cuenta de que se les da bien, ampliarían su visión. Si se valorara todo el potencial que se puede construir programando, se puede construir cualquier cosa de la nada y desde casa, la visión cambiaría», considera Laura Lacarra, ingeniera de Big Data en Telefónica.

Como muestra, su propio ejemplo: en su proyecto fin de carrera Lacarra desarrolló una aplicación de teleasistencia para personas mayores que se implantó en Pamplona. Esta ingeniera en Informática imparte talleres en colegios, entre adolescentes y es un referente en el Women Techmakers de Zaragoza que ya lleva tres ediciones. «Estos eventos son una fábrica encubierta de referentes tecnólogas», afirma. Ella se siente afortunada: «Veo que tengo futuro y recorrido —dice—, no he conocido el paro y he podido elegir los proyectos en los que he trabajado. Ojalá más mujeres lo vieran».

Un trabajo del que se sabe poco

En efecto, el gran desconocimiento que existe del trabajo de un programador también incide en la brecha de género. «Es muy fácil imaginarse el trabajo que va a desarrollar un médico. Si a una chica que está en ese momento clave en el que tiene que decantarse por una línea formativa u otra, le dices que si elige la carrera de informática lo que hará será programar, es posible que salga huyendo. Si en cambio le cuentas que con la tecnología puede desarrollar aplicaciones informáticas para la detección precoz de un cáncer de mama, la cosa cambia», explica Laura Olcina, directora Gerente del Centro Tecnológico TIC.

Lorena Jiménez

«Lo que está masculinizado es la idea que se tiene de lo que hace un programador. No es picar ceros y unos, ni códigos para mover un robot. Yo, cuando lo descubrí, me encantó», cuenta entusiasmada Lorena Jiménez, una profesora que dio un giro en su carrera con una FP superior de desarrollo web y dos cursos del programa formativo Samsung Innovation Campus, uno como desarrolladora y otro en inteligencia artificial. Gracias a ello, Lorena trabaja como programadora en Minsait, la sección de desarrollo web y software de Indra.

Carolina Sánchez

La falta de referentes femeninos y la escasa visibilidad de las programadoras que están trabajando tampoco ayuda a que las mujeres se inclinen por esta profesión. Por propia experiencia lo sabe bien Carolina Sánchez, miembro del equipo directivo de Iberbox, una plataforma digital de almacenamiento que pretende convertirse en la futura nube europea de referencia. «Muchas mujeres consideran que la informática es para hombres porque no tienen referentes en las grandes tecnológicas ni en organismos públicos de este sector. No hay cabezas visibles», considera. Ella es licenciada en Bellas Artes y a través de un máster se ha especializado en el desarrollo y diseño de interfaces. Cuenta que en su día a día, «cuando hablamos con directivos, cuando presentamos proyectos ante auditorios siempre son jefes de empresas, fundadores de startup tecnológicas... Apenas hay mujeres».

Poco a poco se avanza. Cuando hace diez años abrió Keep Coding, un centro de formación especializado en programación de software y nuevas tecnologías (cloud computing, ciberseguridad...), no contaba con ninguna alumna en sus programas. Ahora viven un paradógico fenómeno. Este centro imparte dos tipos de bootcamps. «En el intensivo, para personas que quieren reciclarse o especializarse y que tienen un background en programación, la cuota de alumnas es entre el 15 y 20%», dice Adriana Botelho, CEO y fundadora de este centro. Sin embargo en los botcamps para aprender desde cero aumenta al 40%. «En el momento que abrimos las puertas a cualquier persona que no tenga conocimientos previos de programación, las mujeres se motivan. Tenemos abogados, empleados de supermercados, de sucursales bancarias, hasta crupiers... que han realizado estos cursos y finalizan como programadores junior».

En Keep Coding aprecian que la situación está cambiando. «Es brutal la cantidad de compañías que nos contactan para solicitar programadoras ya que tienen muy presente que la diversidad es rentable, forma parte de su filosofía empresarial. Algunas pagan esta formación a mujeres porque no hay programadoras en el mercado», cuenta Botelho.

Videojuegos

Marta Badía

En la industria de los videojuegos ellas tampoco ganan terreno, y eso que son la mitad de los gamers. En este sector, el 18,5% del empleo tiene nombre de mujer. «Pero solo un 4% son programadoras», afirma Gisela Vaquero, fundadora de Women in Game. «Quienes inventan los videojuegos son hombres aunque estén destinados a mujeres», asegura. ¿Los motivos? «Es un sector muy competitivo, con empleo muy inestable e incompatible con la conciliación. Por eso, las mujeres terminan huyendo a otras áreas tecnológicas». Pero hay programadoras de videojuegos, aunque cueste encontrarlas. Como Marta Badía que trabaja en Jellyworld, una empresa de Olot (Girona). Tras el Bachillerato científico, realizó una FP superior de animación en 3D y desarrollo de videojuegos. Espera convertirse en ingeniera en Informática. Está convencida de que «es necesario que se oriente a las alumnas para que conozcan estas nuevas profesiones. El interés por los videojuegos y su aprendizaje está aumentando entre las mujeres».

Y que así siga en programación y en todas las áreas tecnológicas, pues como propone Laura Lacarra: «Ojalá seamos nosotras las que lleguemos a Marte». 

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