Ugarte mantiene su récord

Les Sables (Francia) Actualizado: Guardar
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“Corro la Vendée Globe porque es la única regata oceánica que me queda. O sea que tengo que hacerla. Y espero que no se inventen algo más difícil”, dijo antes de empezar la regata. Su experiencia, 135 días más tarde, fue clara: “Es una regata inhumana. Nunca más, es algo que solo se puede hacer una vez en la vida. El sufrimiento físico y mental sobrepasa todos los límites.” Hoy sigue siendo el participante de mayor edad que ha concluido esta vuelta al mundo en solitario, sin escalas y sin asistencia. Tenía 64 años.

El reto estaba ahí y José Luis de Ugarte no era hombre de arrugarse ante los retos. Los retos existen para superarlos. Y esto es lo que hacía este marino mercante, regatista aficionado, que se apasionaba con todo lo que hacía. Siempre iba de frente, tanto en tierra como en mar. Una mar a la que respetaba, y amaba, profundamente: “Miedo, no. Respeto a la mar, muchísimo. Pero aterrado no lo he estado nunca. No me ha dado tiempo. No es que sea especialmente valiente, pero el mar lo conozco”, afirmaba poco antes de empezar la Vendée Globe 1992-93, su segunda vuelta al mundo en solitario (dos años antes había completado la BOC Challenge Around Alone, la vuelta al mundo en solitario en cuatro etapas).

No le fue fácil terminar la Vendée Globe, como no lo ha sido para ninguno de quienes han corrido esta increíble regata a lo largo de sus seis ediciones. La segunda Vendée Globe fue especialmente dura desde la misma salida: un temporal en el golfo de Vizcaya dejó un balance trágico, con la muerte del británico Nigel Burgess, cuyo cuerpo fue hallado frente a la costa gallega, días después de la desaparición del norteamericano Mike Plant cuando se dirigía a la salida de Les Sables d’Olonne.

Poco antes del Año Nuevo, cuando navegaba por el océano Austral, Ugarte estuvo a punto de naufragar. Era su aniversario de boda, y su amigo y presidente del Gobierno vasco, José Antonio Ardanza, hizo gestiones para que el ministro de Asuntos Exteriores interviniera cerca de las autoridades australianas para auxiliar el Euskadi Europa 93.

No hizo falta ningún rescate, como sí los hubo a otros participantes de aquella Vendée Globe. Con 90 centímetros de agua helada en el interior, encontró y taponó la entrada de agua que amenazaba con hundir su barco, y después siguió trabajando varias horas más para achicar los 15 o 16.000 litros que habían entrado a bordo.

La promesa a su mujer

Su querencia por el océano podía más que él y estuvo a punto de romper la promesa que había hecho a su mujer Edith antes de embarcar en Les Sables d’Olonne: “Le he prometido a mi mujer que esta es la última regata oceánica que hago, y cumpliré mi palabra”. Tres años después, volvió a llamar a la puerta del Gobierno vasco en busca de financiación para correr una segunda Vendée Globe. Sin embargo, su amigo Ardanza –el mismo que le había dicho mientras navegaba por los cincuenta aullantes que “tienes unas agallas increíbles, nos tienes a todos admirados”- esta vez le dio calabazas: a él ya le habían ayudado una vez y si había una nueva ayuda para participar en una vuelta al mundo, tenía que ser para otro.

Recio como pocos, Ugarte mantuvo su costumbre de bañarse cada día en aguas del Cantábrico, por cuya playa de Sopelana solía pasear con su perro; y apoyar a cuantos navegantes acudían a él en busca de consejo. Unos consejos francos, como cuando explicaba que lo más sencillo para mantenerse despierto cuando parece que el sueño es invencible es “echarse un balde de agua por encima”.

Amigo de la buena comida–le gustaban especialmente los guisotes, como decía él, y a bordo nunca faltaban las alubias de Gernika (“las de Tolosa son muy difíciles de conseguir”), Ugarte falleció hace cuatro años. Pero José Luis sigue estando muy presente entre los amantes del mar, de la vela y de la Vendée Globe.

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