Ranieri, el zorro italiano que dirige al Leicester
Ranieri, el zorro italiano que dirige al Leicester - REUTERS
Fútbol

El milagro del romano, los zorros y su dueño tailandés

El Leicester de Ranieri, un club modesto que en 132 años nunca había pasado de media tabla, acariciará el título si derrota hoy al Arsenal

LONDRES Actualizado: Guardar
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El romano es Claudio Rainieri. Un buen entrenador, rodado, simpático y zorruno. Pero que a la hora de la verdad a sus 64 años nunca ha ganado una Liga importante. Antes de llegar a Leicester el pasado agosto había pasado ocho meses en el paro tras un despido bochornoso: lo echaron de la selección griega mediante sublimación percuciente tras caer en Atenas frente a las Islas Feroe; solo duró tres meses en el puesto. De aquella humillación ha pasado ahora a hombre de moda del fútbol europeo. Si gana la Premier con el modesto Leicester -y puede- hará historia de verdad.

El tailandés tiene un apellido para volverse loco. Su nombre de pila es Vichai. Hasta ahí fácil.

Pero luego viene el problema: Srivaddhanaprabha. Transita por la mitad de la cincuentena y es multimillonario, el quinto más rico del país, con una fortuna atribuida de unos 3.000 millones de euros, labrada en el negocio de los duty free. En 2010 acudió a ver un partido del viejo Leicester, fundado en 1882, y le gustó el ambientazo de la grada. Compró el club por algo más de 30 millones de euros. A priori no hacía ningún buen negocio, porque la entidad arrastraba una deuda de 125 millones y era más bien carne de cañón: pasó recientemente ocho temporadas en Segunda y en el 2009 todavía estaba saliendo del equivalente a nuestra Segunda B. Solo en la temporada pasada logró volver a la Premier de la mano de un hombre de la casa, Nigel Pearson, antiguo jugador del equipo, al que el tailandés premió con el cese tras sus agobios para mantenerse en la élite.

The Foxes. Los zorros. Así apodan desde siempre al Leicester Club. Sobre el papel, los actuales no valían mucho. La plantilla de comienzos de Liga se tasaba en unos 20 millones de euros, menos de lo que cuesta alguna estrella de la Premier enganchada por la chequera sin límites de Abramovich. Las casas de apuestas pagaban su título liguero 5.000 a 1. Los que apostaron entonces por el Leicester ganarán mucho dinero. Hoy su triunfo se ve ya mucho más probable: 13 a 8. Su fichaje más caro fue un delantero japonés, Shinji Oazaki, y su estrella es el goleador Jamie Vardy, hijo de la ciudad y que peregrinó olvidado por el fútbol amateur antes de retornar por la puerta grande previo pago de un millón. De él, el chisposo Ranieri dice que «es eléctrico, echa chispas».

Visita hoy al Arsenal

Hoy, a las dos de la tarde hora española (C+Fútbol), los zorros del centro de Inglaterra bajarán al este de Londres y se medirán con el Arsenal en el rutilante estadio de los Emiratos. Ahí se puede dirimir la Liga. Actualmente, el Leicester ostenta el liderato con cinco puntos de ventaja sobre el Tottenham y el propio Arsenal. Si ganan hoy, el título se torna factible a doce partidos del final. Arsene Wenger, el razonable entrenador francés de los cañoneros, no oculta sus simpatías por la gesta del Leicester: «Son un ejemplo de que el fútbol no solo consiste en poner dinero».

El Leicester dispone de un estadio tipo Riazor (32.000 espectadores), al que el magnate tailandés le ha puesto el nombre de su empresa: King Power Stadium. Quien lleva el día a día de club y vive permanentemente en Inglaterra es su hijo Aiyawatt. Algunos jugadores también conservan residencia en Londres y suben al norte a los entrenamientos y partidos. Toda Inglaterra está encandilada con el Leicester. Es el encanto de David contra Goliat, en una Liga donde el dinero garantiza ver un buen fútbol muchas menos veces de lo que se cree (sorprende siguiendo la Premier la cantidad de partidos infumables).

El encanto del Leicester es su gente, su compromiso mutuo. «Nunca se ha visto un equipo que sea tan un equipo. Ese es su secreto», repiten los comentaristas de la prensa futbolera, tan perogrullescos en Inglaterra, donde se inventó el fútbol, como en todas partes. Como bien señala el zumbón Ranieri a los enciclopedistas del balón: «El fútbol no es precisamente ciencia química. Aquí no hay reglas universales».

Tailandés, romano, japonés y lo que toque, no se le puede negar al Leicester su aire de familia. Sheila Kent, por ejemplo, lleva 40 años al frente de la lavandería. Dice, claro, que nunca había visto nada igual: «Lo más que recuerdo es llegar a media tabla. Ahora en cambio somos los favoritos de todo el mundo». Una familia. Nigel Pearson instauró el fish and chips de todo el equipo los viernes, al que se ha añadido el pastel de manzana derretido, uno de esos aquelarres de la gastronomía inglesa. «A veces me siento a la mesa a cenar con ellos y me asusto viendo todo lo que comen. Nunca había visto jugadores tan hambrientos. Pero si corren duro, por mí que coman todo lo que quieran», ha comentado Ranieri.

Ranieri y el club

El técnico romano ha cambiado. La renuncia a instaurar una dieta para las comidas es una señal. Su llegada fue acogida con prevención por los futbolistas, contentos con la libertad que les concedía Pearson y temerosos del hipertacticismo de los técnicos italianos y sus trapazas amarrateguis. Además de ascender al equipo, Pearson hizo un papel fabuloso a la hora de dotar al club de orden interno e infraestructura. Cinco campos de hierba natural, uno artificial y otro bajo techo. Hay gimnasio, aula para el videoanálisis y hasta una cámara de crioterapia anexa al vestuario para recuperar a los jugadores.

Ranieri se sorprendió al ver la calidad de la infraestructura y se percató pronto de que no debía forzar la máquina: «Cuando llegué en agosto vi todos sus partidos del año pasado en vídeo y luego hablé con los jugadores. Me di cuenta de que tenían miedo a que viniese con tácticas italianas. Para un entrenador italiano el fútbol consiste en controlar el juego aplicando tu sistema. A ellos eso no les convencía. A mí tampoco. Siempre he admirado un buen sistema, pero creo que lo importante de un entrenador es armar un buen equipo basándose en las características de los jugadores que tenga». El corolario estaba claro: «Les dije que confiaba en ellos, que habría poca táctica y que para lo importante era que corriesen mucho». ¡Y cómo patean los zorros!

Leicester, de 330.000 habitantes y con zonas bonitas y otras no tanto, volvió a ponerse en el mapa cuando hace un lustro se hallaron los restos del desdichado Rey Ricardo III en las obras de excavación de un aparcamiento. El año pasado, el shakesperiano y contrahecho monarca, el último de los Plantagenet, fue enterrado ya algo más en serio, con honores regios y en la catedral. De Leicester son también el grupo de rock Kasabian y, por supuesto, el exariete local Gary Lineker, hoy gurú supremo del fútbol televisivo como comentarista en la BBC. Cuando se enteró de que la propiedad tailandesa traía al romano al banquillo frunció el ceño: «Claudio Ranieri. ¿De verdad?», escribió en un lacónico tuit que lo decía todo.

Un trotamundos

Ranieri es un viejo trotamundos del fútbol europeo, con pasos recordados por el Valencia y el Atlético de Madrid. Entre 2000 y 2004 entrenó al Chelsea. En el mundo socarrón del fútbol inglés en aquella etapa siempre se lo tomaron un poco de coña, a lo que ayudaba un inglés limitadísimo. Lo apodaron Tinkerman, algo así como el hombre de los arreglos, o de los cambios, en alusión a su propensión nerviosa a cambiar la alineación y hacer experimentos. Hoy es el técnico de la Premier que menos cambios ejecuta sobre el once titular. Tinkerman empieza a ser llamado Superman.

A Ranieri siempre le quedó la espinita de la Premier. Tal vez por eso él y su mujer, Rosanna, conservaron hasta hoy mismo su vivienda en Parsons Green, un barrio tranquilo, al sur más modesto de la elitista Chelsea. Claudio ha vuelto a Inglaterra con el pelo blanco, gafas redondeadas, un inglés mucho más competente y mayor sabiduría. Sigue gastando ese humor latino que te gana, pero quienes lo conocen muy en privado aseguran que puede tratarse de un escudo defensivo de quien en realidad es mucho más reflexivo y dominador de las situaciones de lo que pueda parecer.

En realidad, Raneiri ha tenido que manejar su mano izquierda para alcanzar un trato amistoso con sus jugadores manteniendo al tiempo la autoridad. Y es que el orden interno en la caseta no siempre estuvo tan garantizado como ahora parece. En la pretemporada hubo aventuras de prensa tabloide con zorros y zorras. En la pretemporada en Tailandia, impuesta por el propietario, la prensa amarilla inglesa se hizo con un vídeo en el que se veía a tres jóvenes jugadores insultando a un grupo de prostitutas en una orgía. Uno de ellos era el hijo de Pearson, y lo echaron. En agosto, Vardy, el máximo goleador, fue grabado profiriendo insultos racistas en una velada de casino. Ranieri, entre chanzas y frases a lo Arsenio Iglesias, ha armado una piña comprometida hasta el extremo en la cancha.

Tú me das, yo te doy. Ese es su lema. Te matas en la cancha y, a cambio, dos días de vacaciones cada semana en los que me olvido de ti. El sábado juegan. El domingo, día libre. Lunes, entrenamiento muy ligero. Martes, entrenamiento duro. Miércoles, descanso total. Jueves, otra vez machaque intenso. El viernes se dedica a preparar el partido, y el sábado, vuelta a jugar.

¿Ganará Claudio Ranieri la Premier? «No lo sé. Pero que me hagan esa pregunta ya es algo fantástico». Lo que sí tiene claro es por qué toda Inglaterra se ha enamorado del Leicester: «En una era en la que el dinero cuenta para todo, creo que damos una esperanza a todo el mundo».

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