Fútbol

Ansu Fati, entre las prisas y la globalización del fútbol

Las selecciones pelean por las jóvenes promesas a golpe de nacionalización

Ansu Fati, en uno de los entrenamientos de la sub 21 previos al partido contra Montenegro EFE

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A partir de esta tarde, cuando es más que probable que debute con la selección española sub 21 frente a Montenegro, nadie pedirá el DNI a Anssumane Fati Vieira (Guinea Bissau, 2002). Lo que importe a partir del momento en que se enfunde la camiseta de España será lo que digan sus pies. Para que así sea, la Federación y el Consejo Superior de Deportes apretaron lo suyo: espoleados por un rendimiento descomunal a su edad, ambos organismos menearon el asunto para que el Consejo de Ministros resolviera en tiempo récord la nacionalización del chico, un forastero hasta hace dos telediarios pese a que vive en el país desde que la localidad sevillana de Herrera lo acogiera con seis años.

Para el caso de Fati se optó por la carta de naturaleza , una medida con la que se pretende evitar el fango de la vía ordinaria acreditando motivos excepcionales, obvios en este caso. Las prisas no pasaron desapercibidas para deportistas que persiguen siquiera una décima parte del cariño con el que envolvió el caso del atacante del Barcelona. El atleta Moha Bakkali , quien lleva 16 años esperando para lograr ser español, no ocultó su enfado. Hay motivos, más allá de la mercadotecnia y lo económico, que permiten entender la situación. Basta con mirar a Portugal, país colono de Guinea Bissau: los gerifaltes del fútbol luso reclamaron rápidamente su derecho a nacionalizar a Fati con la connivencia, además, del padre del chico. Había que moverse rápido.

De manera inevitable, vienen a la mente los nombres de Bojan y Munir , niños que brillaron antes de ser pulidos y a los que la Federación quiso echar el lazo con prisas. Aunque su situación no era la misma. Ambos nacieron en España, el primero en Liñola y el otro en El Escorial, así que lo que urgía con ellos era hacerlos debutar con la absoluta para que ni Serbia ni Marruecos, los países del padre de cada uno, pudieran llamarlos a filas. A la vista está que la jugada fue un chasco para los futbolistas : con la selección ninguno pasó del puñado de minutos con el que certificó su españolía. En la otra acera está Achraf Hakimi , lateral del Real Madrid nacido en la capital que despunta cedido en el Dortmund, y que en su día eligió jugar con Marruecos, su país de origen.

Otro por el que tuvo que pegarse la burocracia de Las Rozas es Diego Costa . El hispanobrasileño quería jugar el Mundial de 2014 y, pese a que hasta entonces la camiseta que había vestido era la de Brasil, logró acudir a la llamada de Del Bosque. Aquello, que trajo cola, fue posible gracias a que el delantero no había jugado aun más que dos amistosos con la Verdeamarela.

La FIFA dictamina que para adoptar una nueva nacionalidad, el jugador que así lo solicite no puede haber disputado partidos oficiales con otra selección. Este derecho, que sólo puede ejercerse una vez, no puede reclamarse al tuntún : el máximo organismo del fútbol internacional exige que el implicado haya nacido, tenga padres o abuelos o haya vivido al menos cinco años en el territorio que pretende defender. La cosa se endureció en 2004, cuando un Comité de Urgencia encabezado por Blatter actualizó la normativa al ver que Qatar se disponía a hacer una selección de jugadores nacionalizados para tratar de ir al Mundial de Alemania.

Como siempre, hay excepciones. Ocurre con ciertas nacionalidades, como la británica, una suerte de llave maestra que abre la puerta a cuatro combinados nacionales: Inglaterra, Irlanda del Norte, Escocia y Gales. No resulta difícil de entender que varios de los jugadores más destacados de los tres últimos caigan rendidos ante los cantos de sirena de una potencia como son la que dirige Southgate. Declan Rice, que pasó por las categorías inferiores de Irlanda, es uno de ellos. En la última convocatoria, el país de los tres leones alistó a 18 jugadores que podrían formar parte de otra selección.

Paradigmas

Adam Januzaj , uno a por el que fueron los ingleses, aflora como caso paradigmático para explicar este embrollo de pasaportes y banderas. En 2014, tenía seis opciones para emprender su carrera internacional: Bélgica, donde nació; Albania y Kosovo, por sus padres; Serbia y Turquía, por sus abuelos, y la propia Inglaterra, donde vivía mientras jugaba para el Manchester United.

La diversidad es ya una tendencia. El pasado verano Francia , un país en el que más de 67 millones de habitantes en el que se estima que en torno a un 40% de los nacidos últimamente tienen al menos un padre o abuelo inmigrante, ganó el Mundial con solo cuatro jugadores sin mestizaje: Lloris, Pavard, Thauvin y Giroud. No es algo que todos se tomen a la ligera. Ibrahimovic , que tiene vínculos con Bosnia y Croacia, recriminó a Janne Andersson , actual seleccionador sueco, no haber llamado a jugadores de origen extranjero en su primera convocatoria, hace tres años. El gigantón de Malmo levantó una polvareda de acusaciones de racismo en un país donde el 20% de sus gentes tiene raíces fuera.

El fútbol como reflejo de las tendencias globales. Ahí está Ansu Fati.

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