Ciclismo

El Tour al revés: Eslovenia imperial, España vacía

Tadej Pogacar es el rival a batir, con su compatriota Roglic a la expectativa. Enric Mas lidera una colonia española muy pobre

Tadej Pogacar AFP
José Carlos Carabias

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Empieza hoy el Tour y el gran público en España, el que se mueve por tendencias y no tanto por deportes, tiene dificultades para mimetizarse con algún ciclista. Toca vender el proyecto de Enric Mas, el mallorquín del Movistar que, más que con ganar el Tour, sueña con llegar al podio y sumar muchos puntos para su equipo amenazado por el descenso de categoría. Ya no participa Alejandro Valverde, el multiusos que todo lo arregla, porque son 41 años y el cuerpo le pide el beneplácito de la Vuelta en vez del estrés del julio francés. Por primera vez desde hace décadas, no corren ni Alberto Contador ni Purito Rodríguez (retirados) ni Valverde (en su última temporada). Los españoles, solo nueve en esta edición que sale de Copenhague, son minoría y poco influyente. Todo lo contrario que Eslovenia, un país minúsculo y bellísimo de dos millones de habitantes, que es la exuberancia en ciclismo. Tiene al primer candidato, Tadej Pogacar, vencedor de las últimas dos ediciones, y al aspirante a desafiarlo, Primoz Roglic.

No hay ciclistas invencibles, según demuestra la historia, pero en las horas previas a un Tour acosado por los casos de Covid resulta medio imposible encontrar los puntos débiles de Pogacar. Con 23 años ya es un ciclista maduro, que con las nuevas tecnologías ha acortado el antiguo proceso de aprendizaje de los campeones de otros tiempos. Antes, salvo Fignon, no había ganadores de la Grand Boucle antes de los 25 o 26 años. Pogacar ganó el primero con 21 , en aquella contrarreloj de la Planche de Belles Filles que hundió a Roglic. En realidad, el fenómeno esloveno ya había mostrado su talento en su primera Vuelta a España, cuando en 2019 puso patas arriba la penúltima etapa cruzando la sierra de Gredos como una centella. Acabó tercero, detrás de Roglic y Valverde.

Todo lo que hace Pogacar parece fácil y asumible. Su velocidad en los puertos, su potencia en la contrarreloj, su solvencia para esprintar... Cuando ataca, es inalcanzable. El Emirates que dirige el español Josean Matxín lo ha rodeado este año de alguna garantía en la montaña, con el neozelandés George Bennett y el español Marc Soler. Pogacar gana ofreciendo recitales. Lo ha hecho este año en la Strade Bianche, Tirreno-Adriático, Tour de Eslovenia... La falta de motivación parece su primer enemigo, más incluso que el equipo de Roglic, el Jumbo-Visma que aporta al segundo clasificado del año pasado, el danés Jonas Vingegaard, y al excelso Van Aert.

El pelotón español está muy lejos de los eslovenos. Hace cuatro años de la última victoria de etapa en el Tour (Omar Fraile, 2018) y casi dos años de la última en cualquiera de las grandes Tour, Giro y Vueltas (Ion Izaguirre, en la ronda española en 2020). La crisis de resultados y de expectativas es evidente. Y la comparación con el pasado casi es sangrante. Hace diez años, en 2012, había dos equipos españoles (Movistar y Euskaltel) y pululaba en busca de algún Tour más Alberto Contador. Hace veinte, en 2002, eran cuatro equipos (iBanesto.com, Once, Kelme y Euskaltel), un pasajero en el podio (Beloki) y la Once ganadora de la clasificación por escuadras. Y hace treinta, en 1992, el desfile triunfal de Miguel Induráin (el segundo de sus cinco Tours) y cuatro formaciones punteras (Banesto, Clas, Once, y Amaya).

«Esperemos que solo haya este vacío (9 ciclistas) durante este año», dice sin mucho convencimiento Enric Mas , el líder del Movistar que comparece solo, sin Valverde, sin Nairo, sin nadie. «¿Lanzar un ataque?», se le pregunta por su talante conservador y como método para animar a la afición. «Bueno, la afición puede esperar un ataque, pero el que lo decide soy yo. Es fácil ver las cosas desde la televisión, pero no siempre se puede», claudica en sus aspiraciones previas, que apuntan al podio como máximo. «También necesitamos los puntos para el equipo, aunque si veo el amarillo al alcance...», reflexiona.

No hay descanso en el recorrido del Tour, que hace años abandonó la fórmula rutinaria de primera semana de llegadas al esprint, nervios y caídas, y la segunda y la tercera con la alternancia de los Pirineos y los Alpes. La carrera parte de Dinamarca con una contrarreloj (13 kilómetros), ingresa en Francia por el norte donde el miércoles espera un sucedáneo de la París-Roubaix con veinte kilómetros de adoquines, sigue en la primera semana con la montaña en la Planche des Belles Filles, y se adentra en las cumbres con el tremendo Glandon (donde Eduardo Chozas ganó en 1985), el icónico Alpe d'Huez, la dureza de Peyragudes y Hautacam. Y para cerrar, una contrarreloj larga, 40 kilómetros, al viejo estilo de los noventa, en Rocamadour, el pueblo entre bosques colgado de una roca.

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