Vuelta a España

Fuego imprevisto en Oviedo

Una caída masiva implica a Valverde y Pogaçar, sin aparentes consecuencias. Segunda victoria de Sam Bennet

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Las sobremesas en las que se impone la siesta, el tono monocorde desde la tele, y se hace inevitable la cabezada de alivio, no siempre acaban con una «volata» de diez tiburones lanzados sobre la presa, una aceleración cercana a los 70 kilómetros por hora y un golpe de riñón de un ciclista que tiene que evitar luego la agrupación de fotógrafos apostados ochenta metros más allá de la meta. Puede suceder, como ayer en la luminosa Oviedo, que el libro de ruta no señalizase con precisión la cuesta del último kilómetro, surgiese un astuto lector de la situación y, sobre todo, se endemoniase la reunión con una caída multitudinaria en la que se vieron involucrados los tres primeros clasificados de la general. Roglic se quedó clavado; Valverde y Pogaçar se fueron al suelo sin aparentes consecuencias, aunque la sangre apareció en codos y piernas de los jefes de la Vuelta. En Oviedo repitió triunfo (ya ganó en Alicante) el irlandés Sam Bennett.

Llega Valverde al teatro Campoamor de Oviedo, confluencia con la calle Uría , taponados dos símbolos de la ciudad por el armazón publicitaria, y se duele. Gesticula y se señala la mano izquierda. «Me he caído casi parado, me molesta la muñeca». Llega Pogaçar, el talento esloveno y juvenil, con sangre que mana del brazo y la rodilla tocada. «No sé qué pasó, pero de repente la mitad del pelotón estaba en el suelo y yo estaba entre ellos. Estoy ok, solo tengo unos cortes». También Roglic aterriza cortado, como todos los que no avanzaron más allá del puesto 35. El líder se quedó bloqueado, aunque no cayó. «Hay que estar muy atentos en estas etapas de velocistas», cuenta en su mensaje escaso.

La Vuelta despliega un espíritu indómito . Si no sucede nada, cuestión improbable en el día a día, ya se encarga el azar o el destino de involucrarse en la tarea. El caso es que el guión de etapa llana, fuga calculada y esprint global de los velocistas no se ejecuta casi nunca.

El estilo de la carrera se vuelca claramente con el riesgo. Desprecia la comodidad y se aventura en el terreno que se asocia al peligro . Subir a toda una caravana al prado de los Machucos es lo contrario a contratar una póliza de seguros. Salir desde el embudo de San Vicente de la Barquera también supone una clara exposición a la contingencia. Pero hay un ángel que puede con todo, esquiva el daño y consigue que ruede la Vuelta entre los sobresaltos y la atención general. El público está con la carrera, por su proximidad y sensación de vecindad. Mejor la incertidumbre que el aburguesamiento.

Hasta Oviedo no había otra cosa que el perfil conocido. Una escapada celebrada por el Jumbo (Diego Rubio, Dillier, Pibernik, Vanhouke, Puccio y Rossetto), un trazado sin grandes alicientes, pero visualmente espléndido desde el helicóptero por la Costa Verde asturiana ( las playas de Rodiles, Isla, La Ñora ) y un esprint en la capital.

Sucedió que el último kilómetro no estaba marcado en el libro de ruta que reciben todos los equipos al principio de la carrera un potente repecho en la calle Azcárraga que podía eliminar a muchos velocistas. Tampoco se podía predecir que el pelotón fuese a partirse por una caída en una cuesta y en una ancha avenida. Pero hubo un afilador en la panza del grupo , un bandazo terminó en golpe y más de treinta corredores quedaron atrapados. Valverde y Pogaçar, al asfalto. Fuego imprevisto. La rúbrica de la Vuelta.

Hoy la carrera recorre los puertos del suroeste de Asturias en busca de nuevas emociones, aunque Roglic parece de momento inabordable.

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