Al pie de una encina

La gripe del murciélago chino

En la España despoblada o entre los campesinos y agricultores de la medio poblada, la pandemia no ha supuesto el mismo trauma porque tienen costumbre de soledad

Marqués de Laserna

Pomposamente se ha bautizado «Covid 19» a la infección de este año, yo prefiero ponerle un nombre más cercano, «la gripe del murciélago chino», que trae reminiscencias de Fu Manchú o del teatro de Manolita Chen. Nombrarla «peste» puede parecer un insulto a la sociedad actual tan sabia de todos los conocimientos y poseedora de recetas para cualquier eventualidad.

El bichito, llámese como se quiera, ha sido un toque de atención para los humanos del siglo veintiuno. Resulta que nuestra colectividad, ensoberbecida por adelantos técnicos y atrasos espirituales, ha visto trastornado su bienestar, que era su fin y su orgullo, por algo que no puede distinguirse a simple vista; y el mayor daño no ha sido su letalidad (inferior a la del año 1918) sino su rápida contaminación que afectó al sistema sanitario, sin medios para tratar a tantísimos enfermos.

Ha demostrado que la Sanidad española –un ejemplo mundial– sería incapaz de enfrentarse a las pestes medievales que asolaron Europa, a la viruela que combatió Carlos IV con el médico Balmis o al cólera en la España de Alfonso XII. También ha demostrado que el humano del siglo XXI es un ente gregario que ha perdido toda capacidad de ingenio, y sin el espectáculo del fútbol y las reuniones en los bares no sabe qué hacer con su persona. ¿Habrá que recordar el Decamerón y la peste florentina del siglo XIV?

Sin embargo en la España despoblada o entre los campesinos y agricultores de la medio poblada, la pandemia no ha supuesto el mismo trauma porque tienen costumbre de soledad, es decir, de estar consigo mismo, de ejercitarse en la reflexión. Han realizado las labores habituales, los tractores recorrieron los mismos caminos e incluso económicamente el daño ha sido mucho menor. Porque son personas y no han creído que «serían como dioses», y su vida mantiene el compás de las estaciones y de la naturaleza.

Sus existencias se centran en la sencillez de lo esencial, no dependen tanto de futilidades materiales y son criaturas que reconocen a su Creador.

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