Al pie de una encina

20 de marzo: Gobierno, escucha

La manifestación que tuvo lugar ese día mantuvo un constante grado de emoción

Marqués de Laserna

El pasado 20 de marzo estuve en la magna manifestación con la que el mundo rural protestó contra el desprecio estatal y los ataques del Gobierno de la Nación. Sin ánimo para realizar todo el recorrido, me dirigí al escenario donde se remataba el desfile; allí, para esperar que llegara la cabeza de la multitud con sus pancartas, un esforzado ciudadano entretenía al numerosísimo público que aguardaba a pie firme. Y pude constatar cómo se domina a las masas: con el micrófono en la mano, el interfecto arengaba a la multitud entregada con breves mensajes, la conminaba a agitar banderas, a dar voces y repetir consignas, a identificarse por grupos.

Toda su dinámica estaba dirigida a enfervorizar y en ningún momento quiso provocar acción, solamente mantener un alto grado de emoción. No hubo ni en donde yo estaba ni en todo el recorrido la menor violencia: el mobiliario urbano terminó sin un rasguño, las fuerzas de orden público no solo no tuvieron que intervenir sino que eran aplaudidas, la paz y el sosiego imperaron y fue ejemplar la solidaridad de agricultores con ganaderos, del mundo del toro y la pesca y la de los cazadores –cuyas enseñas de color butano dominaban sobre el conjunto– con todos los grupos, dando ejemplo de armonía.

La indignación se mostró únicamente contra el Gobierno pero las constantes voces de «dimisión» no se remataron con «paredón» de tan fácil consonante. El Campo pedía justicia, no venganza. Más rodeado por innúmeras personas enfebrecidas, comprendí que si desde los altavoces se hubiera sugerido asaltar el Palacio de Invierno, esa masa habría acometido sin dudarlo.

Me recorrió un escalofrío por lo sencillo que resulta enardecer, por la responsabilidad que supone conmover, y el mérito que resulta de organizar una manifestación como la del 20 de marzo y llevarla a cabo con educación y sentido común. Queda ahora que los políticos recojan la lección, que escuchen a los cazadores y a toda esa inmensa muchedumbre de personas que viven lejos de las ciudades y que son menos manejables; esto es, que gobiernen para el bien común.

Dios lo quiera.

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