Muhammad Ali: mucho más que un deportista enorme

Mejor boxeador de todos los tiempos para buena parte de la crítica y símbolo de la igualdad de derechos

Ali descansa en su esquina durante el combate contra Karl Mildenberger, en 1966 EFE
Jorge Sanz Casillas

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Hay trayectorias que se resumen con media docena de vídeos y un puñado de gifs, pero también hay vidas que necesitan de una explicación más allá del deporte. Muhammad Ali fue un atleta de éxito y un boxeador hegemónico, pero también una rebelión en sí mismo: un grito de igualdad entre negros y blancos y la constatación de que el deporte puede inculcar la paz. Y todo esto, con un torso cincelado y un guante de crin en cada mano.

En 1999 Muhammad Ali es nombrado «deportista del siglo XX» por la BBC. El 5 de junio de 2016, ABC dedicaba su portada al boxeador, que falleció tras muchos años peleando contra sus achaques, consecuencia probable de una intensa vida en los cuadriláteros.

A diferencia de sus predecesores en el trono de los pesos pesados, Cassius Clay no tuvo que pasar por el trance de ver hundirse a sus padres. Él pertenecía a la burguesía negra y, desde ese escalón, construyó una conciencia de clase con la que trascendió al deporte. Un día, siendo todavía un mocoso, le preguntó a su madre: «Mamá, cuando subes al autobús, ¿qué ve la gente: una señora blanca o una señora de color?». Él empezaba a ser consciente de las diferencias raciales de su Kentucky natal y, con cinco años, le hizo una pregunta parecida a su padre: «Papá, voy a la tienda y el dueño es blanco. Luego voy a la farmacia y el farmacéutico es blanco. El conductor del autobús es blanco. ¿Qué es lo que hacen los negros? ».

Como boxeador pronto se supo que estaría entre los elegidos. Su madre contó que, cuando tenía nueve meses, al estirarse en la cama, Clay le golpeó en la boca y le dejó dos dientes tiritando (se los tuvieron que quitar). Ya de adulto, fue campeón olímpico en los Juegos de Roma 1960 y empezó a pedir un sitio entre los mejores del ámbito profesional, apoyando su ascenso en un estilo innovador y una dosis de chulería muy atractiva para los periodistas.

Se proclamó campeón de los pesos pesados contra Sonny Liston cuando tenía 22 años y 19 peleas. Repitió victoria en el combate de revancha y dejó para el recuerdo «el golpe del ancla», que nunca fue un golpe sino el aspaviento de un Clay pidiendo a su rival que se levantara.

Cassius Clay cambió de nombre y se permitió el lujo de ser igual de memorable con ambos. Se declaró musulmán y antibelicista en una época en la que bastante tenía con ser negro. Renombrado como Muhammad Ali, fue suspendido y despojado de sus títulos por negarse a combatir en Vietnam. Los periodistas le preguntaron qué pensaba de la guerra, del presidente Lyndon B. Johnson y del Vietcong, enemigo del Ejército americano. «Tío, yo no voy a pelearme con el Vietcong ese» , contestó.

Esa respuesta, llena de ignorancia y convencimiento a partes iguales, simboliza de alguna forma todo lo que era Muhammad Ali : un hombre al que no le importó que cortasen su carrera en lo más alto por mantenerse fiel a sí mismo. Un deportista que, por todo lo anterior, sobrevivió al oro y las medallas.

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