Juegos Paralímpicos

Héctor Cabrera: «Con 11 años me hice mayor»

El lanzador de jabalina se crece ante las adversidades, que no son, precisamente, el síndrome de Stargardt que le va dejando sin visión

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Aprendió a ser mayor demasiado pronto. Con once años, después de dos dando vueltas por consultas médicas por toda España le dijo a su madre que ya estaba bien. Lo habían intentado todo para encontrar una solución, pero todo parecía confluir en el mismo punto: la enfermedad de Stargardt. Degenerativa, su visión se iba acortando cada vez más. Con 22 su vista sigue con dificultades, pero su determinación es la misma que cuando tenía once. Ya ni siquiera le preocupa demasiado si va a más o a menos. Ni quiere saber nada de una posible cura. Está preparado incluso para perder la vista del todo. Desde aquellos once años, Héctor Cabrera ( @cabrerallacer_h) sabe bien lo que quiere y cómo conseguirlo.

Quiere ser el mejor en jabalina, una modalidad que encontró por casualidad en un campus deportivo organizado por Julio Santodomingo en el que probó de todo. Lanzó una pelota y se salió. Del campo y de las expectativas de quienes lo vieron. Quizá debía probar con jabalina, le comentaron. Y así está, quinto del mundo, quinto en Río 2016, con muchas ganas de ascender puestos, pero sin demasiados recursos para lograrlo.

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Apoyo familiar no le falta. Tampoco de su entrenador, Juan Vicente Escolano, con quien ha conseguido sus mayores éxitos. Quizá algo más de la universidad en la que estudia INEF, que no siempre se lo pone fácil para compaginar las clases con pelear por medallas en nombre de España. Le pasó este cuatrimestre, en el que, primero los Juegos y después esta lesión inoportuna, le han impedido acudir a la Universidad de forma continua.

Pero sí apoyo económico por esos estrictos criterios en que a partir del cuarto clasificado ya no existen becas ADOP. Una desigualdad con respecto a los deportes olímpicos -hay becas hasta el octavo-, que Cabrera reivindica porque su sacrificio es el mismo. «Por suerte soy valenciano y cuento con las ayudas del proyecto FER. Es el cien por cien de mis ingresos. Pero esto también me elimina en algunas convocatorias de otros organismos. El ADOP me ayuda en cuestión de médicos, por eso venía a Madrid para cuidarme la operación de espalda que tuve que hacer después de los Juegos. Pero yo de médicos ni como ni puedo entrenarme».

Mecenas

Así que ha tenido que aprender a buscarse sus patrocinadores y sus medios de entrenamiento. No solo para él, sino también para sus entrenadores, responsables de la mitad de sus logros. Con Escolano viajó a Finlandia para poder aprender de los mejores lanzadores de jabalina. Y, de paso, buscar un mecenas. «Cuando salíamos estuvimos hablando de que estaría muy bien si Nordic, que era la empresa que había dado la charla, nos ofreciera algún tipo de material. Lo hablamos, lo hablamos y en un momento me volví a la sala y fui a por el representante de Nordic. Con mi inglés “chapurreao” le expliqué quién era y si estaba interesado en llevar la carrera de un atleta paralímpico». A los días le llegó una jabalina para cerrar el acuerdo.

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Suelen oscilar entre los 800 y los 1.200 euros y aunque cada uno de los atletas utiliza una distinta y personalizada en sus entrenamientos, a la hora de la competición todos pueden utilizar las de todos. En los Juegos de Río, donde acudió con su madre, Cabrera decidió que aunque otros deportistas tuvieran jabalinas más caras, no serían mejor para él. Otro ejemplo más de que el valenciano tiene las ideas preclaras. Pero la competición fue dura. «La prueba era de una categoría superior a la mía, es decir, los demás veían más que yo. Y además no permitían a los guías situarse en el sitio donde debo empezar a hacer los cruces. A él sí lo veo, pero la marca que dejaban en Río no es más alto que un vaso y eso sí que no lo veo. Así que me puse la mochila, con toda la ropa encima para que fuera lo más alta posible para poder verlo. Pero no podía ver el resultado de lo que había lanzado, y no me daba tiempo a ir ahsta mi entrenador, que me dijera los metros y los de mis rivales y volver. A partir del segundo lanzamiento ya solo podía decirme algunas anotaciones, volvía a las jabalinas e iba palpando la pegatina amarilla que distinguía la mía de las demás. Creo que eso me afectó».

Pero Cabrera sigue luchando. Rehabilitándose lo más rápido que puede para bien el Mundial. Quiere superar esa barrera física y psicológica del quinto puesto y mejorar así su futuro.

Charlas, cocina y huerto

Mientras tanto, continúa con la otra actividad que más le llena: las charlas a niños. En una de ellas acabó emocionándose porque la madre de un niño con su mismo problema le dio las gracias entre lágrimas. «Vi que me gustaba eso. Me gusta transmitir mis valores. Creo que puedo contar muchas cosas que pueden ser interesantes. Mi situación de cuando era pequeño puede servir para otros. Que hay un camino, que no se acaba la vida en la enfermedad. Doy gracias a la enfermedad porque me ha permitido ser quien soy y cómo soy: viajar por todo el mundo y conocer a gente maravillosa. Creo que no lo no hubiera conseguido sin mi discapacidad».

También, dice, ha tenido la suerte de tener a unas personas a su alrededor que le empujan siempre a ser mejor. Como su madre, que lo pasó mucho peor que él en esa época de la vida en la que debería haber estado jugando sin preocupaciones y acabó por hacerse un adulto antes de hora. O su novia, con la que comparte películas históricas o tardes de videojuegos aunque siempre acabe perdiendo. «Es que no veo dónde está el malo». Lo que peor lleva es tener que depender de otras personas, y que lo tengan que llevar en coche todos los sitios. Como a ese huerto en el que encuentra su retiro particular. Donde recarga pilas, puede volver a ser aquel niño que nunca fue demasiado, y fijar sus nuevos objetivos.

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