Romance de «Bailaor»

Alberto García Reyes recuerda en estos versos al toro que, hace ahora un año, mató a Joselito

Portada de ABC con la cabeza del toro que mató a Joselito

Alberto García Reyes

Los huesos en la muleta,

descarnado el viejo rito

de las pisadas sin huellas,

tiritan rachas de frío

en el centro de la hoguera

que la muerte le ha ofrecido

al infierno en las muñecas

del escultor del granito

con el que embisten las fieras.

Un toro fuera de tipo,

cruz de la Viuda de Ortega,

talla un alto monolito

de luto en la transparencia

y la sombra da un vagido

que avisa de la querencia

del burel por su enemigo.

El cronista, siempre en vela,

murmura desde el tendido

que están poniendo una esquela

en el papel del olvido

y que está la Macarena

cambiándose su vestido

por un manto de duquelas:

«Por ahí no, amigo mío».

Por esa estrecha vereda

se terminan los caminos,

los alamares incendian

con sus luces el destino

y la cruz de la inocencia

encharca un monte de lirios

con tinta sobre la piedra,

tiempo con el tiempo herido,

quietud con el alma inquieta,

la infinitud de lo efímero,

la eternidad pasajera.

El burriciego, fundido,

escribe sobre la arena

la crónica de un martirio

hecho de sangre y quimera,

epitafio de un castigo

que tiene un nombre, «Grabiela»,

gitana de cuatro siglos

que con las carnes abiertas

baila la danza del hijo

que ha de criar bajo tierra:

«Bailaor, baila conmigo

mi última petenera».

Ni la Esperanza, ni el Cristo

que está aguardando Sentencia

pueden leer lo que ha escrito

Corrochano en su tragedia,

cinco mariquillas, cinco,

tiemblan de miedo en la iglesia

con la tablilla del quinto

en la plaza de su herencia

y la Virgen se ha provisto

de cinco lágrimas nuevas.

Dieciséis de mayo, un limbo

templa el aire en la bandera,

año veinte, el infinito,

y una vítrea ventolera

susurra por los oídos

«el día que yo me muera…»

Ya se ha muerto, yo lo he visto,

el geranio de la huerta

de los Ortega en el río

Guadalquivir, agua quieta

por naranjales antiguos

del torero sin escuela

que lleva el vientre vacío

pero las entrañas llenas,

el sabio de los abismos

que torea en la candela

donde la vida es delito

y la muerte es la pureza

que queda después del grito

del gallo de Talavera

que le canta a Joselito

cada nueva primavera.

Si ha muerto lo resucito

para que viva la Fiesta.

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