Juan Belmonte
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Juan Belmonte cortó un rabo en su última corrida en Madrid hace ochenta años

El Pasmo de Triana dijo adiós a Las Ventas en una tarde histórica

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«¡Hoy torea Belmonte!» Aquello se pronunció por última vez en Madrid el 22 de septiembre de 1935. Era la tarde final de Juan Belmonte en esta plaza, la plaza que tantas veces los aclamó a lo largo de sus 64 paseíllos capitalinos, 62 en la Plaza Vieja y 2 en Las Ventas, escenario que inauguró un año antes.

El ambientazo queda reflejado en la crónica de ABC. «No cabe un alfiler cuando se abre el portón», escribe Eduardo Palacio. Enfundado en un terno granate y plata, avanzó con gesto serio por el ruedo. Los aplausos del público no se hicieron esperar: con tibieza primero y frenéticos después, con el Pasmo sonriente ahora.

La hora de la verdad llegó.

Sonó el clarín y apareció por toriles un hermoso ejemplar de Coquilla, «tan bravo, tan bravo, que siguiendo el capote de un peón, que se refugió en el burladero del 8, remata en tablas con tal ímpetu que se parte por la misma cepa el pitón izquierdo». Cuatro verónicas lentas quedaron sobre el tapete, pero los tendidos protestaban al toro, que fue sustituido por un sobrero de Lorenzo Rodríguez, «Buenasombra» en el bautismo. Cuenta la crónica que el sevillano lo lanceó con su particular estilo y inaguuró la faena con un pase por alto: «Sigue por naturales, de pecho, molinetes y señala un pinchazo sin soltar el acero. Tres pases más y media estocada en las agujas». ¡Primera oreja!

Locura con el manso

La locura se desató en el cuarto, un manso de libro que ni en querencia de chiqueros consintió entrar a los caballos. «Belmonte había conseguido prenderle en su mágico capote con cinco verónicas y media, modelo de temple y suavidad. Logran, por fin, peones o diestros, que el toro tome unos refilonazos, que ni le excitan si quiera, pues huye por todo y de todos. Rosalito, para hacer que arranque el último par, tiene que tirarle la montera al hocico. Se aplaude mucho al rehiletero. Tocan a matar y el manso se refugia en tablas».

Y sigue la crónica de Palacio: «Allí va Belmonte en su busca. Ocho pases, los justos, dando al buey todas las ventajas, y el diestro arranca en corto, derecho, seguro y deja medio estoque en el hoyo de las agujas. Rueda el coquilla, negro, nº 83, Ocicón de nombre, y el anillo no es una plaza de toros. Se ha convertido en los almacenes Rodríguez o algo análogo. Sombreros, incluso de señora; chaquetas, blusas, bolsos, zapatos y hasta un puro envuelto en un billete de veinte que atrapa Rosalito. Belmonte corta las dos orejas, el rabo, da dos vueltas al ruedo, sale a los medios y en el aire vibran emocionadas estas tres palabras: ¡No te vayas!»

La anécdota la pondría un aficionado al grito de «¡Viva Don Antonio de los Aires!» ¿Quién es ese?, se preguntaba el crítico. Y el aficionado respondió: «Pues el cura que el 17 de abril de 1892 bautizó en la iglesia Omnium sanctorum a Juan Belmonte y García, que nació tres días antes, en la calle Feria, número 72».

También logró los máximos trofeos Alfredo Corrochano, que brindó una faena a Belmonte. El otro espada,Marcial Lalanda, sin suerte en su lote, se reconcilió con los 22.630 espectadores con un desafiante quite de la mariposa.

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