Ponce y Bautista, por la Puerta de los Cónsules
Ponce y Bautista, por la Puerta de los Cónsules - efe

Enrique Ponce, cojo, cumbre en Nimes

Sale por la Puerta de los Cónsules con Bautista en la feliz alternativa de Roca Rey

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En el coliseo romano de Nimes, uno de los más bellos escenarios posibles, se vive una tarde de toros extraordinaria, sin triunfalismos: Andrés Roca Rey, herido hace 12 días, toma la alternativa y corta dos orejas. Enrique Ponce, totalmente cojo, logra una actuación cumbre, corta tres orejas, lo mismo que Juan Bautista: los dos abren la Puerta de los Cónsules. Son nobles los toros de Juan Pedro (cuarto y quinto), complicados los demás, de Victoriano del Río. [Así lo contamos en directo]

Roca Rey tiene cabeza clara y seguridad, además de gran valor. Es un torero largo, que domina todas las suertes. En el de la alternativa, «Pocosol», tostado, de juego desigual, que brinda a su padre y su hermano (también matador), se muestra tranquilísimo, con capote y muleta.

Se le va la mano al matar: una sola oreja. Arma un lío al recibir al sexto, de Juan Pedro, que se lesiona. En el sobrero, de Victoriano, que resulta brusco y peligroso, no se amilana, sabe muy bien lo que hace; sufre una fuerte voltereta y se vuelca al matar: otra oreja. Por el conjunto, se merecía las dos y acompañar a sus compañeros, en la triunfal salida. Perú tiene ya una figura del toreo.

El francés Juan Bautista no quiere quedarse atrás. En el segundo, aprovecha las buenas embestidas en dos series de derechazos muy suaves y relajados; luego, el toro se acaba. Intenta la suerte de recibir: una oreja. El quinto, de Juan Pedro, es muy noble. Juan Bautista pone banderillas, despliega todo su repertorio, en una faena de mucha entrega pero desigual. Esta vez mata muy bien, recibiendo: dos orejas.

No exagero si digo que Ponce vive una de las tardes más gloriosas de su dilatada carrera. Y por una vía distinta de la habitual. El segundo, de Victoriano, escarba, embiste descompuesto. Enrique luce aquí su valor sereno, su responsabilidad; tragando, logra buenos naturales, a los sones de «La misión», de Morricone. Al matar, sufre un desgarro muscular. Sale de la enfermería para matar al sexto, de Juan Pedro, muy noble. Aunque está totalmente cojo, sin poder moverse, haciendo de la necesidad virtud, logra una faena excepcional: muletazos templadísimos, solemnes, relajados. La emoción no es sólo estética: si el toro se vuelve, no podrá escaparse. (La música, ahora, es «Silencio»). Una gran estocada culmina lo que ha sido una verdadera gesta.

Más allá de las orejas y la salida en hombros, lo que importa es que ha mostrado su categoría de gran figura, en una tarde verdaderamente cumbre. Hasta las piedras milenarias del coliseo de Nimes se han emocionado...

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