Crítica de Danza

Rocío Molina por verdiales y a su aire

Segunda jornada de «Impulso», en el Festival de Itálica, esta vez junto a la coreógrafa Elena Córdoba

Marta Carrasco

Rocío Molina cumplió su segunda jornada de «Impulso», una propuesta sobre la improvisación y performance que ha acogido la programación del Itálica Festival Internacional de Danza . El trabajo en proceso de esta iniciativa comenzó junto al guitarrista Rafael Riqueni , en lo que supuso una noche realmente para recordar.

Esta segunda experimentación que sucede siempre en el recoleto Claustro de los Muertos del Monasterio de San Isidoro del Campo, había concitado mucha expectación, y así entre el público, desde el director de la Bienal de Flamenco, el Festival de Cine de Sevilla, a bailarines como Baldo Ruiz y bailaoras como Belén Maya y Leonor Leal. La experimentación de Molina, siempre es un atractivo especial.

En escena junto a la bailaora, la veterana coreógrafa y bailarina Elena Córdoba y la violinista Luz Prado . Tres mujeres que comenzaron recibiendo al público sentadas leyendo y grabando sobre las plantas, desde el hipérico a la lavanda, y cómo se desarrollan abren y cierran, y sobre todo a través de ellas y su comportamiento, se puede comprobar a qué hora del día se encuentran.

En el sentido literal, esta experimentación reunía dos estilos absolutamente diferentes de danza, la contemporánea y reflexiva de Elena Córdoba y la visceral y flamenca de Rocío Molina. El punto en común es el interés por el estudio y desarrollo del cuerpo que ambas cultivan . El trabajo en proceso intentó encontrar esos puntos en común que ambos procesos, partiendo desde diferentes lugares, podían tener.

De ahí que en el programa de mano hubiera una clara diferenciación, que afortunadamente el idioma español contempla: Baile, Rocío Molina. Danza: Elena Córdoba. Así especificaba y señalaba el programa la ficha artística. Toda una declaración de intenciones y de estéticas.

La violinista malagueña Luz Prado, intervino en casi todos los momentos de la noche, bien con el violín, el que obtuvo momentos sorprendentes, o haciendo música con un «Long Thin Wire» , ese alambre sonorizado utilizado sobre todo en música contemporánea y del que sacó espectaculares sonidos.

En este intercambio artístico la madurez creativa de Elena Córdoba se puso al servicio de Rocío Molina quien durante toda la noche derrochó virtuosismo, no sólo en el inicio con un precioso trabajo de brazos y manos a conjunto con Córdoba, sino mucho más allá en el trabajo de pies, que es donde la bailaora derrochó sabiduría y, sobre todo compás y dificultad. El mejor momento de ambas, el dúo de danza contacto que demostró mucha complicidad.

Varios fueron los instantes a destacar, sobre todo los verdiales de Comares que, interpretados al violín y cantados por Luz Prado, fueron realmente trepidantes en cuanto a forma y ejecución por parte de Molina, que se sintió a gusto en la velocidad y zapateó a placer. Molina metió también ritmos por tangos, se puso una especie de tutú formado por flores, bailó contra la pared, con el centro situado en imposible equilibrio, y demostró sus habilidades no sólo para la danza, sino también para la improvisación.

Aún nos falta una jornada con Rocío Molina, esta vez junto al coreógrafo y bailarín francés, François Chaignaud , también cantante e inspirador artista. Será el próximo día 13 de julio en el mismo espacio.

Una noche osada, diferente, de danza compartida y cercana, en la que la experimentación se convirtió en el elemento decisivo del disfrute del respetable, y por supuesto, no apta para quien encorseta la estética flamenca sólo para su propio universo.

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