Crítica de teatro

«La pasión de Yerma»: Multiplicando traumas

La pieza, basada en el texto de García Lorca, logra con elegancia y economía de medios ser a la vez una obra y su comentario

Críspulo Cabezas y María León en un momento de la obra que se representa en el Lope de Vega ABC

Alfonso Crespo

Lo mejor de esa reinterpretación de Lorca no tiene que ver con una supuesta «puesta al día» de la tragedia —a lo intemporal le caen mal las prendas de cada coyuntura— sino con el trabajo escénico que la apuntala. Así, con una caja-casa, para el conflicto doméstico de los esposos, y un estirado proscenio, desde donde interactúan los personajes —aquí reducidos a cinco— y se lanzan los augurios, «La pasión de Yerma» logra con elegancia y economía de medios ser a la vez una obra y su comentario.

Mucho más discutible, en cuanto a réditos estéticos, resulta la adaptación de Lola Blasco , sujeta a un confesado rozamiento —un combate más bien— entre una prosa cotidiana y el texto poético, que, en nuestra opinión, genera más cortocircuitos que pasarelas a través de las dimensiones.

Bajar «Yerma» a la tierra es posible, buscarle un nuevo contexto para acercarla a las jóvenes generaciones, también, pero asumiendo la pérdida: cuando a Lorca se le extirpa la música —la de su verbo, eso que molestaba tanto a Borges — para hacerla luego comparecer sólo en el «off», como los remaches de una serie de televisió n cualquiera, lo que queda es muy poco, y precisamente lo más envejecido.

Este ir y venir entre textos, entre clásico y contemporáneo, este entredós del que casi nunca se sale indemne, afecta también a los actores y a sus personajes. Y aquí, de nuevo, sus movimientos , sus bailes escénicos —la colocación de las piezas—, poseen más valor que lo que sus voces proyectan.

Sólo Dolores ( Mari Paz Sayago, en otra división ), criatura, por otro lado, en el margen de la obra —uno de sus pasos cojos la puede sacar o meter en escena—, despliega una estilización completa , una continuidad entre palabra y gesto que sí salva las distancias necesarias para hacer pensar (o reír) al público de hoy.

El resto —la mediática María Le ón sólo se desenvuelve bien si hay desgarro y su naturalidad es lo único «embarazoso» en su Yerma— parece demasiado desamparado, como si en ellos voz y cuerpo entablasen un conflicto insoluble .

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