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Ricardo Darín, durante la entrevista - Isabel permuy

Ricardo Darín: «Puedo prescindir del cine, pero no del teatro; lo necesito»

El actor, tras su premio en San Sebastián, empieza una gira teatral con «Escenas de la vida conyugal», que le lleva a Barcelona, Madrid y Valencia

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No puede ocultar Ricardo Darín las huellas de un fin de semana intenso en el que se le ha otorgado la Concha de plata al mejor actor (exaequo con su compañero de reparto Javier Cámara) en el festival de cine de San Sebastián. Pide un café «con una nube de leche» y escoge hacer la entrevista, buscando la complicidad del aire fresco, en la terraza de la cafetería de los teatros del Canal. Allí estará del 21 de octubre al 15 de noviembre, junto a Érica Rivas, con la obra de Ingmar Bergman «Escenas de la vida conyugal». Antes (del 1 al 18 de octubre), la función se presentará en el teatro Tívoli de Barcelona.

La gira concluirá en el teatro Olympia de Valencia del 18 de noviembre al 6 de diciembre.

-¿Los premios son una borrachera que conviene olvidar cuanto antes?

-Si te dejas afectar por una distinción o un premio estás en la dirección equivocada. Lo que sí es una borrachera es todo el trámite, lo previo y lo posterior: los medios, la comunicación, la prensa... Es un torbellino, una especie de tsunami. Pero bueno, forma parte de lo que toca atravesar, y está bien. ¡Bueno sería que uno se quejara de premios!

-¿Son más un alimento para el ego o para el trabajo?

-Yo creo que para el trabajo... Depende de la edad y el momento de tu vida en el que te pille. Porque, yo lo he vivido, cuando eres muy joven este tipo de cosas son un estímulo, un empuje, un aliento... Luego también lo siguen siendo, pero tienen distinta significación. Para serle absolutamente honesto: si te dan un premio y tienes la más mínima sensación de que está bien otorgado, es una cosa; y si te lo dan, que también te puede pasar, por algo que consideras que han exagerado, es un poco más incómodo, esa es la verdad. Es como... No sé... Como ser consciente o no de ciertos merecimientos.

-¿Y en este caso?

-Estoy muy contento, porque estoy contento con el trabajo. No sólo el mío; lo que más me entusiasmó es que el jurado, por suerte, tuvo la amabilidad y la objetividad de premiarnos juntos, porque es un trabajo de a dos. Javier y yo construímos una amistad en cuatro días y la complejidad era que había que hacer creíble una historia de amistad de muchos años. En realidad, pocas cosas se hacen de a uno.

-Un actor no es nadie sin sus compañeros...

«En el escenario, la generosidad está en primer orden»

-Sobre todo en determinadas situaciones. Sobre el escenario ni hablar... Ahi necesariamente la generosidad está en primer orden, porque la cosa tiene que circular, y venir... Si no, no pasa nada. En cine, los directores y los editores pueden lograr cosas maravillosas aun cuando no se produzca esa conexión buscada. Pero no fue así en este caso. Javier y yo combinamos perfectamente desde el primer día: por humor, por sintonía... Y no nos conocíamos. Pero enseguida empezamos a hacernos amigos. Trabajamos mucho en escritorio, afinando diálogos con Cesc Gay, y ahí nos dimos cuenta de que mirábamos muchas cosas de la misma manera. No todas, eso sería mucho pedir. Pero muchas sí, y eso contribuyó muy fuertemente a que coincidiéramos, a que nos entendiéramos... Y fue un placer hacerlo juntos. Para concluir: lo que vio el jurado en este caso terminó de corolar de alguna forma algo que veníamos viviendo durante el proceso de la película. Fue redondo.

-¿Cómo se siente en este momento de su carrera? ¿Todavía en una cuesta arriba, en un punto de madurez, de vuelta de todo?

«Si estás consagrado, parece que estás de vuelta. Y yo me siento de ida»

-Es una mezcla de sensaciones. Por lo menos tiene dos formas de interpretación. Por un lado, es muy amable, muy cálido, el hecho de que te reconozcan, te valoren, te abracen, te feliciten y te besen. Lo que pasa es que la suma de estas cosas te coloca en un lugar que sí es incómodo: el «consagrado». No sabes muy bien en que parte del camino estás; todo el mundo supone que si estás consagrado estás de vuelta. Y la verdad es que yo me siento permanentemente de ida. No solo en mi vida personal, sino frente a cada trabajo. Por ejemplo, «Escenas de la vida conyugal». La he hecho ya durante tres años, con dos actrices distintas: con Valeria Bertucelli, durante mucho tiempo, y ahora con Érica Rivas. Todo haría presuponer que reestrenar no es para nosotros más que un trámite. Y no lo es. Necesaria e ineludiblemente yo me coloco frente a un abismo cada día. Es un nuevo desafío. A pesar de ser una obra conocida, que ya la hemos transitado, el público es distinto; el teatro, el espacio donde vamos a trabajar, también lo son. Todo te provoca mariposas en el estómago.

-Los actores son distintos también cada día...

-Claro. Porque uno arrastra consigo todo lo que ha ocurrido en este tiempo. Todo está en movimiento, uno no es el mismo. La verdad es que yo me siento permanentemente de ida. Supongo que en algún momento pasará y me dirán: «Ya».

-Hablando de la obra de Bergman, no es sencilla, exige mucho compromiso del actor.

-Es una obra muy compleja. Tiene dos o tres altas complejidades. Una, que ésta es la historia de un matrimonio a través del tiempo. Con lo cual, igual que lo que hablábamos recién, todo está en movimiento, y ellos cambian. Bergman eligió, para construir esta comedia dramática, momentos determinados de la historia de estos personajes, y los hace saltar al vacío. Pasa una escena a la otra prácticamente sin solución de continuidad; salvo en las dos primeras, que sí tienen una continuidad cronológica. Ya en la tercera han pasado meses, en la cuarta años, y en las otras dos más años aún. Nos hace un viaje a través de la relación de estos dos personajes con planteamientos absolutamente distintos, y cada uno de ellos está parado en una situación totalmente distinta.

-¿Obras como ésta dejan una huella más profunda que otras en el actor?

«Yo salgo de cada función con algo que me ha llamado nuevamente la atención»

-Sí. Mueve mucho porque tiene dos resortes que son muy potentes. Uno es provocarnos, sumergirnos en ciertas profundidades de las relaciones humanas que no son necesariamente agradables, que pueden ser muy ácidas. Pero al mismo tiempo, produce un efecto entre la audiencia y los actores; parados frente a estas situaciones, también nos mueven a la risa. Al vernos reflejados en estas situaciones, yo noto que el público se ríe, un poco por incomodidad y un poco porque ha dicho o ha escuchado frases parecidas; en esa ida y vuelta entre audiencia y actores, se produce algo que va sedimentando. Yo salgo de cada función con algo que me ha llamado la atención nuevamente, a pesar del tiempo. Lo mismo me pasaba con «Arte». «Arte» es una pieza de la que aparentemente uno dice: aquí no hay nada para sacar ni para agregar. Se trata de esto, de esto y de esto... Son tres fulanos, pasa tal y tal cosa y listo. Pero en cada función hay una carga distinta sobre un sector de la pieza. Es algo que no solamente lo decide el elenco; muchas veces lo decide la audiencia. Porque de pronto se producen silencios inimaginables en situaciones en las que antes no se habían producido, y eso hace que la sensación térmica de la pieza cambie y el enfoque sea distinto. Eso es lo que tiene el teatro, que está vivo. No es un vídeo. Al estar vivo, está en movimiento permanente y por eso es peligroso. ¡Es genial! Por eso nunca va a ser reemplazado por nada. Los actores podemos llegar a ser desplazados de cualquier otro espacio, pero del teatro jamás.

-¿Peligroso en qué sentido?

-Es arriesgado, vertiginoso; está ocurriendo ahí. De pronto un señor se puede parar en el patio de butacas y decir: «¡No estoy de acuerdo!», como ha ocurrido mil veces... Y hay que lidiar con eso. Y está bien que así sea, porque el teatro es una reunión atípica. Si lo analizas con distancia, es una reunión donde de pronto nos hemos confabulado muchos desconocidos para jugar a un juego extraño en el que unos señores arriba del escenario nos van a hacer creer que son otras personas y, nosotros, el público, vamos a jugar el juego de creerlos si lo hacen bien. Si no, no les creeremos. Y en ese tránsito es donde se produce esa cosa tan mágica que tiene el teatro, que es irreemplazable.

-¿Usted necesita el teatro de vez en cuando como actor?

«No es que no encuentre satisfacción haciendo cine, pero el trabajo está más parcelado»

-De vez en cuando no... Siempre. Puedo prescindir del cine; del teatro, no. No es que no encuentre satisfacción haciendo cine; sí, también. Pero el trabajo está más parcelado, y el método de trabajo es tan atomizado, es difícil encontrar satisfacción real hasta que uno no ve el trabajo completo, pero éste depende de todas las etapas que atraviesa una película. Es otro tipo de perspectiva. En una función no hay intermediarios. Se abre el telón, ahí estamos parados, en esa reunión extraña de la que hablábamos. Y si la cosa funciona bien, todos saldremos reconfortados y modificados, en el mejor de los casos si la pieza es interesante. Y si no ocurre, será una decepción.

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