Una escena de «El jardín de los cerezos»
Una escena de «El jardín de los cerezos» - ABC

«El jardín de los cerezos», de Chéjov, en el Valle-Inclán: Un funeral por todos los siglos

Ángel Gutiérrez, que ha dedicado su vida al estudio del autor ruso, dirige el montaje

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Ángel Gutiérrez ha dedicado buena parte de sus ochenta y dos años a Anton Chéjov. Ha escudriñado hasta el último rincón de la obra del escritor ruso, e incluso decidió irse a vivir a Taganrog, la ciudad en que nació, para estar en contacto «con sus casas, sus árboles, incluso sus perros». Asturiano de nacimiento, Ángel Gutiérrez fue un «niño de la guerra» y encontró, como tantos otros, refugio en Rusia. Allí estudió teatro y descubrió la grandeza de Chéjov, un autor que le acompañó en su regreso a España, en los años setenta. Fundó el Teatro de Cámara Chéjov, que ha funcionado hasta hace un par de años, ahogado por la crisis económica.

El Centro Dramático Nacional se ha acordado de Ángel Gutiérrez, que hoy estrena en el teatro Valle-Inclán «El jardín de los cerezos», la última obra de Chéjov, que escribió poco antes de su muerte.

«Sin duda, es su legado», dice Gutiérrez de esta obra, que presenta con un reparto compuesto por Marta Belaustegui, Alicia Cabrera Díaz, Juan Ceacero, José Luis Checa, Jesús del Caso, Germán Estebas, Francisco Ferrer, Jesús Gª Salgado, Keesy Harmsen, David Izura, Cristina Martínez, Laura Martínez, Lorena Neumann y José Rubio.

El tiempo, su fugacidad y la necesidad del ser humano de aprovecharlo son, según Ángel Gutiérrez, un leit motiv en la obra de Chéjov, «que es siempre un enigma, un misterio». «Chéjov -cuenta el director- es el autor que mejor conoce al ser humano, su ambigüedad y sus contradicciones. Estaba enfermo, y conocía el dolor humano». Sus circunstancias, sigue, «le hacían «contar el tiempo, que es irrepetible, que es cada instante. Y ese es el tema nuevo, existencial y metafísico, que Chéjov introduce en la obra. Al haber padecido tanto, al haber visto tanto también sufrimiento, comprende muy bien al ser humano, y sabe que tiene problemas que no tienen solución. Por ejemplo, ¿por qué no podemos romper con aquello que nos hace daño? Y esto tiene su reflejo en la obra en el personaje de Liubov, que significa amor en ruso». De ese personaje dice su intérprete, Marta Belaustegui, que es «un alma libre y que se rompe porque es frágil. Vive los extremos: es dulce, frívola, fuerte, y se abre en canal, reconociendo sus errorres, porque quiere darse la oportunidad de ser feliz».

Chéjov, dice Ángel Gutiérrez, nos dice que hay que sobreponerse a la vida. Es un ejemplo a seguir. A pesar de que estaba desde joven mortalmente enfermo, eso no le impedía vivir y trabajar, como si tuviera cien años de vida, aunque vivía cada día con intensidad, exigencia y entrega, como si fuera el último. Realizó un análisis rigurosísimo, casi anatómico, de la vida, y llegó a la conclusión de que la vida no tiene sentido. Y, sin embargo, afirma que sin la búsqueda del sentido de la vida es imposible vivir una vida digna. Ésta es una de las paradojas chejovianas».

Ángel Gutiérrez no había abordado el montaje de «El jardín de los cerezos» más que en la escuela de arte dramático. Y reconoce que es una obra soñada siempre por él. «Le tenía miedo -confiesa- porque es una obra cósmica. Hay que leerla mil veces para entenderla un poco». Se refiere a ella como «un funeral por el siglo XIX, pero yo creo que es un funeral por todos los siglos. Y por eso “El jardín de los cerezos” es una obra tan contemporánea y tan necesaria para el público. Siempre estamos viviendo el final de una época, pero esta no es una obra pesimista. Es una llamada a las conciencias, y eso no es pesimismo».

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