Rocío Vigueras con algunos de sus retratos Nacho lara

Luis Ybarra Ramírez

Hay una letra popular que dice «Que nadie hable mal del día/hasta que la noche llegue/yo he visto mañanas tristes/tener las tardes alegres». Ese debió ser el afán de la restauradora y pintora Rocío Viguera durante el confinamiento: ser una esperanza de luz. Sin soslayar las primeras asperezas del día, las noticias, las cifras, el miedo, ella comenzó a mezclar en su paleta los grises que recibía de fuera con otras tonalidades hasta dar con unos verdes y azules hilvanados en lo profundo. Aportar color, en definitiva, que no era color, sino aliento. Aportar, en resumen, hasta alcanzar los cien retratos cuya recaudación ha sido destinada al Banco de Alimentos, Cáritas y las Hermanas de la Cruz .

Hasta el martes 18 de agosto , parte de su obra se expone junto a otros cuadros con motivos marineros y puntaumbrieños de su propia autoría y los lienzos de su compañera María Rein , quien también ha utilizado esta localidad onubense como musa para dar rienda suelta a su pincel. El Real Club Marítimo y Tenis de Punta Umbría acoge el trabajo de las dos . Una con la vista puesta en las personas y, por qué no, en el bamboleo sedoso de las barcas. Otra contemplando chiringuitos con más poesía que ruido, atardeceres añiles y buganvillas. Un rincón breve que, en su conjunto, nos permite la evasión.

María Rein y Rocío Viguera Nacho Lara

Los retratos

Es la primera vez que Rocío Viguera, restauradora del Museo de Artes y Costumbres Populares de Sevilla, se enfrenta a un reto similar. «Lo hago con pudor e ilusión. La respuesta de la gente es lo que me animó a seguir», afirma. Al inicio de esta aparente ficción llena de surrealismo y resoluciones que antes creíamos imposibles, ella hizo lo propio: «Estaba sola en casa y me dediqué a ordenar. A la semana, cuando vi la oleada de solidaridad que se estaba produciendo, entendí que tenía que hacer algo, así que me dediqué a pintar retratos con fines solidarios. Uno al día, hasta llegar a cien».

Pero ¿a quienes pertenecen esos semblantes, a menudo aniñados, que hoy se agolpan en una galería y que, de alguna forma, le acompañaron en la soledad de más de tres meses en los que los días se medían a brochazos y las semanas por la acumulación en el salón? Pues «arranqué con nietos y sobrinos de mis amigas. Se corrió la voz y, al final, he hecho incluso un conejo y un perro que se estaba muriendo bajo petición de sus dueños».

La austeridad del lápiz no capta la belleza, sino la verdad, el detalle más inocuo que se desprende a golpe de muñeca y que hace a los rostros absolutamente reconocibles unos de otros. La acuarela, en este sentido, llega para lograr una mirada definitiva sobre el papel. Además, emplea algo del collage. Viguera explica que le «gusta estar presente durante todo el proceso, así que los marcos también los he hecho yo. La mayoría de las caras están superpuestas a unos diseños de William Morris . Las hice en un formato A4, las recorté y las pegué sobre los fondos de este gran diseñador inglés».

Al llegar a las noventa piezas, sus hijos le presionaron. Un número feo, curvo, difuso, entre la mitad de cien y su llegada. Así que apretó el acelerador y terminó con diez más. «Estas me costaron mucho; estaba muy saturada». Nada resultó sencillo. Recibió imágenes normalmente indistinguibles por el Whatsapp y las convirtió en otra cosa. Y la pintura, de pronto, se le ha vuelto un hábito. Su hazaña es el retrato en sí de un momento histórico . Su exposición, junto a María Rein, la oportunidad para mirarnos a nosotros mismos. También al lugar donde nos gustaría estar. Rescoldos de sal y humanidad.

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