CRÍTICA

Recital de Javier Camarena: Bello canto en Sevilla

El tenor mexicano ofreció un recital de gran virtuosismo belcantista

El tenor mexicano Javier Camarena ABC

CARLOS TARÍN

El tenor mexicano llega al Maestranza cuando sus éxitos siguen ocupando las páginas de los diarios y revistas especializadas de todo el mundo, lo que es de agradecer. Se presentaba con un programa verdaderamente endemoniado, por muy conocido y por reunir una colección de arias muy espinosos del ya de por sí virtuosístico universo belcantista : baste decir que de las nueve arias presentadas, tres suelen eliminarse de sus óperas correspondientes por imposibles.

Pero es de agradecer también que dos fuesen del famoso cantante y compositor sevillano Manuel García , y que para el resto de la primera parte eligiese arias habitualmente cantadas por él. Y, aún más, Camarena tuvo el detalle de explicar todo esto de viva voz, al igual que luego con la segunda parte.

Es la primera vez que oímos en directo la «Gran aria» de «El poeta calculista» de García, difícil por los muchos cambios de registro, acorde con el divertido protagonista y argumento que lo sustenta. Acaso sea una de las razones de que se evite en vivo. Puede que tanto como «Ah! Lo veggio» («Così»), que es verdad que Mozart pidió que se eliminara, pero su belleza es tal que hace parecer a su autor demasiado estricto consigo mismo; sin embargo, Camarena optó por la lectura más ligera, y eso quizá restase el necesario dramatismo y credibilidad a la declaración amorosa de Ferrando.

Rossini escribió «Cessa…» para Manuel García, pero pensó que se debía suprimir cuando no hubiese un tenor de su talla: aquí lo hubo, y qué tenor. Es un aria de bravura, una demostración de autoridad y a la vez de hartazgo del Conde sobre la insistencia del tutor, donde las coloraturas borboteaban con mil y un matices, o se volvía pura delicadeza al referirse a Rosina . Para el final, se suele hacer sobreagudo el Do escrito más grave: y aquí nos pareció que el tenor no lo abordó bien desde el principio, aunque le echó coraje y lo remontó con tantas ganas como juventud.

Otro tanto diríamos del «O mio rimorso» con el que terminó el concierto. Y aquí la reflexión: ¿necesita a estas alturas este magnífico tenor hacer estos programas –y perdónenos- «suicidas», cuando ha demostrado que su voz es algo más que una sucesión de arias extremas?

Nos llegó al alma con García, pero también con el magisterio de Kraus , a quien le oyó por primera vez «A mes amis» en la grabación discográfica de la inauguración de este Teatro. Pues Kraus hubiese contestado a la pregunta anterior que no, claro.

Por cierto, aunque sería difícil quedarse con un aria de todo recital, el «Tombe…» que Kraus bordaba como nadie Camarena lo cantó con un color, con una dicción y con una intensidad inolvidable : su «centro» fue una luz penetrante e incólume.

Los Do de «La fille» los clavó, manteniendo el último como es costumbre, dando muestras –como en todos los que cantó- de un «fiato» interminable, y haciendo el último tal como viene en la partitura (texto/música, aunque en Do agudo, no La). El pianista nos resultó nervioso y poco claro en las texturas, y en cambio soberbio al acompañar los boleros de los bises .

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