EL PERFIL

Subid al Palomar

«El niño Palomar cantaba por ósmosis. Por un oído el carnaval y por otro la malagueña del Mellizo. De poniente la comparsa y de levante Aurelio Sellés»

Antonio Vázquez

Alberto García Reyes

Al palomar de David García se sube por la calle de Pericón . Pura Viña. Planta alta del bloque, donde las alas de Cai echan raíces en el salitre. Cantar por derecho es eso: arraigar el vuelo. Ser de todo el mundo porque eres de tu tierra. El niño Palomar cantaba por ósmosis. Por un oído el carnaval y por otro la malagueña del Mellizo. De poniente la comparsa y de levante Aurelio Sellés.

Hay muchas formas de cantar en la Trimilenaria. Están los crótalos de María Bastón corriendo por bulerías detrás de las 'puellae gaditanae' de Estrabón y están las palmas de Antonia la Perla reteniendo las olas de la Caleta en su compás para dormir a los camarones en la corriente. Están las alegrías con merengue de Aurelio Sellés y están las cantiñas salaítas de Chano Lobato . Está el olvido de hojitas de limón verde de Mariana Cornejo esperando a su tío Canalejas y está la desmemoria de la bella entre las bellas pero por dentro vacía de Juan Villar.

Todo está en el Palomar de la Viña, ahí arribita, donde sólo se puede llegar jadeando por seguiriyas y saludando en todas las plantas. Buenos días, Alonso el del Cepillo. ¿Cómo está usted, Adela la del Chaqueta? Con Dios, Cojo Peroche. Un abrazo, tío Beni. ¿Tiene usted un poquito de sal, Manolo Vargas? Lo de David no es subir, es ascender. Porque el niño que tenía que esquivar las agujas del reloj de la muerte mientras jugaba a la pelota en su plazoleta -aquello sí que era la nana del caballo grande- ha logrado sobrevivir al naufragio del cante de Cai por sus alas. Mirando arriba siempre.

Palomar canta natural. No aprendido . No ha ido a ninguna academia. Sólo se ha asomado a la ventana de su cuarto para coger a gañafones el vuelo de sus paisanos. Como todo chiquillo gaditano, se ha tomado siempre el jarabe a ritmo de tres por cuatro, dice la tabla de multiplicar por tangos, reza con el gregoriano del gitano Enrique y sabe dónde venden cuerdas de bandurria.

La música ha sido para él su matrícula universitaria. Desde que salió a darle la vuelta al mundo con Javier Barón, con el que conoció la miga de lo jondo, y volvió en la nao de Cristina Hoyos -para allá Magallanes, creyendo que lo sabía todo, para acá Elcano, sabiendo que no sabía nada-, el niño de la Viña ha ido dándole coba al destino para encontrar un sitio en el mismo espacio en el que gravitan El Planeta y la Niña de los Peines sin perder su sitio en las noches de febrero. El carnaval y el flamenco se quieren. Hasta se necesitan. Ninguno de los dos sería lo que es sin el otro.

Lo popular echando el vuelo hacia lo culto. Las raíces y las alas juanramonianas. Lo que es del pueblo y lo que es para el pueblo. Y en medio, un artista que sabe navegar mejor que nadie en ese estrecho sin que lo hundan las corrientes de los dos mares cuando chocan. Un tío que se ha puesto a cantarle por la espalda a El Güito y que ha metido su eco en el agujero de la guitarra de Vicente Amigo no es uno más disfrazado en la bulla. No es pares, es nones.

Si además ha sabido conservar el sabor de su calle, el cante contado, la música de vivencias, el latido como principal soniquete, la verdad dicha con trabalenguas y los embustes por derecho, entonces hay que echarle arroz . Por eso este hombre no va a pregonar lo que ha visto, sino lo que es. Va a bajar de ahí arriba, saludando por todas las puertas, para volar por el eco de Cai. Y luego pasará lo que tenga que pasar. Como dice su bulería: «Puede ser que sí, / puede ser que no, / esa es la verdad, / que te lo digo yo».

Yo voy a ir por lo que pueda pasar. No seais torpes: subid al Palomar, que desde ahí se ve todo.

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