Crítica de ópera cómica

Gaztambide en la trinchera

Después de casi tres horas de espectáculo la sensación de empacho es formidable

Boceto de la escenografía de Nicolás Boni para «El sueño de una noche de verano» Teatro de la Zarzuela

Alberto González Lapuente

Lo primero que el espectador se pregunta al salir del Teatro de la Zarzuela es si era necesario conocer «El sueño de una noche de verano» . La duda es lícita pues después de casi tres horas de espectáculo la sensación de empacho es formidable y en la cabeza rebotan razones aparentemente difíciles de conciliar. Hay a quien le asusta que se pueda actuar de forma tosca y cantar tan rudo (por lo menos en el segundo reparto); hay quien se sorprende ante la abundancia de gestos manidos y caracterizaciones sobreactuadas; alguien se fatiga frente a una escenografía aparente pero cuya composición es un lugar común y desgastado ; existe quien no entiende qué sucede sobre el escenario ni qué se pretende explicar con una dramaturgia que reconstruye el original reubicándolo en la España de la posguerra a partir de una historia de naturaleza cinematográfica cuya gracia es relativa y cuyo transcurrir está poco engrasado. Incluso hay quien duda (y sus razones tiene) sobre la música, correcta y suficiente , a veces conformista, que Gaztambide escribió en 1852 para una ópera cómica que pasó con más pena que gloria y a la que aquí se le inyecta un ánimo muy alicorto.

En el programa de mano, editado para la ocasión, se dan suficientes razones a favor de la obra y de su actual escenificación. Pero el argumentario teórico cae, cual castillo de naipes, frente una ejecución que acumula tal superposición de disparates que obligará al autor y al título a volverse a refugiar en los libros, permaneciendo como reminiscencia bibliográfica. Y algún espectador también queda desconcertado al ver que todo esto sucede en un teatro que muchas veces ha sido una referencia por su seriedad a la hora de presentar el género con dignidad y consideración. Por esta misma razón, la rutina, lo tópico y lo rancio deberían estar descartados de la lista de posibles errores que cualquier apuesta teatral está obligada a asumir. Porque además se juega con un género que ni vive su mejor momento ni tiene fácil prestigiarse en una sociedad que concilia mal las cuitas zarzueleras .

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