Los hermanos Juan, Antonio y Manuel Fernández Montoya (Farruquito, Farruco y Barullo)
Los hermanos Juan, Antonio y Manuel Fernández Montoya (Farruquito, Farruco y Barullo) - ABC

Los Farruco: «No se puede ser flamenco solo de lunes a viernes»

Los hermanos Juan, Antonio y Manuel Fernández Montoya (Farruquito, Farruco y Barullo) se unen en el espectáculo «TR3S Flamenco»

Madrid Actualizado: Guardar
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Se llaman Juan Manuel, Antonio y Manuel. Se apellidan Fernández Montoya. Tienen 34, 28 y 19 años respectivamente. Son hermanos, de Sevilla, y bailaores. Se les conoce como Farruquito, Farruco y El Carpeta. Por vez primera, se reúnen en escena de igual a igual, como tres bailaores; «éste no es un espectáculo familiar, ni un espectáculo de Farruquito presenta...; somos tres flamencos», explica el mayor de los hermanos. «TR3S Flamenco» estará del 18 al 21 de enero en el teatro Nuevo Apolo de Madrid.

«Éste es un espectáculo muy especial por varias cosas –dice Farruquito–. Lo hemos diseñado entero: letras, músicas, coreografías, idea de luces, de sonido, los elementos que sacamos en escena, como sombreros, bastón, panderos... Rescatamos el baile de pareja de hombres, que hace tiempo que no se ve...

Farru y yo bailamos una farruca vestidos de corto, en homenaje a la farruca de toda la vida, como lo hacían Gades, Faíco... o Mario Maya y Güito, que salían los dos muy iguales, pero luego se desordenaban ordenadamente para dejar espacio a la improvisación, cosa que hoy no hay tampoco en ningún espectáculo. Está todo perfecto, precioso, pero no hay espacio a la improvisación. Y todo eso hace especial al espectáculo, que se mantiene vivo; lo que pasa una noche nace y muere esa misma noche».

No podían olvidarse de su abuelo, Farruco, una figura legendaria en la historia del flamenco. Le recuerdan con una soleá «corta, pequeña, de una silla con un cenital, una sola guitarra y un solo cantaor. Algo desnudo, transparente». De su abuelo han aprendido muchas cosas, casi todo, pero sobre todo a ser uno mismo. «El me decía siempre: tú haz lo que yo te diga, pero no lo que yo haga, para que no imitásemos los movimientos», cuenta Farruquito. «Con los años, me voy dando más cuenta de la razón que tenía –tercia Farruco–. Recuerdo cosas a las que entonces no encontraba sentido, me parecían una exageración... ¿Por qué me explica cómo se baila por soleá cruzando un río, que no me pinche con las piedras pero a la vez las trate bien? Yo no entendía su filosofía; él siempre explicaba un paso te acompañaba para que tú lo encontraras y surgiera la personalidad de cada uno».

En «TR3S Flamenco» pretenden precisamente eso. Que afloren las diferencias. «Eso es algo que nosotros reivindicamos en este espectáculo –dice Farruquito–; no somos un cuerpo de baile, porque no lo hemos vivido así. A lo mejor lo estudiamos y lo hacemos, pero no es nuestro sentimiento. El nuestro es que, haciendo un paso los tres de la misma manera, haya en él al tiempo una personalidad diferente. Si no, no seríamos nosotros».

Tres bailaores

«Estamos además en tres momentos muy diferentes artísticamente –añade Farruco–. Decía Belmonte que se torea como se es. Y creo que el baile, el arte, es igual. Yo me veo en vídeos de cuando tenía 18 años, y soy otro bailaor... No es que lo haga mejor, es que lo hago de otra forma. Y Juan y Manuel están en otro momento Somos tres flamencos, tres hermanos, pero somos tres hombres y tres bailaores totalmente distintos».

Nunca han pensado en ser otra cosa que bailaores, que flamencos, reconocen. Lo llevan en los genes. «Cuando algo te gusta tanto desde pequeño –dice Farruquito–, y además ves que eso que te gusta tanto lo compartes con tu familia, y tu ilusión... Por ejemplo, nuestros niños. Antonio tiene una niña que se llama Soleá que no veas cómo canta». La hija de Farruco, con 5 años, canta con una afinación increíble, asegura su tío. «Y yo tengo un niño que baila por bulerías a compás antes de saber andar. Su mayor ilusión es irse con su papa a trabajar. Cuando estoy haciendo la maleta para ir a trabajar, echa su ropa cuando no me doy cuenta. Cuando lo tomas así, no tiene nada que ver con que tu madre vea que le gusta el baile y te lleva al conservatorio. No es ni mejor ni peor; es diferente, es otra enseñanza».

Formación flamenca

Habla Farruquito con vehemencia de la formación flamenca, de esa que no se puede enseñar en los conservatorios, «de la que se vive». «Nosotros no nos ponemos el traje de flamenco como quien se pone la toga de abogado. Nosotros somos flamencos y vivimos como tales, con momentos de profesión y momentos de disfrute personal. Hemos tenido la suerte de vivir en una familia flamenca. Y esa formación es muy importante, muy valiosa. Uno no puede ser hippy de lunes a viernes. Uno es hippy porque su filosofía es ser hippy. Pues eso es ser flamenco: una persona que siente y vive de una manera en concreto. Y por muy diferentes que sean las maneras de los flamencos, cuando se juntan son de la misma manera. Ese es un misterio que solo lo saben descifrar los que sienten de esa manera». «Conocemos –completa Farruco– a muchos flamencos que no se dedican a cantar y bailar. Sin embargo, conocemos a profesionales que bailan flamenco pero no lo son. De forma de vida. Y eso es algo que se nota en el escenario».

Citan los dos hermanos una enseñanza de Manuel de Molina –«Todo sale por los altavoces»– y otra de Camarón –«El flamenco no tiene más escuela que transmitir o no transmitir»–; se refieren a los dos como «maestros», y se lamentan de que al legendario cantaor nadie le llame «maestro» más que los flamencos. Y es que un bailaor puede aprender tanto o más de los cantaores y los guitarristas que de los bailaores. «Yo he estado cuatro años al lado de Paco de Lucía –cuenta Farruco– y he aprendido muchísimo: cómo bailar una música, cómo respetarla, incluso cómo no bailarla...»

Aseguran que un bailaor tiene que conocer también la guitarra y el cante. «Ha de ser aficionado al flamenco en general, al arte –y pronuncian esta palabra al unísono–. El flamenco también hay que estudiarlo. Hay que estudiar a las grandes figuras, porque esa filosofía de respeto se te mete en los huesos y cuando sales a bailar, lo haces de otra manera; te tienes que santiguar un millón de veces por lo menos para salir al escenario».

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