Críticas de los discos de la semana: Carolina Durante, Eels, Tanya Tagaq y Yard Act

Nuestros especialistas musicales hacen un repaso de las novedades discográficas más interesantes de las últimas semanas

Varios autores

Carolina Durante - 'Cuatro Chavales' (Sonido Muchacho)

Por María Alcaraz .

Diego Ibáñez –ya saben, Diego, Carolina Durante – lleva una semana hinchándose a decir en todo medio de comunicación habido y por haber que ' Cuatro Chavales ' (Sonido Muchacho), el nuevo álbum del grupo del que es vocalista, es un disco continuista. Y efectivamente lo es. Pero, aunque la versión oficial del grupo es que este segundo elepé ha servido para afinar sonido y conseguir sonar igual que lo hacen en los conciertos, la realidad es que dentro de ese continuismo echan una leve cana al aire en lo que compete a la novedad.

Es verdad que el disco empieza con lo que uno espera: una canción con la estructura clásica del grupo. En este caso es ‘Tu Nuevo Grupo Favorito’, donde se cachondean de todo lo que ha dicho la prensa de ellos estos últimos años y desafían un poquito la «línea editorial» de Sonido Muchacho (Se les adelantaron los Kokoshca con su 'Lo Tiro'). Todo lo que viene después es potente, divertido y, no vamos a mentir, ya conocido. Eso sí, en las canciones en las que son más conservadores musicalmente, se atreven con otras temáticas. Ahí está ‘Granja Escuela’, ‘Urbanitas’ (¿Canción de «echar de menos los atascos», como dijo Ayuso?), o 'Moreno de Contrabando'.

Según avanza el disco, entonces, se empieza a moldear un nuevo sonido; prudente, no vamos a volvernos locos. Pero la cosa es que, cuando entramos en el bloque de desazón vital ya unida a la desazón sentimental (vaya con nuestra generación, cómo nos gusta lo que nos gusta ), las melodías empiezan a virar a otra cosa un poco distinta de ese modelo de canción predominante del que hablábamos. Así, la llegada de 'Aaaaaa#$!' abre un nuevo bloque al grito de «¡Que yo no te pertenezco!». Y haciendo gala de una masculinidad un poco pasada (Por favor, chicos, el tema de romper cosas...) el disco despega. Llega ' Minuto 93 ’, sobre la inevitable fecha de caducidad de algunas relaciones. 'Yo soy el problema' y 'Colores' para lamerse un poco las heridas. '10', obligada canción sobre fútbol (Ay, los chavales). Y una redonda ‘La planta que muere en la esquina’, que recuerda lo buenos letristas que pueden llegar a ser estos chicos. Una cosa que no ha cambiado en este disco, y menos mal, es lo bien que les suena todo, si apuntamos al nivel más técnico. Aun con barullo y éxtasis de guitarreo y percusión, siempre hay un sonido depuradísimo y una voz nítida.

Lo de Carolina Durante no se sabe bien lo que es. Porque es indie, pero ya no. Porque debería ser indie mainstream, pero eso en realidad es Love of Lesbian o Izal o Vetusta Morla . Carolina Durante es un autobús por Madrid serigrafiado con las caras de sus cuatro integrantes; aparecer en todos los medios al calor del nuevo disco como si fueran, yo qué sé, C. Tangana o Raphael; cameos en películas –ocurre en 'Hasta que la boda nos separe'–; tener previsión de llenar el WiZink Center; y haber creado, por mucho que no les guste mucho la idea, un himno generacional como 'Cayetano'. Sea lo que sea, funciona como un tiro.

Vaya ganas de desgañitarse fortísimo en un concierto diciendo: «Oye, menuda mala hostia / Joder, menuda mala hostia».

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Eels - 'Extreme Witchcraft' (E Works/PIAS)

Por Fernando Rojo .

A la misma hora que andábamos destruyéndonos por elegir a nuestra representante en Eurovisión, Rodrigo Cortés recogía el sábado en Zaragoza el galardón al mejor director en los Premios Feroz con un agradecimiento «a los que hacen cosas porque no pueden evitar hacer cosas». A más de 9.000 kilómetros de distancia, en Los Ángeles, Mark Oliver Everett , más conocido como Mr. E, ha compuesto hace unos meses una canción titulada ‘Good Night’ que afirma en una de sus estrofas: «Hacer lo que tienes que hacer es todo lo que tienes». Esa necesidad de «hacer cosas», porque sí, porque no sabe hacer lo contrario, mueve el último disco de Eels . Se nota a la legua que este señor, que podría perfectamente estar rascándose el ombligo en su chaletazo californiano viviendo de las rentas o facturando cada dos años un nuevo álbum como único pretexto para salir de gira (cuántos de su generación se comportan así sin que se les caiga la cara de vergüenza), pone toda la carne en el asador en cada canción. Y cuando, como era el caso, no le queda demasiada gasolina en el depósito, recurre a John Parish , un productor con el que llevaba sin trabajar dos décadas y que ha vuelto a sacar su lado más rockero, pero también el más tierno, un sindiós.

Cuenta Mr. E que este ' Extreme Witchcraft ' se fraguó en un continuo ir y venir de correos electrónicos entre Los Ángeles y Bristol, donde residen compositor y productor. Mr. E mandaba sus ideas de noche, cuando en Inglaterra dormían, y muchas veces se levantaba de madrugada para abrir en el ordenador el material que le enviaba Parish y ponerse a trabajar para volver a contestarle antes de que anocheciese al otro lado del Atlántico. Uno se imagina esa foto de Mr. E en pijama con el pelo y las barbas alborotadas a las cuatro de la madrugada y comprende mejor la mala leche que rezuma ‘What it isn’t’ cuando de repente pasa de una nana a un gruñido que incluso asustó en la grabación a sus perros, Manson y Bundy; o que ‘So aniway’ fuera concebida con una bella melodía que pudiera cantar un grupo de soul clásico comoy que en el loco laboratorio (así lo define Mr. E) de Parish se convirtiera en una canción oscura, casi grunge.

La sensación general del disco es que Mr. E era uno de los músicos mejor adaptados a esta época catastrófica y que por eso lo ha resuelto todo tan bien. ¿Cuántas personas en el planeta tienen que llevar gafas de sol porque de jóvenes les dañó los ojos un láser durante un concierto de The Who ? Es el típico señor que sabe previamente que la tostada siempre va a caer al suelo del lado de la mermelada. Ese pertinaz fatalismo viene reflejándose desde hace tres décadas en sus discos por el impacto que sufrió al encontrarse el cadáver de su padre, por el sufrimiento padecido durante el cáncer mortal de su madre y el posterior suicidio de su hermana. Y ahora, un divorcio. «Era una mañana casi perfecta. El sol brillaba. Pájaros haciendo hermosos sonidos. Cuando de repente finalmente me golpeó. La verdad se vino abajo ». Así empieza el disco. Así es la vida pandémica de Eels desde mucho antes de la pandemia: esperar que la vida te golpee, pero a pesar de ello tratar de ponerle al mal tiempo una cara, aunque también sea la mala. Porque hay que seguir haciendo las cosas que tienes que hacer.

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Tanya Tagaq: ‘Tongues’ (Six Shooter Records)

Por Jesús Lillo .

Como a Luna Ki , la poligonera del autotune a la que echaron de Benidorm por distorsionar su voz y pervertir la pureza vocal que exige un certamen de la ortodoxia interpretativa de Eurovisión, a Tanya Tagaq tampoco la hubieran dejado competir en el concurso de la UER. Canta con la garganta, una habilidosa costumbre esquimal, de la parte canadiense, y desafina como solo un animal de los que usan la lengua para menesteres extravocales -comer, básicamente- puede hacerlo. A Tagaq le habíamos escuchado cantar y hablar desde lo más hondo en una discografía portentosa en lo formal y victimista en lo lírico, pero es su séptimo álbum el que mejor explota y envasa su potencial, al sumar a su perturbador quejido gutural la instrumentación y la sofisticación de laboratorio que le proporciona artistas tan rodados como Gonjasufi o Saul Williams , aquí encargado de la producción. Por la parte étnica y como extra de violencia percusiva, los hermanos Ugarte, Felipe e Imanol, aportan la txlaparta.

En pleno debate nacional sobre el desnortamiento y la reinvención eurovisiva del feminismo y el regionalismo posfolclórico, movimientos sociales actualizados por Rigoberta Bandini o las Tanxugueiras entre tetas, pitos y flautas, y con la altura intelectual que distingue a nuestraa izquierda, apropiacionista u oportunista, todo es bueno para el convento y la pancarta, Tanya Tagaq, fuera de concurso, más desubicada que una esquimal en Benidorm, canta y clama un estremecedor manifiesto que versa sobre la persecución, el exterminio, el dolor, la figura de la mujer, el apego a la tierra y la negación del globalismo. Lo hace desde dentro y con la garganta, a la altura a la que uno o una, empoderada por lo genital, se le ponen los huevos cuando tiene miedo o rabia. De corbata, electrónica, distorsión y golpes.

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Yard Act - 'The Overload' (Island)

Por David Morán .

El tiempo dirá si las cicatrices del Brexit y el bufonesco paso de Boris Johnson por Downing Street son para el pop británico contemporáneo lo que el puño de hierro de Margaret Thatcher fue para el pop de los ochenta, pero de lo que no hay duda es de que algo empieza a burbujear en clubes y listas de ventas. En pubs, locales de ensayo y tugurios de extrarradio. Ahí estaban ya, por ejemplo, Idles y Sleaford Mods, y por ahí llegan, pisando fuerte, Yard Act, debutantes de Leeds con los que la prensa británica, siempre a la caza de nuevos fenómenos que llevarse a los oídos entre exageraciones e hipérboles, ha dado (por fin) en el clavo.

Tampoco era difícil: frescos, exultantes y veloces, Yard Act vienen a ser la versión brit-pop del post-punk. Humor, mala leche y electricidad. Himnos con las mandíbulas apretadas, guitarras inquietas y estribillos en los que se amontonan, todos a una, Blur, Arctic Monkeys, Kaiser Chiefs y los primeros Franz Ferndinand. Lo mejor del trote cochinero de los dosmil, ese jaleo de pintas derramadas y coros eufóricos, al servicio de unas canciones en las que ajustan cuentas con el capitalismo, la posverdad, la polarización, las fake news y, en fin, todo ese ruido de fondo que todo lo envuelve y engulle.

A los de Leeds se les ha querido emparentar con The Fall por la vía del pospunk abrasivo, pero ‘The Overload’ no atiende a peajes y juega al despiste (‘Rich’, la más Mark E. Smith del lote, tampoco desentonaría en manos de LCD Soundsystem) mientras exhibe orgullo norteño y puntería eléctrica en un disco bailable y disfrutón. Un disco que pasa como suspiro mientras ‘Payday’, ‘Dead Horse’ y ‘Land Of The Blind’ acortan distancias entre la pista de baile y la línea del frente. Entre la discoteca y la barricada de la canción protesta que no necesita reivindicarse como tal para serlo.

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