Toni Hill: «Casi nadie se ha tomado la molestia de escribir del extrarradio»

Con «Tigres de cristal», el autor barcelonés regresa al Cornellà de los años setenta con una historia de acoso escolar, violencia y venganza

Toni Hill, fotografiado en Barcelona INÉS BAUCELLS
David Morán

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El negro, subraya Toni Hill (Barcelona, 1966), combina con todo, incluso con el gris parduzco y apagado de los bloques del San Ildefonso de finales de los setenta, ciudad satélite de Cornellà del Llobregat a la que La Banda Trapera del Río dedicaron algunos de sus más memorables exabruptos. «Empieza a hacer falta que los que hemos vivido en estos barrios lo digamos, porque se ha escrito mucho de los barrios pobres de Barcelona, pero con el extrarradio casi nadie se tomado la molestia, subraya un escritor que, después del gótico estilizado de «Los ángeles de hielo», da un nuevo volantazo y regresa con «Tigres de cristal» (Grijalbo) a su paisaje de adolescencia.

Un brusco cambio de escenario con el que el autor de la trilogía del inspector Héctor Salgado recupera el asfalto para mezclar novela urbana y thriller retorcido, anudar con firmeza acoso escolar, venganza, culpa y, por el mismo precio, desenterrar la memoria de la periferia. «No es un noir con un psicópata desatado, sino una manera de contar cómo era todo un barrio y un mundo concreto a través de un crimen. O la novela negra se actualiza o le volverá a pasar lo mismo que le ocurría antes de que apareciese Stieg Larsson», apunta un Hill que, puestos a elegir, prefiere hablar de «novela sobre la violencia». «Sobre quien la ejerce y también sobre quien la sufre», aclara.

Un reparto de papeles que, pese a su naturaleza ambigua y cambiante, nos introduce en la historia de Juanpe y Víctor, dos chavales que deciden acabar de la manera más drástica posible con las amenazas y hostigamientos de Joaquín, un acosador que se ha propuesto hacerle la vida imposible a Juanpe. «A principios de los noventa me impactó mucho el crimen de James Bulger, el niño de dos años torturado y asesinado por dos chicos de diez años . Más allá de lo terrible del crimen en sí, lo que siempre me he preguntado es cómo consigue alguien cargar con eso y montarse una vida cuando sale de la cárcel. Y no hablo de reinserción, sino de cómo conseguir vivir contigo mismo sabiendo lo que has hecho», recuerda.

Con esa idea en mente y la voluntad de romper ciertos mitos asociados a la culpa –«en realidad, todo es mucho más ambiguo, más gris», asegura–, Hill viaja de los setenta a la actualidad siguiendo los pasos de Víctor y Juanpe y rastreando cómo el acoso no ha hecho más que mutar y sofisticarse. «Ahora que las víctimas de bullying aparentemente tienen más recursos y que padres y profesores están más pendientes, el mal se metamorfosea para conseguir su objetivo», reflexionar el autor.

Esta nueva y sofisticada versión del ciberacoso la sufrirá Alena, personaje con el que Hill se adentra en la actualidad para establecer un juego de espejos entre lo que es ahora San Ildefonso y lo que era aquel barrio obrero, cuna de la lucha sindical del cinturón rojo, que él conoció casi por error cuando se quedó sin plaza en el instituto de Cornellà y acabó en uno de los barracones de Ciudad Satélite. «Recuerdo que el instituto estaba por encima del metro, y que para llegar pisabas jeringillas... Porque había droga, claro, pero también muchos estereotipos y prejucios. Yo aterricé ahí con una mezcla de fascinación y pánico, pero cuando ves que no pasa nada y que lo que te encuentras es gente normal, todo eso desaparece».

De ahí que, décadas después, Hill haya querido recuperar un pedazo de su infancia para «contar una realidad que va a desaparecer» y reinvindicar el papel de aquellos inmigrantes que salieron adelante en un lugar en el que lo único que habían eran descampados y bloques. Bloques verdes, sí, pero ni un sólo árbol.

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