Simon Critchley, leer la vida en noventa minutos

El filósofo inglés publica en España «En qué pensamos cuando pensamos en fútbol», un ensayo que explora el papel del deporte rey en nuestra sociedad

El filósofo británico Simon Critchley ABC

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Simon Critchley (Hertfordshire, 1960) soluciona de un tajo la cuestión de qué pinta el fútbol fuera de las páginas dedicadas al deporte: «Cultura es cultura». No lo dice un cualquiera: el de este filósofo, catedrático en la New School for Social Research de Nueva York, es el nombre de uno de los estandartes del eclecticismo contemporáneo, tan capaz de escribir un libro que aborde el fenómeno David Bowie como otro sobre el suicidio. Ahora, acaba de publicar en España un compendio de ideas sobre la pelota y su ecosistema, titulado «En qué pensamos cuando pensamos en fútbol» (Sexto piso).

«El fútbol debería formar parte del ideario cultural de nuestra sociedad, porque es una parte fundamental de cómo la gente da sentido a su vida. Puedes ir al cine, leer a Lorca, ser un enamorado del teatro, escuchar a Metallica o a Beyoncé ... Todo es parte de una misma experiencia», argumenta el pensador, que se manifiesta «profundamente en contra de esa reprobación elitista que todavía recibe». Se entiende que así lo valore: el fútbol es el ámbito que le permitió tener una conversación «razonable» con su padre, pues es el único en el que «ninguno estaba por encima del otro».

Fue a través de su intercambio de ideas sobre el concepto de violencia con Slavoj Zizek como Critchley dio eco a su voz. Aplicados los conceptos al fútbol que a él más le atrae, el que tiene en cuenta la grada y la pulsión identitaria que al abrigo de unos colores allí se despierta, el ensayista cree que el fútbol no es más que «un cauce para que la gente exprese lo que siente», una suerte de esterilización de la violencia. Su país, Inglaterra, le sirve como ejemplo, pues desaprendió el racismo a base de comprar futbolistas africanos que terminaron convirtiendo en ídolos.

La práctica instintiva desde que el deporte existe, mediática y socialmente, consiste en encumbrar a los profesionales como héroes de nuestro tiempo. Màxim Huerta , el que fuera efímero ministro de Cultura y Deportes, fue el último en acuñar la referencia. La idea es tóxica en cuanto a que lo normal, por una mera cuestión estadística –para que uno gane tienen que perder decenas– siempre será la derrota. Es en este punto donde quizá más reluzca la condición del Critchley filósofo: «Lo más normal en la vida y en el fútbol es que seas un perdedor, lo cual es moralmente interesante. Debemos aprender a vivir con el fracaso. Mucha gente habla de esta tontería de que tienes que luchar por los sueños y los conseguirás... En el fútbol no pasa, y hay que saber vivir con ello. Creo que la vida humana también tiene como base la aceptación de la derrota».

Dicotomía

Defiende Critchley la dicotomía que domina el fútbol , la existente entre «deleite» y «asco», las dos manifestaciones espontáneas de su ánimo cuando le dedica tiempo al balón. Lo positivo, dice, proviene del placer que obtiene a través de todo aquello que es inherente al juego y su esencia, de esa experiencia primitiva que un estadio le despierta. La parte desagradable es la que de manera inevitable va ligada al primer escalón del deporte: el dinero y sus cuestionables flujos, la corrupción y el hedor de un sistema en descomposición. Le parece, en suma, una contradicción, en la medida en que las bondades del planeta del fútbol le evocan al socialismo, mientras que lo que acontece en los despachos tiende al capitalismo. Y, siguiendo por el camino de la política y en el contexto español, asegura que el Barcelona , a nivel internacional, es «la fuerza más poderosa que tiene Cataluña ».

Del exjugador Jorge Valdano , habitual en coloquios que tienen la filosofía como fondo, es una de las frases que en cierto modo resumen el sentir que cada día más intelectuales se esmeran en diseccionar: «El fútbol es lo más importante de entre las cosas que menos importan». Critchley le pone la guinda: «(El fútbol ) Tiene la capacidad de ralentizar el tiempo y encauzarlo. La forma en la que la memoria perdura unida conforma un punto de vista moralmente distinto. Es un juego que, como tal, debe ser divertido pero que, al mismo tiempo, nos permite ponernos serios y nos permite pasar el tiempo, sin preocuparnos de nada más».

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