La escritora Hanya Yanagihara, fotografiada en Madrid
La escritora Hanya Yanagihara, fotografiada en Madrid - ERNESTO AGUDO

Hanya Yanagihara: «El lector puede aguantarlo todo»

La escritora estadounidense narra en «Tan poca vida», una de las novelas del otoño, una intensa historia de amor generacional lastrada por un pasado de abusos sexuales

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Durante catorce años, Hanya Yanagihara (Los Ángeles, 1975) coleccionó fotografías de artistas como Diane Arbus o Ryan McGinley. En la atmósfera asfixiante de ese collage del sufrimiento la autora estadounidense, por entonces «sólo» periodista, encontró la inspiración para escribir «Tan poca vida» (Lumen), novela que estos días se publica en España después de haber arrasado en ventas en Estados Unidos. Y no es un libro fácil. No sólo por su dimensión (más de mil páginas, en la senda marcada previamente por «El jilguero», de Donna Tartt), sino por el retrato, explícito y descarnado, que hace del dolor. Aparentemente estamos ante el relato de las vidas de cuatro amigos en Nueva York. Pero, en realidad, se trata de una gran historia de amor generacional donde la amistad, esa rara avis de la literatura, termina salvando a sus protagonistas.

Tardó 18 meses en escribir «Tan poca vida» y lo hizo en una especie de estado febril, del que difícilmente podía salir. ¿Se ha liberado ya de la novela?

Por suerte y por desgracia, al ver las ediciones extranjeras siento que aún estoy dentro de la novela y la novela aún está dentro de mí. No esperaba que este estado durara tanto.

Ese estado se traslada al lector, que se sumerge en la novela casi como si estuviera en un trance y la termina en cuestión de días. ¿Es consciente del efecto que causa su lectura?

Me alegra saber que el estado en el que escribí la novela tiene un eco en la experiencia de los lectores. Durante el proceso de escritura, el manuscrito sólo lo leyó una persona y nunca pensé en la reacción de los lectores. Quería algo grande, excesivo, extravagante y muy comprometido. Mi editor me dijo que podía gustar mucho o ser un completo desastre. Sólo espero que sea una recompensa a la paciencia de los lectores.

Hablando de su editor (estadounidense), creo que tuvieron una discusión porque él consideraba que los párrafos en los que se describe el abuso sexual que el protagonista sufrió eran demasiado explícitos y temía que el lector no estuviera preparado.

Sí. Echando la vista atrás, creo que fue una decisión artísticamente correcta. Cuando me lo planteó me lo pensé dos veces, porque su argumento era que el lector era incapaz de asimilar tanta violencia. Yo creo que el lector puede aguantarlo todo y los problemas llegan cuando el escritor no lo está diciendo todo, cuando se guarda información. No hay que ser condescendiente con el lector, no hay que pensar que no va a soportar cierto nivel de violencia. Como lectora, me gusta que me pongan retos, me gusta que el escritor sea genuino conmigo, así que en el fondo no entiendo la reacción comercial sobre la integridad del libro.

De hecho, en otras novelas en las que se trata también el abuso sexual, como «La habitación» o la mismísima «Lolita», esa violencia está fuera de cámara. Pero usted decide que el lector lo viva, que se consciente de ello, que sea testigo.

No quería que la violencia pasara fuera de la cámara, como usted bien dice. Quería que el lector fuera consciente de que Jude tiene una vida difícil, que sus heridas se repiten una y otra vez como si fuera una melodía dentro de una sinfonía. Quería que el lector nunca fuera capaz de apartar la vista. Respetar a un personaje implica aceptar todos los aspectos de su vida.

Me imagino que, desde que apareció el libro, se le habrán acercado muchas personas diciéndole: «Lo que cuenta me ha pasado, lo que narra es mi vida».

Sí.

¿Y qué sintió cuando le sucedió?

Siempre es importante cuando alguien comparte contigo algo tan profundo, es un momento muy generoso, un punto de inflexión. No escribí este libro para que fuera una especie de terapia.

Así que no cree que la lectura sirva de terapia.

Creo que puede serlo, pero no de forma intencionada. Como escritor, no tienes ningún control sobre cómo va a reaccionar la gente o lo que va a decir. Es un gran acto de generosidad cuando la gente comparte esa parte de su vida contigo y para mí es un honor que lo hagan.

Cuando el pianista británico James Rhodes publicó sus memorias, en las que hablaba, sin tapujos, de los abusos que sufrió siendo niño y sus intentos de suicidio, me dijo que era necesario verbalizarlo, que la gente lo supiera.

Sé de las memorias de Rhodes, aunque no las he leído. Creo que tiene toda la razón. No es un tema del que se hable lo suficiente y, obviamente, él es muy valiente al haber contado una historia tan dura.

Volviendo a la novela, es un elogio a la amistad, una historia de amor sobre la amistad.

Sí, así es. Con la novela quería destacar la importancia de la amistad en nuestras vidas, que puede convertirse en la relación más importante. La amistad puede entrar en territorios de todo tipo, ya sea el romance, una relación erótica o algo más parental. Las personas pueden salvarse unas a otras gracias a la amistad; algunos no lo conseguirán, pero lo bonito es intentarlo.

Pero lo cierto es que la mayoría de las novelas que se publican y de las películas que se estrenan giran en torno al amor, están protagonizadas por una relación de pareja. La ficción se ha olvidado de la amistad.

Sí, creo que es un matiz muy importante. Hasta hace muy poco, el tipo de novela más importante era la que trataba sobre la amistad, desde Dickens a Coleridge. Ha sido un tema de conversación en la ficción durante muchos años, en parte porque un amigo es la primera persona a la que elegimos con autonomía. Pero, a medida que la sociedad se ha ido flexibilizando, la idea de la importancia de la amistad empieza a desvanecerse. Por eso es tan importante que aparezcan novelas sobre la amistad, como las de Elena Ferrante. Quizás estemos buscando algo que nos ate de nuevo, porque la familia ya no es lo que era, tampoco el matrimonio, ni la religión.

Recuerdo una frase de uno de los protagonistas: «Nueva York estaba dominada por la ambición. A menudo lo único que le gente compartía era esa ambición… y el ateísmo». Es una descripción muy adecuada de en qué sociedad vivimos.

Creo que sí, y sobre todo en Nueva York. La gente va a Nueva York a ponerse a prueba, hay una fetichización del éxito, más allí que en ningún otro sitio. Nueva York es implacable.

¿Por qué se pasó catorce años coleccionando ese tipo de fotografías?

Siempre he admirado a los artistas visuales porque, al igual que los científicos, hablan un tipo de lenguaje al que nosotros no podemos acceder, porque tiene su lógica propia y única. Cuando empecé a mirar las imágenes que fui coleccionando a lo largo del tiempo, sentí que compartían un tono, una atmósfera, y decidí volver a ellas. Fue una forma de guiarme a la hora de escribir. Espero que sea una manera de demostrar que una forma de arte se puede convertir en otra forma de arte.

Usted tuvo una infancia en cierta manera nómada, desarraigada, con continuos traslados. ¿Influyó en la manera que tiene de ver su país, y que trasladó a esta novela?

En muchos sentidos, este libro plasma cómo veo América, su paisaje. Pero también es una forma de probar la inmensidad de América, cuánto hay que no conocemos. La posibilidad de que América esconda secretos, detrás de cada puerta de cada motel, es fascinante. Esta novela es un tributo a todo aquello que no conocemos del país.

¿Se imagina que, dentro de un tiempo, alguien escriba una novela sobre aquellos años en los que Donald Trump fue presidente de Estados Unidos?

[Ríe con ganas] Bueno, la verdad es que será bastante interesante si gana.

¿De verdad? ¿Interesante?

Bueno, será horrible, pero será interesante para el arte, porque el arte siempre está más cargado y eléctrico en los momentos de fascismo. Recuerde lo que sucedió en la época de Bush. El arte, la literatura, el cine, el periodismo siempre lo absorben todo y el reto será ese. Seguro que terminará produciéndose arte muy potente… o quizás termine sacrificándose ese arte y nunca lo veamos. Da miedo, las encuestas son muy ajustadas.

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