Camilo José Cela: la búsqueda incansable del artículo perfecto

La Universidad Camilo José Cela saca a la luz los 23 cuadernillos originales en los que el Nobel de Literatura escribió los más de setecientos textos que publicó en ABC dentro de su serie «El color de la mañana», la más larga de toda su carrera, que comenzó en noviembre de 1993 y terminó con su muerte, en enero de 2002

Bruno Pardo Porto

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Son veintitrés cuadernillos escolares, de esos que tienen la tabla de multiplicar en el reverso y las páginas cuadriculadas, para hacer cuentas o no torcer las líneas, según se quiera. Todos tienen título y están numerados, y la primera página de cada uno la ocupa un índice lleno de epígrafes y subepígrafes reordenados con flechas que se cruzan en un baile que pretende imponer cronología a los textos. Estos, por cierto, están escritos con caligrafía pequeña pero pulcra, y con múltiples correcciones aquí y allá: que si un tachón porque sobra algo, que si el orden de los adjetivos sí altera el producto... La impresión general es de orden, de seriedad: así se tomaba Camilo José Cela su faceta periodística, y así pergeñó los más de setecientos artículos que publicó en las páginas de ABC entre 1993 y 2002, en su ya mítica serie «El color de la mañana», que lo acompañó hasta su muerte.

Solo ahora, treinta años después de su Nobel de Literatura y previo pago de 65.000 euros por parte de la Universidad Camilo José Cela (UCJC), podemos apreciar estos manuscritos del genio de Iria Flavia, desconocidos para expertos y curiosos. En total, son más de mil seiscientas páginas que nos ofrecen nuevos y jugosos detalles de su «modus operandi» en la prensa diaria. La compra, que se produjo en enero pero se hizo pública hace tan solo unos días, abre una nueva vía de investigación para los celianos de la universidad que lleva su nombre, y que ya han empezado a trabajar con estos cuadernillos. La primera conclusión es clara: son el fruto de un trabajo minucioso y, seguramente, estaban pensados para sobrevivir al periódico y refugiarse del paso del tiempo en los lomos de un libro.

Dos de los cuadernos en los que Cela escribía sus artículos para ABC UCJC

Adolfo Sotelo , director de la Cátedra de Estudios Hispánicos de la UCJC, recordó durante la presentación de los manuscritos que Cela ya publicó en vida un volumen en el que recogía parte de «El color de la mañana»; en concreto, los artículos que alumbró entre noviembre de 1993 y enero de 1995. No hubo más libros recopilatorios, pero la intención perfeccionista quedó ahí: nunca dejó de buscar el adjetivo preciso, de pulir el estilo, de retocar una y otra vez sus criaturas. Primero, en el cuaderno. Luego, antes de mandarlas a la rotativa. Y por último, ya con la página de ABC en la mano, una revisión final. Esta, sin duda, la hacía pensando en una futura edición de sus artículos reunidos. Por eso, «estos manuscritos son fundamentales para conocer la obra total de Camilo José Cela», tal y como subrayó Sotelo.

A diferencia de sus anteriores colaboraciones, en «El color de la mañana» Cela apostaba por un articulismo más costumbrista y reflexivo. También, claro, gamberro e incluso escatológico, que para eso había dedicado tantas horas a su « Diccionario Secreto ». Relataba recuerdos, anécdotas personales o sucesos: puntos de partida para sus puntiagudas digresiones, siempre irónicas y brillantes como el filo plateado de un cuchillo recién afilado. Le valía cualquier cosa: una enfermedad reciente (en un artículo se queja de «un trance no grave pero sí enojoso» para hablar de la medicina tradicional), una ocurrencia sobre una mujer que se dedicaba a «desespinillar» hombres o la formación de un nuevo Gobierno (excusa perfecta, cómo no, para analizar las muchas y diferentes barbas de los ministros). Sacaba ocurrencias de cualquier pozo, al modo del «Larra más crítico o el Valle-Inclán del esperpento», en palabras de la investigadora Alba Guimerà .

Uno de los artículos manuscritos de Cela, lleno de correcciones UCJC

El tono general de sus piezas era positivo, como ya había anunciado en « Con la venia », la primera de estas piezas, publicada el 21 de noviembre de 1993. «Me imagino que el color de la mañana es dulce y suave como el que veo cuando Dios amanece y descorro la cortina que me tapaba el campo (...); en él quisiera mojar mi alma y encontrar la palabra con la que, bien adiestrado en el oficio, asomarme casi a diario a estas páginas con el pensamiento puesto en la buena intención», escribía ahí. Ya ven, en esta última colaboración el hombre mordaz se quería mostrar afable.

Y así lo hizo en la mayoría de los casos, aunque también hubo días grises «como la panza de un asno». Por ejemplo, los que se levantaba con otra noticia de la guerra de Bosnia , que despertaba su melancolía («El mundo está en guerra, esa cotidiana vulgaridad sin sentido común», lamentaba). O esos en los que descubría una España enturbiada que iba por el mal camino. «En estos últimos años como articulista tiene una visión de España bastante pesimista», apuntó Guimerà.

También la muerte cambió el color de muchos amaneceres, y despertó varios artículos. De hecho, el último que tenemos de «El color del día», publicado en ABC el 13 de enero de 2002, se lo dedicó a José María Sánchez Silva , que había fallecido en esas fechas. «Don Domingo, el muerto de hambre gimnástico y caballeresco, se hacía llamar a veces don Eduardito de la Musa y Taruk Rajá y presumía de acertar a irse para el otro mundo sin descomponer un solo músculo de la cara», remataba entonces, haciendo gala de su sempiterno sentido del humor. Cuatro días después era él quien se despedía de este mundo, no sabemos si con una sonrisa gamberra ocultada por el ataúd.

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