Ángeles González-Sinde: «En el dolor hay algo de exhibicionismo y eso a mí me llena de pudor»

La exministra de Cultura, que en 2013 fue finalista del premio Planeta, regresa a la novela con «Después de Kim»

La escritora, cineasta y guionista Ángeles González-Sinde, fotografiada en Madrid tras su entrevista con ABC MAYA BALANYÁ

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Dice John, uno de los protagonistas de «Después de Kim» (Duomo), el regreso a la ficción de Ángeles González-Sinde (Madrid, 1965), que lo que más le cuesta asimilar de la muerte de su hija –cuyo nombre ilustra el título– no es tanto su ausencia física «como el que la vida siga discurriendo y quien murió ya no pueda conocer acontecimientos que todavía le atañen». Y eso es lo que ahora siente la exministra de Cultura, escritora y cineasta. Frente a la ilusión de ver publicada su segunda novela, la tristeza de no poder vivirlo con Claudio López de Lamadrid , con el que compartió los últimos siete años de su vida y que falleció el 12 de enero. En su ficción, un matrimonio que lleva décadas separado se reencuentra ante la trágica muerte de su hija. En su realidad, González-Sinde sigue buscando consuelo, cada día, en las palabras que otros escribieron para tratar de resolver el duelo.

¿Cómo se afronta la pérdida sabiendo que tú tienes que seguir viviendo?

Lo que más vértigo da y lo que más pesa es que esa persona no tenga futuro, y que tú no tengas futuro con esa persona. Por eso da tanto miedo mirar adelante como mirar atrás, y por eso nos aferramos mucho a los recuerdos, en un intento de no mirar. Muchos escritores se aferran a escribir. Esto lo descubres cuando pierdes a alguien y si la literatura para ti es un salvavidas.

¿En su caso lo es?

Como lectora, desde luego.

¿Y como escritora?

Supongo que sí, pero no me gustaría transmitir la idea de que es una novela oscura que se detiene en la pérdida.

Es más bien una novela luminosa.

No es que huya de la tristeza o crea que es tabú o que hay que ir al positivismo este contemporáneo porque sí.

El que vemos en Instagram.

Eso es, la idea de que la vida es un éxito en todo momento. Me atrae contar cómo procesos de cambio vitales muy grandes pueden desembocar en una nueva etapa que no esperábamos.

¿Cuándo terminó la novela?

Hace año y medio, en noviembre de 2017.

¿Y reescribió mucho?

Muchísimo, sobre todo lo que más me ha demorado es que corregí mucho y seguiría haciéndolo, porque por alguna razón yo sentía que esta novela la tenía que preservar mucho y proteger.

¿Protegerla de qué?

A veces yo me desanimo fácilmente frente a las críticas, quizás porque me importa mucho la opinión de los demás. Cada acto de escritura que hago es un deseo y una voluntad de comunicación con el otro, y si esa carta que escribes al primer destinatario que se lo enseñas no le funciona, es un acto fallido. Muchas veces, eso me desarma. La empresa de escribir una novela puede ser frustrante y puedes tener tentaciones de tirar la toalla si tienes la percepción de que no funciona el mecanismo que te has inventado.

También venía de un listón alto, porque con «El buen hijo» fue finalista del Planeta. Eso no sé si genera más inseguridades, pero desde luego más presión.

Me pasó igual con la segunda película. La primera novela puede ser un acto de necesidad, incluso de inconsciencia, pero la segunda ya no y la expectativa más grande seguramente es la de ti misma, porque quieres avanzar. Muchos escritores reniegan de sus primeras novelas, pero yo para nada, porque significó mucho para mí, un reconciliarme con la escritura y también una transformación como lectora.

¿Desde entonces no lee igual?

Claro, quizás ahora leo mejor, y la lectura se ha vuelto mucho más importante para mí. También he vivido durante siete años con una persona que era editor y tenía la suerte y el privilegio de estar recibiendo permanentemente estímulos de lecturas maravillosas. Me he hecho mucho más lectora, más voraz y más omnívora, y eso te hace ser mucho más ambicioso.

Han pasado cuatro meses desde la muerte de Claudio López de Lamadrid. ¿Le daba miedo exponerse?

Muchísimo, claro y todavía me lo da y tengo muchas dudas morales sobre la exposición.

¿Por qué?

Porque hay algo a veces de exhibicionismo en el dolor, cuando lo ves en los medios, y eso a mí me llena de pudor.

Lo primero que yo pensé fue que la proyección mediática que siempre implica la publicación de una novela iba a tener que ser muy dura para usted.

Lo más duro es no poder compartirlo con él, porque a él le gustaba muchísimo la novela, creía mucho en ella y disfrutaba con cada cosa que yo hacía, me apoyaba mucho. Eso es lo más duro: no poder compartir nada de esto.

¿La escritura cura?

Coloca, ordena, y eso te sirve para angustiarte menos, para sufrir menos.

¿Y es un buen refugio?

Sí, aunque para mí uno de los problemas del duelo es que te desinteresa por lo que está ocurriendo en el mundo.

Te encierras en ti mismo.

Querrías escribir, pero sólo sobre lo que estás viviendo. Por una parte, es beneficioso, pero por otra hay un anhelo de quedarte ahí. A veces, mi manera de defenderme de algo que me perturba es investigar más. Es como si hubiera un consuelo en la voz de los otros, en llegar a casa y saber que un señor en Inglaterra, que es Julian Barnes, tiene un mensaje para ti. Eso me sirve.

A mí esta novela me ha servido, desde luego. Y mire que llevo pérdidas…

Creo que hemos perdido ritos colectivos de despedida.

No sabemos despedirnos.

No sabemos hacerlo, y además en España como somos tan radicales para todo hemos desterrado los ritos católicos, que eran los de nuestra tradición, fuéramos creyentes o no, y no tenemos ritos laicos, entonces no ayuda nada a ese tránsito. Y tampoco se vive muy en comunidad un duelo. En la lectura hay como una hermandad, una sororidad que aflora ahí y es como si compartes el peso con otras personas.

La muerte en España sigue siendo un tabú.

Sí, siendo un país, por otra parte, tan apegado a lo negro. Yo veo que las personas de generaciones anteriores llevan mejor los duelos.

Conviven mejor con sus muertos que nosotros.

Sí. Y también me da la sensación de que la muerte es un fracaso.

¿Por qué?

Porque la sociedad de hoy, que está tan apegada al éxito, a tener una apariencia de éxito, de juventud, de solvencia, eso se valora mucho. La muerte se ve como un fracaso, y la pena también es algo negativo en una sociedad que valora tanto la positividad. Eso no ayuda mucho a encontrar ese nuevo ritual.

Nos estamos quedando mucho en la superficie.

Sí, pero luego siempre en algún momento a todo el mundo le va a llegar una pérdida que te hace aterrizar rápidamente en las profundidades de la realidad.

¿Cómo de distinta es cuando escribe novelas, guiones, cuentos infantiles? ¿Es muy diferente?

Es muy diferente. Cuando escribes literatura, el terreno es completamente libre y me dejo llevar muchísimo. La escritura de guiones es muy pautada, muy controlada, tiene tantas reglas y tantos mecanismos que hay que respetar que es mucho más limitada y por fuerza te limitas tú.

¿Y dónde se siente más cómoda?

Me siento a gusto en las dos formas, pero realmente escribir novelas, y se lo puede preguntar a cualquier guionista que lo haya probado, no tiene comparación; eso lo explica John Irving muy bien.

¿Echa de menos la política?

La verdad es que no. Puedo echar de menos a personas con las que trabajaba o a compañeros de Gobierno o del Ministerio, pero la política no.

Tal y como está ahora, no me extraña…

Es muy difícil echarla de menos cuando ves ese panorama tan duro y agresivo. Cuando la política es una actividad humana muy bonita, antigua, con una noble tradición y muy apasionante.

Ojalá la muerte de Rubalcaba haya servido para que los políticos actuales se hayan visto frente al espejo.

Sí, porque la generación posterior ha adquirido unos usos muy agresivos de la política.

¿Espera que eso cambie?

No, porque veo que les debe dar réditos esa manera de comunicarse.

¿Réditos en forma de votos?

Debe ser, o réditos en apariciones en prensa, que también sólo nos cuenta la parte de la gresca. Los políticos no están todo el día a la gresca, también hay mucha convivencia.

Incluso se pueden llevar bien dos políticos de signo contrario.

Sí, claro. Además, eso aleja a mucha gente de la política, porque siente que es algo que no le atañe, que es una discusión y un debate entre unos señores.

¿Y si le sonara el teléfono para proponerle volver, diría que sí?

No, no, no, no. Porque, además, me ha costado mucho reconquistar el territorio de la escritura y no quiero perderlo.

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