Albiac destaca que Blaise Pascal nos enseñó a comprender que «el "yo" es odioso»

El columnista de ABC presenta la edición crítica definitiva de los «Pensamientos» del filósofo francés

Bieito Rubido, Gabriel Albiac, Jon Juaristi y Luis Alberto de Cuenca, ayer en la presentación Maya Balanya
Bruno Pardo Porto

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El filósofo francés Blaise Pascal (1623-1662) dejó a su familia, y a la posteridad, un curioso legado: un cajón lleno de pliegos y recortes que contenían sus ocurrencias, pero también citas e ideas de todo lo que fue leyendo y quería rescatar del temido olvido . Aquello era un barullo desorganizado, para ser exactos, pero en un principio se pensó que era un libro inacabado, y así salió a la luz.

A la criatura se la bautizó como «Pensamientos», y es la obra que mejor sobrevivió al filósofo y matemático , una de las grandes mentes del siglo XVII. Ahora, vuelve a la palestra gracias a la edición crítica que ha realizado el filósofo y columnista de ABC Gabriel Albiac , y que publica Tecnos.

Base de datos digital

«Nos hemos inventado un libro que no existe. Si fuésemos rigurosos tendríamos que hablar de sus papeles póstumos », explica Albiac, antes de detallar el laborioso proceso de recuperación (casi de recreación) de este trabajo. Para regalar a los lectores una visión más exacta de lo que Pascal concibió, ha tenido que rastrear cada uno de los papeles para ver su procedencia , además de ordenarlos.

Pero esta nueva publicación no se queda ahí y se completa con una base de datos digital que es el reflejo binario de aquel cajón que se encontraron sus familiares. El libro fue presentado ayer en el Museo ABC de Madrid por Jon Juaristi, Luis Alberto de Cuenca y Bieito Rubido, director de ABC .

El filósofo opina que quizás era inevitable que la obra magna de Pascal fuera fragmentaria y circunstancial , pues su vida siempre estuvo atravesada por la enfermedad, por los achaques que, ya en sus últimos años, le impidieron empuñar la pluma. «Es un personaje fascinante, que se sobrepuso a una biografía trágica . Estuvo moribundo toda su vida, pero tuvo esa fuerza tremenda para tratar de pensar , para tratar de entender», recuerda. ¿Entender el qué? «Algo muy fundamental y que tenemos que tener presentes si no queremos morir como imbéciles: que el “yo” es odioso ».

«Con Pascal y el siglo XVII se produce el estallido de la concepción clásica del “yo”. El yo es un sistema de convenciones que funciona para determinadas actividades y otras no. Llevo años diciendo en mis clases la misma boutade: “No fantaseen con que tienen una identidad. Lo único que tienen es un código alfanumérico que hace que jamás puedan escapar de hacienda», subraya Albiac.

La fragilidad de la razón

En sus paradojas, continúa, se condensan las condiciones trágicas del hombre barroco, que todavía resuenan en la subjetividad moderna. Sobre todo, la fragilidad de la razón frente a otros ámbitos, como el de la fe, y esa primacía de la pregunta sobre la respuesta, tan rabiosamente actual. Por eso, más allá de la identidad, los escritos de Pascal plantean un quiebro al racionalismo . Él fue un ilustre matemático y un filosófo inmortal, pero no encontraba ningún fin en esos campos: tan solo los dominaba para reventarlos desde dentro, al modo que Picasso hiciera siglos después con la perspectiva.

¿Y qué buscaba, al cabo, con toda esa destrucción? «Él no pretendía ser matemático ni filósofo. Quería ser un cristiano, aspiraba a la santidad. Y para aspirar a la santidad lo primero que tenía que hacer era destruir el mundo, apostar por otra cosa: la conversión. Destruye las matemáticas y la filosofía para sentir el espanto que se produce al quedar en el vací o , que se asoma al absoluto. Ahí donde lo único que le puede salvar es la gracia», remata.

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