Vicente Serrano Marín, autor de «Fraudebook»
Vicente Serrano Marín, autor de «Fraudebook» - Alejandro Sotomayor

Vicente Serrano Marín: «Facebook entiende la felicidad de un modo muy insatisfactorio y sin descanso»

El doctor en Filosofía y premiado ensayista reflexiona en «Fraudebook: lo que la red social hace con nuestras vidas» sobre las dimensiones ocultas y en absoluto inocuas del popular «invento» de Mark Zuckerberg

MADRID Actualizado: Guardar
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Facebook es un monstruo de la nueva economía digital con 1.600 millones de usuarios activos a los que se les impide decirse «No me gusta». Y es que la expansión del mal rollo podría suponer el final de este tinglado tan lucrativo, sostiene el filósofo Vicente Serrano Marín, quien ha escrito el ensayo «Fraudebook: lo que la red social hace con nuestras vidas» (Plaza y Valdés), en donde analiza la cara oculta de un artilugio en absoluto inocuo.

¿Tiene Facebook?

Tengo Facebook desde hace tiempo porque a uno le gusta saber dónde vive, pero nunca admití amistades. Hace un año y medio sí lo hice y entré en ese tráfico. La cuenta que tenía con amigos está inactiva ahora.

Es muy cansado y exige mucho tiempo, uno tiene que valorar.

Facebook se ha introducido en lo más íntimo: los afectos. ¿Qué consecuencias tiene esto para nuestras vidas?

Una de las perspectivas del ensayo es que Facebook es una herramienta de gobierno de uno mismo, homogeneiza las formas que tiene uno en su interior de organizar su vida afectiva. Es un organizador. Mi Facebook me pide: «¿Qué estás pensando?». Te está urgiendo. O «Tienes más amigos de los que crees», para que incidas en tu estructura anímica. Cuando uno gestiona sus sentimientos ocupa el espacio de la ética, donde reflexiona sobre sí mismo y toma decisiones al respecto. Facebook se ha instalado ahí en medio con un dispositivo inocente, en principio, pero que inadvertidamente incide, a través de una estructura banal y simple, y acaba modificando nuestra propia vida. Te devuelve una realidad que es la tuya pero que no está tan claro que sea tuya. Y con una estructura de cuenta corriente. No depositas dinero sino afectos y aprobación, viéndote a través del otro. Se impulsa el narcisismo.

Al necesitar la aprobación constante del resto, ¿seguimos en el cole, en una batalla constante por la popularidad? Dice que uno se puede convertir en la caricatura del superhombre nietzscheano, un sucedáneo de alegría y autoafirmación.

El dispositivo, en sí mismo, es la infantilización de la propia vida. La búsqueda incesante de aprobación... Es cierto que se puede usar de diferentes maneras, más sensata o menos. Todo es muy banal, incluso en sus dimensiones estéticas. Su origen, aunque Zuckerberg lo ha negado, es el de un grupo de estudiantes y se inicia con una frustración amorosa, una especie de venganza, y era para calificar a chicas y las relaciones entre los estudiantes. Y no ha cambiado tanto. Tratan de que sea muy simple para que lo pueda usar cualquiera, y nuestras emociones son mucho más complejas. Invita a que tengas una respuesta o no, aprobación o no, y lleva a cierta ansiedad, a ver qué te dice el otro. Sobre todo para el público más joven: genera dependencia, adicción a la pantalla, porque ahí pasan ciertos acontecimientos de la vida. Lo del superhombre es una licencia, pero sí parece que, como todo es virtual, uno no se enfrenta a las incomodidades. Hay un simulacro de constante afirmación. Es una caricatura de las relaciones humanas y algunos no se dan cuenta. Nuestro flujo temporal real se va desvaneciendo, lo que queda en la pantalla tiene una enorme fuerza. Se mueve todo en torno a tu identidad, que no es tu identidad real pero que acaba modificándola.

Está la existencia real y la virtual, distorsionada por nosotros mismos. Al final, las cuentas de las redes sociales sobreviven a sus creadores.

Eso ha obligado a disposiciones jurídicas para ver quién gestiona una cuenta de alguien que ha fallecido. Un simulacro de inmortalidad en esta sociedad que no quiere asumir la muerte.

Una golondrina no hace verano, y en Facebook hay una felicidad sesgada porque el mundo real es mucho más complejo. ¿No es torturadora esa búsqueda de felicidad «non-stop»?

El objetivo de Facebook no es la felicidad, pero al gestionar tu vida ahí, tus afectos, inevitablemente aparece. Los clásicos asociaban la felicidad a la búsqueda del fin óptimo donde se insertaban los acontecimientos que iban camino de eso. Ahora es un dispositivo que lo absorbe todo con características banales, una pulsión para cargar contenidos, comunicación sin fin. Hobbes define la felicidad como una búsqueda de la satisfacción que nunca encuentra satisfacción. Sin objetivo y sin final. Facebook es una expresión extraordinaria de cómo se puede entender la felicidad hoy, algo profundamente insatisfactorio y sin descanso. Esa ansiedad vinculada a su estructura, a esta felicidad moderna a la que le falta un concepto aglutinador. Es una cuenta corriente donde acumulas afectos.

El Dalái Lama tiene Facebook.

Es transversal. Da igual qué religión se tenga, la ideología, la procedencia, cualquier diferencia es laminada, todo pasa por el mismo dispositivo. El que no está en Facebook o en la red no existe, las diferencias quedan en un segundo plano. Se puede uno intentar diferenciar… pero se acaba imponiendo. Es una especie de religión en la época del nihilismo. Es el sustrato común, establece una comunidad. Es la religión del capitalismo, la gran catedral virtual donde los fieles se congregan.

¿Debería el Dalái borrar su cuenta?

No sé si tanto, pero si entrara en conversación con esto se daría cuenta que Facebook no fomenta la espiritualidad. Fomenta la expansión de las ideas pero a un precio muy elevado, que acaba deteriorando las creencias, porque el espíritu queda banalizado. El problema es que es más que una herramienta de comunicación: afecta a la vida al transformar la vida de los usuarios. Esto ocurre con las tecnologías y con las religiones. Es una herramienta homogeneizadora.

Quien tiene un amigo, tiene un tesoro. En Facebook hay mucho nuevo rico.

Es una falsa moneda, no son amigos. Desde distintas tradiciones culturales, los amigos son un bien escaso y son difíciles de conseguir. El título de Fraudebook va por ahí. Hay conocidos, relaciones profesionales…, la palabra amistad no significa lo que significa, lo sabemos bien quienes no hemos nacido con Facebook. Pero los que han nacido con ello y no conocen otra cosa puede que no lo tengan tan claro. La amistad es algo muy valioso: sin amistad no es posible una relación humana feliz. Si es un pretexto para establecer una red publicitaria, es otra cosa…

Gente que no es usuaria de Facebook etiquetada en fotos de Facebook como «persona sin Facebook». Algo así como el rarito de turno. Nadie está a salvo.

Cuando hicimos la presentación del libro, vino un colega que hizo una broma: la grabó, la subió a Facebook y dijo: «Esto ya existe». Todo el que no salga en el filtro digital ha dejado de existir. Es un problema que se nos viene encima, que ya está ahí.

Pero sirve para que algunos confirmen su idiotez.

Haciendo esa lectura positiva, te sirve para descubrir a personas que no conocías. Pero arriesgas mucho, porque te puede impedir las relaciones laborales.

Al convertir la intimidad en espectáculo, somos anunciantes de nosotros mismos.

Jeremy Rifkin, autor de La sociedad del coste marginal cero, habla de los prosumidores, los productores-consumidores. Él lo considera como una cosa que puede generar una nueva sociedad que va a poner fin al capitalismo. Frente a esa mirada optimista, Foucault habla del empresario de sí mismo, productor y a la vez consumidor. Una estructura capitalista de satisfacción permanente de acumulación. Facebook expresa literalmente eso, gestionas tu propia biografía a través de «Me gustas» y adhesiones. La publicidad llevada a la propia biografía. Hay dos tipos de usuarios: los que exponen su biografía y creen que reciben un servicio gratis (cediendo su intimidad, que es la mercancía), y los que lo usan para promocionarse.

Asegura que el mundo digital ha transformado el concepto de libertad, pero en sentido negativo.

Las nuevas tecnologías nos han dado la posibilidad de eliminar restricciones espacio-temporales, por lo que nos dan más libertad. Pero está llena de riesgos. Yo hablo de la ironía del dispositivo: para someternos, nos hace pensar que somos más libres. Lo utilizó Foucault en el 75, en Historia de la sexualidad. Si lo que defiendo es correcto, está claro que es una forma de dominar y gobernar a millones de individuos… Pensando además, todos, que esto produce una ampliación de la libertad. Lo más profundo, la capacidad de gestionar tu vida afectiva, si hay un dispositivo homogeneizador que te la gestiona automáticamente, has perdido libertad. No es neutro. La rearticula.

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