Versión «manga» del «Quijote» publicada por la editorial Herder
Versión «manga» del «Quijote» publicada por la editorial Herder
LIBROS

La muy variada y cambiante valoración de «Don Quijote»

La comprensión de la novela cumbre de Cervantes ha pasado por diferentes avatares. Primero se leyó como una historia cómica hasta que, en la segunda mitad del XVIII, grandes autores ingleses expresaron su admiración hacia la obra

Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

Lo decía el muy lúcido Stendhal: una de las características de bastantes genios (no de todos) es la de adelantarse a su tiempo. Así les ha sucedido, por ejemplo, a Góngora (redescubierto por la Generación del 27), al propio Stendhal, a nuestro Clarín, a Van Gogh... ¿También es el caso de Cervantes? En cierta medida.

En la España de comienzos del XVII, Lope de Vega y Cervantes representan dos tipos opuestos de escritor –y de persona–. (Don Américo Castro, mi maestro, me enseñó algunas notas de un libro que preparaba sobre este contraste). El entierro del primero fue un acontecimiento tan notable que alguien dijo: «Parece de Lope», sin saber que acertaba. En aquel Madrid, decir «de Lope» suponía un enorme elogio.

Además de ser un extraordinario autor teatral –y casi mejor poeta, no lo olvidemos–, Lope supo ganarse el aplauso general «hablando en necio, para darle gusto» al necio público. Eso supone un conformismo ideológico y estético notable. Nadie busque en sus obras crítica alguna a los valores de aquella sociedad: la religión, España, la monarquía, el honor...

Espíritu libre

Cervantes, en cambio, es «un bicho raro»: piensa siempre por su cuenta, con enorme libertad interior (quizá le influyeron las ideas erasmistas de Juan López de Hoyos, con el que estudió). Pero tampoco era un temerario, por supuesto: utiliza muchas cautelas. Algunos han llegado a hablar de su «hipocresía». Y todo lo envuelve en el manto mágico y ambiguo de su ironía. Sin eso, un espíritu tan libre como el suyo hubiera tenido muy graves problemas en aquella España.

Su éxito popular, por tanto, fue mucho menos rotundo que el de Lope. Cuando apareció la Primera Parte del «Quijote» tenía casi 58 años (entonces, una edad muy avanzada) y hacía veinte que no había publicado. Si a eso se une su radical originalidad, es lógico que sorprendiera.

Afirma Unamuno que los países que mejor han entendido esta novela han sido Inglaterra y Rusia

Su éxito fue inmediato: ya en 1605 se publicaron seis ediciones más y nos consta que muchos ejemplares de la novela se enviaron a las Indias. Muy pronto comenzó a ser traducido: al inglés (1607), al francés (1614), al italiano (1622)... Luego, a todos los idiomas. Después de la «Biblia», es el libro más editado, traducido y comentado del mundo entero.

El éxito editorial no quiere decir que la obra fuera entendida adecuadamente. Durante los siglos XVII y buena parte del XVIII se leyó como una obra cómica, la historia de un loco, una parodia de las novelas de caballerías. (Como los niños, ahora, se divierten con los episodios de humor más directo). Lo simboliza la famosa anécdota, que recuerda Martín de Riquer: un estudiante estaba en los jardines de un palacio, riéndose él solo, y el rey dijo: «O está loco o está leyendo el “Quijote”...».

De Cervantes a Joyce

La valoración de la obra comienza a cambiar de rumbo en la segunda mitad del XVIII, gracias a la admiración que sienten por el Quijote algunos grandes novelistas ingleses. Fielding, que ya en 1728 había escrito su comedia «Don Quixote in England», escribe en 1742 su primera novela, una parodia de « Pamela» y las seudomoralizantes obras de Richardson, con este título: «Las aventuras de Joseph Andrews (...) Escrito en imitación del estilo de Cervantes, autor de “Don Quijote”». Tan rotunda afirmación, en el mismo título, se continúa con la traducción que hace Smollett, en 1755: «La historia y aventuras del famoso Don Quijote, por Miguel de Cervantes Saavedra». Todo esto culmina con el gran Sterne, en su obra «Vida y opiniones del caballero Tristram Shandy» (1759-1767), que reconoce el empleo del humor cervantino y cita varias veces a Rocinante: hoy en día, algunos consideran esta obra el puente entre Cervantes y James Joyce.

Es el Romanticismo europeo el que reconoce y proclama el valor trascendental del Quijote: para muchos escritores románticos, simboliza la lucha permanente entre el idealismo y el realismo, que lo arrastra al fracaso. No pocos románticos franceses –por ejemplo, Chateaubriand– se ven a sí mismos como nuevos Quijotes.

Stendhal escribió: «El descubrimiento de ese libro fue quizá la más grande época de mi vida»

El éxito del «Quijote» en Alemania fue permanente, desde que se tradujo por primera vez, en 1648. A partir de la segunda mitad del XVIII, se puede hablar de una verdadera obsesión quijotesca en Alemania. Herder y Goethe estudiaron el «Quijote» toda su vida. Schiller se inspira en la figura de Roque Guinart para su drama «Los bandidos». Schlegel lo define como una visión del ideal enloquecido, que sucumbe, pero es moralmente superior a la vulgaridad de sus adversarios. Heine lo elige como su héroe predilecto, junto a Fausto y Hamlet: «Todos nuestros caballeros, los que luchan y sufren por las ideas, son como otros tantos Quijotes». Entre los filósofos, Hegel ve al Quijote como el personaje subjetivo en su forma extrema y generaliza: «Los jóvenes son, siempre, nuevos Quijotes».

Afirma Unamuno que los países que mejor han entendido Don Quijote han sido Inglaterra y Rusia. No le faltaba razón. Es curioso comprobar cómo el espíritu ruso simpatiza fácilmente con creaciones españolas (la música popular, por ejemplo: recuérdese el « Capricho español» de Rimski-Korsakov). Pushkin aprendió español para leerlo. Turguéniev quiso traducirlo y lo contrapone a Hamlet, como símbolo de la moral cristiana. En la misma línea, Dostoievski lo usa como modelo del príncipe Mishkin, en «El idiota».

Un Quijote con faldas

En la segunda mitad del XIX, los grandes novelistas del realismo tienen a «Don Quijote» como referencia básica. Baste con recordar a Dickens, gran lector de Cervantes, que deja huellas claras en «Pickwick», «David Copperfield» y «Oliver Twist»; a Stendhal («el descubrimiento de ese libro fue quizá la más grande época de mi vida»); a Flaubert, cuya Emma Bovary se vio pronto como «un Don Quijote con faldas»; a nuestro Galdós, que, en la figura de Nazarín, une a Don Quijote con Jesucristo...

Gracias, en gran medida, a los lectores no españoles, el «Quijote» alcanzó su absoluta preeminencia dentro de la novela universal. Valga como resumen la frase de Dostoievski: «¿Qué habéis sacado en limpio de vuestra vida? Podéis mostrar en silencio el “Quijote” y decir luego: “Esta es mi conclusión sobre la vida”».

Ver los comentarios