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Sergio Ramírez: «Una vez sea controlada la crisis sanitaria, las libertades públicas tienen que volver adonde estaban»

El premio Cervantes nicaragüense, confinado voluntariamente en su casa de Managua ante la falta de acción del Gobierno de Daniel Ortega, alerta de las consecuencias que dejará la pandemia

El escritor Sergio Ramírez, premio Cervantes 2017, fotografiado en su casa de Managua EFE

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Ya lo escribió Joan Didion , que de casi todo sabe mucho: «La vida cambia en un instante. Te sientas a cenar y la vida que conocías se acaba». Y eso nos pasó a todos, con pocos días de diferencia, hace cosa de mes y medio. De un día para otro, nos levantamos en un mundo distinto, habitado por un virus que nos ha vuelto vulnerables de un modo extrañamente democrático. Aunque hay infinidad de realidades, y es muy distinta, por dura, la que viven, por ejemplo, en Hispanoamérica, con países cuyos sistemas sanitarios no son más que unas siglas. En Managua, Sergio Ramírez (Masatepe, Nicaragua, 1942), premio Cervantes 2017 , asiste con estupor al devenir de la pandemia en su país, desprotegido por la inacción de un presidente que ve en el virus una señal divina.

-¿Cuál es su rutina diaria?

-Por la mañana escribo y por la tarde escribo. Ahora tengo mucho tiempo para mi oficio. Y dichosamente he podido al fin concentrarme en la escritura, a pesar de la dispersión que significa la inquietud de estar recibiendo noticias sobre esta pandemia. Pero ya tomé la decisión de que tengo la información suficiente, no quiero más.

-A los distintos autores con los que he hablado en las últimas semanas les costaba concentrarse en la escritura.

-A mí todavía me cuesta concentrarme en leer, porque hay una dispersión que está en el ambiente. Pero en la escritura desde el principio no me ha costado mucho, porque retomé una novela que tenía y es un mundo distinto al que me rodea. No se me ocurre ponerme a escribir una novela sobre la pandemia, no me gusta la literatura improvisada o la literatura de efecto. Estoy en algo en lo que ya estaba antes y me siento muy bien, siento que he creado mi atmósfera alrededor de la escritura. Por lo demás, el mundo anda por su cuenta, y yo estoy muy vigilante de lo que pasa. Estoy conectado a esa realidad, sobre todo a Nicaragua. Yo tengo la oportunidad de estar encerrado en mi casa, pero hay gente a la que no se le puede exigir eso, porque tiene que estar en la calle para ganarse la vida. Este es un país donde el empleo informal es mayoritario, donde las instalaciones de internet son escasas, que no está preparado para la educación a distancia… Esa es la realidad en la que vivo.

-¿Qué le parece la gestión de la pandemia por parte del Gobierno? Tras un mes ausente, Ortega reapareció diciendo que era «una señal de Dios».

-(Ríe) A mí no me preocupa tanto que Daniel Ortega aparezca o no en la televisión, sino qué dice cuando aparece. Porque en su mensaje hizo un juicio político de algo que está lejos de ser político, culpando a las grandes potencias y proclamando que se trata de un castigo divino, lo cual es un pensamiento bastante mágico. El Gobierno sigue empeñado en no reconocer el riesgo que un país débil en su infraestructura sanitaria está corriendo con una amenaza de este calibre, un país en donde la cantidad de camas de hospital es muy baja, ya no se diga de las salas de cuidados intensivos, ya no se diga de los respiradores, que hay 50, 80 y de esos muchos están ocupados por pacientes de otras enfermedades. Estamos indefensos frente a un ascenso incontrolado de la pandemia que aquí aún no ha llegado. Otros presidente han salido a enfrentar el problema, de distintas maneras, pero con responsabilidad frente a una ausencia total de política, pero no sólo de abstención de hacer algo, sino de promover que la gente salga, que eso es lo más absurdo que yo he visto. Frente a esta actitud, la gente, en su pobreza y su falta de recursos, no sólo tiene conciencia del riesgo que supone exponerse a la pandemia, sino que toma sus propias medidas en la calle de apoyo, de auxilio: hay autobuses rurales que instalan tanques para lavarse las manos, farmacias que ofrecen jabones gratis… La gente desarrolla sus propios anticuerpos de protección frente a la gran irresponsabilidad estatal.

-Una vez más, la ciudadanía demuestra ser mejor que sus políticos.

-Sí, en Nicaragua de eso no hay ninguna duda. Si aquí el Estado hubiera tomado una decisión responsable de control social de la pandemia, la gente hubiera respondido dentro de las realidades que el país tiene. Aquí no puedes hacer como en España y encerrar a todo el mundo por la naturaleza del trabajo. Aquí la gente vive cada día de lo que vende en la calle.

-Parece que Nicaragua sigue siendo una «cintura explosiva», como se refirió a su país al recordar una cita del «Canto general» de Neruda en su discurso de aceptación del Cervantes, hace ahora dos años.

-Sí. Desgraciadamente, el siglo XX en Nicaragua hay que contarlo por dictaduras, por Gobiernos autoritarios, y los gobiernos democráticos vienen a ser unas excepciones, unos pequeños relámpagos en un cielo muy oscuro. El siglo XX está determinado por la dictadura de Zelaya, la dictadura de Somoza y, ahora, la dictadura de Ortega. Son caudillos que se han establecido en el paisaje político del país, y eso es lo que determina la historia. Y yo no creo que seamos un país condenado a vivir con el autoritarismo. Yo creo que, una vez que esto se rompa, vamos a entrar por el camino de la democracia, porque nunca se la han dado a probar al país, o cuando se la han dado ha sido en unas dosis muy pequeñas. El viejo Somoza solía decir que establecer la democracia en Nicaragua sería como darle de comer a un niño de pecho un nacatamal, que es la comida más pesada que hay aquí. Ese es el gran pretexto, que el país no está preparado para la democracia. No hay país que no esté preparado para la democracia. Lo que falta es la voluntad política de establecer la democracia como sistema, y dejar atrás esas complicidades entre caudillos que han permitido a alguien como Ortega establecerse en el poder porque Arnoldo Alemán, el caudillo liberal, reformó junto con él la Constitución para que el número de votos para ganar en primera vuelta fuera rebajado. Este tipo de pactos es lo que ha corrompido la democracia, no es que la gente no quiera la democracia. Aquí, los gobiernos de Chamorro o de Bolaños fueron verdaderamente democráticos, con respeto a las libertades públicas, el país vivió bien; no en términos económicos y sociales, porque esa construcción del bienestar social es una cosa que hay que pensarla siempre a largo plazo. Pero no es cierto que el bienestar sólo se consiga sin libertades públicas, que sea el autoritarismo el único que puede construir bienestar. El bienestar hay que construirlo bajo la democracia.

-Pero ese pensamiento, el que vincula el autoritarismo con el bienestar, está muy extendido en Hispanoamérica.

-Y sobre todo ahora, con el coronavirus, que se han decretado estados de excepción, toques de queda, suspensión de garantías… Ojalá esto no se vaya a volver la norma y nos acordemos de que esta es una crisis sanitaria, no política, y que una vez que la crisis sanitaria sea controlada las libertades públicas tienen que volver otra vez adonde estaban.

-No hay nada más libre que la escritura, pero ahora esa libertad se antoja más complicada, dadas las restricciones a la misma que conllevan ciertas medidas adoptadas...

-Ese es uno de los asuntos del futuro inmediato que a mí me inquieta mucho. Es decir, cuánto el mundo se va a transformar en un Estado policía por razones sanitarias. Como en China, donde te pueden medir la temperatura a distancia y el que no tenga la adecuada se vuelve sospechoso. ¿Eso pasará a ser una norma de conducta de seguridad pública? ¿Y la edad de la gente? ¿Los viejos seremos más peligrosos?

-Cuando lo que deberíamos hacer todas las sociedades es honrar a nuestros mayores.

-Claro. Toda esa historia espeluznante de hogares de ancianos… Lo más importante es si esta sociedad de mañana, después del coronavirus, va a ser más humanitaria y solidaria.

-¿Y cree que lo va a ser?

-Yo tengo la esperanza de que sí, siempre que dejemos atrás esta idea del control, del que le gusta transformar el control sanitario en control político, que es ahí donde estoy viendo el riesgo. Es decir, las medidas autoritarias son, digamos, más fáciles para ciertos gobiernos que administrar una democracia. Y aquí se justifican muchas cosas por la misma razón sanitaria. Pero en un estado de normalidad no hay ninguna justificación para restringir las libertades públicas.

-Llevo tiempo preguntándome a qué normalidad volveremos cuando esto pase.

-Hay un plazo, que todos los expertos están fijando, que es de 18 meses a dos años, en donde restablecer la normalidad total no va a ser posible. Y ese plazo para mí es largo, sobre todo por el distanciamiento social. Los riesgos de contaminación no van a haber desaparecido. Entonces, el regreso al día de antes, cuando podíamos andar por la calle, juntarnos en los bares, asistir a los estadios, a los conciertos, ese mundo no lo veo o a la vuelta de la esquina. Va a ser un mundo con restricciones de contacto social, no vamos a poder saludarnos en mucho tiempo como antes. Eso cambia la conducta de las personas. Somos seres gregarios, no seres en aislamiento, e imponernos el aislamiento como norma social es una anormalidad. Yo no imagino un mundo en el que no vamos a volver a salir a la calle, pero ¿cuánto de lo que hacíamos antes lo vamos a hacer a distancia? Esa pregunta está en el aire.

-Ya se lo he mencionado antes, pero estos días tengo muy presente su discurso del Premio Cervantes. Aquel día dijo una frase preciosa: «Todos somos poetas de nacimiento, salvo prueba en contrario». ¿Cómo sobrevive un poeta en mitad de una pandemia?

-Vamos a hablar de la poesía en el sentido laxo: poetas somos también los narradores, todo el que trabaja con la palabra. La palabra es un gran consuelo, un gran apoyo en tiempos de soledad. Yo tengo la dicha de trabajar en la escritura, no siento que tenga mi tiempo vacío, porque tengo las palabras conmigo.

-Aquel día, en Alcalá, también dijo que «en Hispanoamérica cualquier invención es posible, porque la realidad es ya una invención en sí misma». Ahora parece que la realidad ha superado a la ficción.

-Sí, estamos viviendo dentro de una de estas novelas pesimistas de futuro, nos metimos dentro de la noche a la mañana. Yo me siento dentro de una de estas novelas, como la de Margaret Atwood, como en Gilead, donde de repente todo cambió, el orden social cambia, cambia la relación del ciudadano frente a la autoridad... O como en películas como Minority Report o en la serie de Black Mirror. Todas estas realidades paralelas que parece que están a punto de ocurrir en un futuro inmediato… dimos un pequeño salto y estamos metidos dentro de ese mundo. ¿Quién nos iba a decir en enero que íbamos a estar viviendo en aislamiento? Es una experiencia desconcertante, capital ya en mi propia vida. Yo nunca he vivido una experiencia semejante, y eso que he pasado por guerras, revoluciones, he vivido en el exilio, pero ninguna experiencia tan global como esta, porque no es mi experiencia, sé que es la de todo el mundo.

-Es el mundo entero, claro.

-Exactamente. Eso es lo extraordinario que esto tiene, y no hay forma de que no deje huellas para el futuro. Es como Neruda: «Nosotros los de entonces ya no somos los mismos». Ya no vamos a ser los mismos, de cualquier manera. No es que vamos a entrar en un mundo peor, yo no usaría la palabra peor, pero estamos entrando en un mundo distinto, eso tenemos que reconocerlo.

-Al principio de la conversación decía que no le gusta la literatura improvisada, de efecto. ¿Será posible crear ficción, algún día, de la realidad que ahora estamos viviendo?

-Ah, sí, muchísimo. La experiencia de la soledad es capital siempre en la literatura, el amor, la soledad, el odio, la muerte, la vida en reclusión… todo eso es un tema. Me refería a que, en mi caso personal, me siento incómodo con lo que yo llamaría los temas inmediatos, porque me parece que le estoy queriendo sacar jugo a una situación que todavía no está consumada, porque tengo la ansiedad de que me lean porque he escrito sobre esta situación, y sacarle provecho a la situación. Es como una literatura un tanto utilitaria, un tanto de oportunidad, para no decir oportunista. Las grandes experiencias de este tipo traen grandes obras literarias como el «Decamerón», de Boccaccio, o el «Diario del año de la peste», de Daniel Defoe, o «Guerra y paz», de Tolstói. Pero estas obras se escribieron muchos años después, no fueron contemporáneas a los hechos que estaban siendo narrados. Esto no invalida que alguien pueda hacer una obra maestra de una situación así.

-Las llamadas «fake news» han cobrados en estos tiempos más vida que nunca, hasta llegar a amenazar a la verdad. ¿Cómo combatirlas?

-Nunca ha habido tantas noticias falsas en la historia de la humanidad, pero porque nunca ha habido tanta intención en la posibilidad de comunicación. Vivimos permanentemente comunicados. Yo mismo, cuando estoy escribiendo, este teléfono que ahora estoy utilizando lo dejo en una habitación muy lejana, porque algo me impulsa a estarlo siempre viendo. No sólo me comunico con otros, sino que otros se comunican conmigo, y esos otros pueden decir cosas que yo no sé si son reales o inventadas. Y, además, las redes sociales tienen para mí un defecto capital, y es que se admite el anonimato o el seudónimo, y la verdad comienza a confundirse, a diluirse ya desde ese momento que tú no sabes quién te está hablando. Mucha gente dice cosas de todo calibre porque se esconde, bajo el anonimato o bajo el seudónimo. Entonces, discriminar lo que estás recibiendo como información a través de las redes es bien difícil.

-La historia de esta pandemia, ¿a favor y en contra de quién se está escribiendo?

-En este momento, como se está escribiendo, es difícil decir en qué va a resultar, pero yo creo que se está escribiendo en contra de los líderes políticos.

-¿Por qué?

-Porque los sistemas políticos han demostrado más debilidades que nunca. El líder político se planta ante un micrófono y quisiera aprovecharlo todo a su favor, eso está en la naturaleza del liderazgo político. Aquí se está haciendo examen de los mejores líderes, los peores, los mediocres… Algunos han fracasado completamente.

-¿Como por ejemplo?

-Ortega ha fracasado, obviamente, por no hacer nada. Bolsonaro ha fracasado. En Bielorrusia, en Ucrania… Los primeros son los negacionistas, que tienen miedo a reconocer la realidad. Y hay otros líderes que todavía es muy temprano para juzgarlos. No sabemos qué va a pasar con Trump. Yo creo que el certificado de su triunfo va a ser que lo elijan en noviembre, eso va a ser dilucidado muy fácilmente en unas elecciones que por primera vez van a ser muy atípicas en Estados Unidos, porque van a ser a distancia. La campaña electoral está prácticamente suspendida, yo no volví a interesarme más en las elecciones, me interesa lo que dice Cuomo sobre la contaminación en Nueva York, no lo que dice Biden, que desapareció del panorama político. La fuerza, el poder político que tiene esta pandemia es enorme. En Bolivia suspendieron las elecciones y ni nos acordamos de eso.

-Es que nos hemos olvidados de muchas cosas…

-Exactamente, nos hemos olvidado de la tesitura política que vivimos porque, claro, tenemos la pandemia enfrente todos. Cuando esta ola baje, vamos a ver qué queda en el paisaje. Pueden salir diciendo: aquí no necesitamos a elecciones. Es un riesgo.

-Para terminar, le cito: «Las afectaciones e impostaciones generalmente esconden ignorancia. Un escritor natural es aquel que sabe de qué está hablando». ¿De qué deben hablar ahora los escritores, los pensadores e intelectuales?

-Una gran tentación es imaginar el mundo del futuro, y ahí sí estamos en un terreno muy legítimo, porque a los escritores, y a los pensadores y filósofos también, les toca imaginar. Tomando en cuenta los elementos que ya tenemos a mano y los cambios sociales, ¿hacia dónde va la realidad del futuro? Internet se inventó hace 50 años, y hemos venido navegando sobre unas aguas que han ido cambiando de color a través del cambio que ha provocado en nuestras vidas este mundo cibernético, que nos ha afectado muchísimo. Ya no somos los mismos que hace 50 años. Yo me monté en aviones de hélice, en la oficina de telégrafos en mi pueblo se ponían telegramas en clave morse, conocí el teléfono de manivela, soy del tiempo de cuando no había televisión, pasé por el fax, hasta el walkman desapareció y ahora el Spotify hizo desaparecer todas las otras formas de recibir música. Han sido cambios que han vuelto obsoleto objeto tras objeto tecnológico, y los hemos venido asimilando sin darnos cuenta. Pero, de repente, esta pandemia provoca un cambio profundo, es un verdadero ramalazo y nos pone en otro mundo de la noche a la mañana, sin estar advertidos. Es un cambio de civilización. Y sobre eso es sobre lo que vale la pena enfocarse. Me fascina todo este pensamiento que está tratando de descubrir cómo va a ser el verdadero mundo del siglo XXI.

-Lo que está claro es que, en este siglo, los felices años veinte no van a ser tan felices.

-No, no, no. Ya no digamos este año. ¿Qué es la cosa más obsoleta de este año? Un calendario (reímos).

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