«La Última Cena» (hacia 1562), de Juan de Juanes, óleo expuesto en el Museo del Prado
«La Última Cena» (hacia 1562), de Juan de Juanes, óleo expuesto en el Museo del Prado
LIBROS

«El Reino»: las iglesias de Pablo

Emmanuele Carrère aborda e investiga en su último libro, «El Reino», a caballo entre el ensayo y la novela, el movimiento cristiano en sus comienzos

Madrid Actualizado: Guardar
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Desconozco quién fue el primero que dijo aquello de que los Evangelios son de izquierdas y la Iglesia de derechas, pero estoy seguro de que cuando lo hizo no dijo nada nuevo. Esa extraña duplicidad no representa ninguna contradicción, al contrario, constituye la esencia del cristianismo como movimiento histórico. «Se esperaba el Reino -escribió un teólogo- y vino la Iglesia». Que esta es consciente de lo que ello significa lo demuestra el lugar central que ocupa en la basílica de San Pedro la cátedra del primer pontífice, un monumento que es al mismo tiempo un trono vacío, símbolo del poder que corresponde a Cristo y de la autoridad de la Iglesia para ejercer en su nombre el ministerio apostólico.

Del Reino, o mejor, del movimiento cristiano en sus comienzos, cuando todos esperaban la vuelta inminente de Cristo, trata el último libro de Emmanuele Carrere

, «El Reino». Su protagonista es Lucas, autor de «Los hechos de los apóstoles« y del «Evangelio» que lleva su nombre, un personaje misterioso cuyas peripecias vitales y literarias reconstruye como en una investigación policial. Ni él, ni Pablo de Tarso, ni el resto de los apóstoles, son presentados como hombres formidables, sino como gente común a la que liga una fe cuyos elementos esenciales todavía no han sido bien definidos. Las relaciones entre ellos, condicionadas por la desconfianza y la inseguridad política, son descritas como si en vez de fundadores de una religión fueran revolucionarios clandestinos. No es nada nuevo, aunque al lector español, harto de investiduras, le sorprenderá encontrar en «El Reino» planteamientos de una desconcertante actualidad.

Naturaleza subversiva

La investigación de Carrere aborda multitud de cuestiones, desde la verosimilitud del relato evangélico a los problemas de Lucas como escritor. Naturalmente, abundan las reflexiones de tipo político. Jesús era para judíos y romanos un líder sedicioso. Su discurso inquietó tanto a la mayoría prudente que decidieron crucificarlo. Fue Pablo de Tarso quien comprendió el profundo sentido religioso de su mensaje y quién sacó el movimiento del horizonte judío para convertirlo en religión universal. Carrere recuerda lo que le costó convencer a los apóstoles de la necesidad de olvidar costumbres y prohibiciones (circuncisión, restricciones alimentarias, etc.), y sus dificultades para explicar que la venida del Mesías no era un hecho por ocurrir, sino algo que ya había acontecido, aunque no al modo político que ellos imaginaban. Que en los evangelios, escritos posteriormente, se compare el Reino con un grano de mostaza que germina en el jardín sin que nadie lo vea y luego crece y se convierte en un árbol grande en cuyas ramas anidan las aves del cielo, no es casualidad.

Frente a la virtud romana, opusieron el sentimiento y la fraternidad basada en el amor

La comprensión del mensaje de Jesús se vio también afectada por los desastres sufridos por judíos y cristianos en los años sesenta. Nerón acusó a estos de incendiar Roma en el 64 y, cinco años después, las legiones sofocaron la rebelión de los primeros destruyendo el templo de Salomón en Jerusalén. Considerados oficialmente enemigos de la humanidad (hoy diríamos «terroristas»), los cristianos se vieron obligados a situar su discurso en otro plano, algo que no los hizo menos subversivos. Sus ideas debían sonar muy mal a oídos de un romano. Imaginen la cara de un funcionario imperial, un tipo de la casta, con chaqueta y corbata, al oír de boca de un andrajoso en alpargatas que la Ley y el Estado deben supeditarse a los principios de su fe. Por mucho que Pablo invitara a los suyos a obrar respetablemente, cosas como que el saber de este mundo es locura a ojos de Dios o que la destrucción del orden vigente es tan inminente como la llegada del Reino, no podían engañar a nadie.

El cristianismo no aspiraba a conmover los fundamentos de la sociedad romana. Aguardar el regreso de Cristo, o sea, aceptar que la historia no depende de la acción humana, es lo opuesto a la actitud política. Pero: ¿y la naturaleza subversiva de esa espera? Roma practicaba la tolerancia religiosa. A los pueblos les exigía sólo cumplir con los ritos oficiales. La ley romana oponía los ritos que unen a los hombres («religio») a las creencias que los separan («superstitio»). Los cristianos, sin embargo, se negaron a practicar uno de ellos, el culto al emperador. La ley de todos les parecía bien (al Cesar lo que es del Cesar), pero siempre que no afectara a su fe, como cuando un nacionalista cuestiona los principios de la democracia en nombre de la democracia. El riesgo era grande, grandísimo, pero la estrategia funcionó, pues la confrontación continua con la Ley, el orden del Estado y la tradición acabó volviendo inoperante el sistema.

Slavoj y Gramsci

Un papel fundamental en este desgaste del orden establecido lo desempeñaron las mujeres. Pascal Quignard dice en «El sexo y el espanto» que ellas fueron el verdadero motor de la evangelización. Frente a la virtud romana, tan masculina, opusieron el sentimiento y la fraternidad basada en el amor, el «menstruum universalis».Vale la pena conectar todo esto que cuenta Carrere con lo que escribe Slavoj Zizek, uno de los referentes ideológicos de los nuevos movimientos ciudadanos, en su libro «Acontecimiento». Por tal entiende el cambio radical del planteamiento a través del cual los hombres comprenden en cierto momento la realidad. La búsqueda deliberada en el orden político de tal cambio se llamó en época moderna «revolución». Las revoluciones, inspiradas por la convicción de que para acabar con la injusticia hay que acabar con las estructuras políticas o económicas, han sido violentas y terroríficas, pero nunca tan eficaces y profundas como el cristianismo. Si cabe en el futuro algún tipo de revolución deberá ser una revolución a la cristiana, una revolución fundada en la adhesión libre de las personas. Zizek, que sigue a Gramsci en su idea de que la revolución depende de que se gane la interpretación de la realidad, cree que el acto revolucionario por excelencia es el amor. Él enseña que «uno aprende lo que necesita sólo cuando lo encuentra». Carrere lo explica bien al señalar en «El Reino» que muchos que se hicieron cristianos lo hicieron antes de que el cristianismo existiera formalmente, sin saber ni poder saber el sentido de su decisión.

La historia del cristianismo revela hasta qué punto es decisiva la hegemonía discursiva en la conquista de la realidad. Hegemonía -dice Errejón en «Construir pueblo»- significa dominio ejercido mediante la persuasión y el consenso. Un grupo la alcanza cuando el resto plantea los problemas en sus términos. Margaret Thatcher presumía con razón de que su mayor logro político había sido el neolaborismo. Que tu adversario juegue tu juego prueba que estás ganando la partida. El paso previo al ejercicio del poder, o sea, al dominio de la realidad, es ganar la interpretación de la realidad.

Si el cristianismo, como dijo Goethe, fue «una revolución política que, fracasada, se hizo revolución moral», los nuevos movimientos ciudadanos parecen haber tomado el camino inverso. Ya son dueños del discurso moral. La Iglesia se ha dado cuenta de ello y vuelve a hablar otra vez del Reino, un lugar donde no caben ni ricos ni sabios. Si en el Vaticano II perdieron los partidarios de politizar el mensaje eclesiástico, ahora recuperan terreno. Los defensores de la visión tradicional desfallecen en la misma proporción que los sectores de que procedían se desligan de la fe. Los esfuerzos del Papa Francisco por dar a la religiosidad un contenido social en detrimento de la vieja moralidad van en este camino. Notables pensadores, Agamben o Vattimo, lo justifican. Este último, que se confiesa católico y comunista, ha declarado que ve al Papa como cabeza de una internacional comunista. Se diría que estamos entrando nuevamente en una fase de la Historia en la que la cuestión no es conservadurismo o progreso, derecha o izquierda, sino razón o fe, lógica o sentimiento.

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