Una escena de la danesa «Borgen»
Una escena de la danesa «Borgen» - ABC
Televisión

La política, mejor en serie

¿Por qué los políticos «de mentira» resultan más interesantes y dignos de ser escuchados que los de la realidad? Malvados o altruistas, el plasma seduce más al espectador que al votante

Madrid Actualizado: Guardar
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Groucho explicó que la política «es el arte de buscar problemas, encontrarlos, hacer un diagnóstico falso y aplicar después los remedios equivocados». Y justo en eso consiste, con matices, el arte de escribir un buen guión, de hacer avanzar a los personajes a trompicones en busca de soluciones erróneas. Todo sea por el espectáculo. Tiene sentido que la política haya encontrado mejor acomodo en la ficción que en la mal llamada vida real, que decía el crítico de ABC César Santos Fontenla.

En la pequeña pantalla, si excluimos las ruedas de prensa virtuales, las tramas son cada vez más profundas. Devoramos con pasión dramas y comedias, por lo general aliñadas con un punto de tragedia, mientras nuestros propios gobernantes se empeñan en decepcionarnos como votantes y aburrirnos como público.

Es ya un tópico pensar que si el presidente Bartlet de «El ala Oeste» se presentara a las elecciones, ganaría de calle, pero quién sabe si no se toparía conel pragmatismo sucio de algún Donald Trump, menos sofisticado que el Francis Underwood de «House of cards», por supuesto, pero con la misma inteligencia y casi tanto carisma como rebosa Kevin Spacey, otro triunfador de físico mediocre.

La civilizada «Borgen»

En la serie danesa «Borgen», la candidata Birgitte Nyborg (Sidse Babett Knudsen) es una figura idealizada al punto, con sus kilitos de más y sin soslayar las servidumbres que supone luchar por el poder, no digamos conservarlo. Incluso en su vida privada, a esta mujer adorable con voluntad sincera de hacer el bien –lo sabemos como espectadores omniscientes; ojalá la realidad nos concediera este superpoder– le crece la oposición en su propia casa. Nosotros le entregaríamos sin dudarlo las llaves del reino entero. Otro vicio de espectador antes que votante.

A pequeña escala se reproduce el modelo. El alcalde Wasicsko de «Show me a hero» es un héroe más turbio y ególatra. Oscar Isaac clava el papel de tonto no tan útil ni tan estúpido, catapultado al gobierno municipal de Yonkers por las circunstancias. El alcalde más joven que ha dado el imperio dirigía unos plenos de discusiones mediterráneas, barriobajeras, impensables en las grandes ligas, con Springsteen de fondo y las viviendas sociales en el ojo de la polémica.

Entregaríamos las llaves del reino a algunos protagonistas. Vicio de espectador antes que votante

En la italiana «1992», donde la cosa pública no disimula la careta del marketing ni a un Berlusconi incipiente y explícito, el descarnado relato de la corrupción no se distrae con riñas de taberna. Tampoco se esconden los crímenes de la camorra pero la tensión física es liviana, porque sus objetivos son otros. En el centro de la diana, algo suicida, la televisión es mostrada como responsable del surgimiento de «il Cavaliere». El pragmatismo cínico de su protagonista puede ofender, por otro lado, pero su ojo demoscópico para conocer a las masas es clarividente. Y su pasión por la gran belleza no puede ser más italiana.

A todos estos personajes, tan distintos, se les podría aplicar la frase de F. Scott Fitzgerald que inspiró el título de la última creación de David «The Wire» Simon: «Mostradme un héroe y os escribiré una tragedia». Quizá por eso y por lo que dejó escrito Edward Lasker, la ficción sea tan preferible a los libros de Historia. En las series, como en las novelas, todo es cierto, excepto los nombres y las fechas, que a veces también. En los libros más «serios» todo es más falso, excepto los nombres y las fechas.

Pocas presidentas

Un alcalde mucho menos inocente que Wasicsko es el implacable Tom Kane ( Kelsey Grammer, sin risas enlatadas ni de las otras), que en Boss se aferra al bastón de mando de Chicago incluso cuando su sistema nervioso central se declara en servicios mínimos. «Se necesitan diez segundos para hundir la reputación de un hombre», amenazaba Underwood desde la Casa Blanca, probablemente mirando a cámara. A Kane, otro dirigente con las manos manchadas de sangre, le sobran cinco para destruirlo. En esto los personajes masculinos conservan la supremacía. David Palmer ( Dennis Haysbert) anticipó a Obama en la trepidante «24». Falta una presidenta ficticia que allane el camino a Hillary Clinton, quien ahora parece un simple «spin-off». «Madam secretary», «Señora presidenta» y otros inventos no han funcionado.

La más dura ha resultado ser Julia Louis-Dreyfus en «Veep», pero su Selina Meyer tiene la astucia de tomarse el cargo y a sí misma a chirigota, con la lengua sucia y una desinhibida amoralidad, que recuerda al protagonista de «The Office». Detrás se esconde el talento de Armando Iannucci, quien antes creó la británica «The thick of it». Coetzee resumía en dos frases la argucia de esta serie en su novela más veraniega. Uno: «El universo siempre derrota los principios». Y dos: «La comedia es lo que obtienes cuando los principios tropiezan con la realidad». No parece buena idea empezar y terminar el artículo con dos frases marxistas, pero ya saben lo que dijo Groucho al respecto.

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