ARTE

«Lo peor que le puede pasar a un museo es no tener identidad. Y el IVAM, hasta ahora, no la ha tenido»

Este mes, el IVAM, de Valencia, cumple 30 años. Su actual director, José Miguel G. Cortés, repasa la situación actual del centro –el primero de arte contemporáneo en España tras la democracia– con vocación de futuro y sin miradas nostálgicas

José Miguel G. Cortés, director actual del IVAM EFE

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El 18 de febrero de 1989, el IVAM de Valencia abría sus puertas, y lo hacía como primer museo de arte contemporáneo en España tras la llegada de la democracia. Tres años atrás había comenzado la historia de su proyecto museístico, capitaneado por Tomàs Llorens , el que fuera su primer director, con la puesta en marcha de un conjunto artístico, una colección, en la que la figura de Julio González será capital.

Con el tiempo, a Llorens le sustituirían la después ministra de Cultura Carmen Alborch (a quien hoy homenajea, tras su prematura muerte, el auditorio del centro), José Francisco Yvars (1993-1995), Juan Manuel Bonet antes de saltaral Reina Sofía (1995-2000), Kosme de Barañano (2000-2004) y Consuelo Císcar , que en una década dejó el prestigio de la institución por los suelos. Un concurso internacional, el primero del centro, aupó al cargo a su dirigente actual, José Miguel G. Cortés , quien ya hiciera sus primeros pinitos como comisario en el primer IVAM, y al que hoy le toca repasar sus tres décadas de existencia «sin nostalgia», atendiendo al futuro, lo que para él implica mirar al sur: «Un sur geográfico, pero también metafórico».

–El IVAM ha escrito algunas de las mejores páginas de la Historia del Arte de este país, pero también alguna de las peores. ¿En qué momento se encuentra ahora el museo?

–Todo proyecto cultural sufre siempre situaciones que son baches en su trayectoria. En la actualidad, yo creo que atravesamos un momento bastante bueno, aunque no quiero pecar de pedante, porque es a mí al que le toca valorarlo. Pero, sinceramente, pienso que en los últimos cuatro años hemos pegado un salto muy considerable.

–¿En qué sentido?

–Lo más importante es que estamos construyéndole una identidad propia al IVAM. Siempre me ha parecido que las visiones homogeneizadoras de la cultura no iban mucho conmigo. Ahora contamos una historia, que puede gustar más o menos, asentada en una serie de discursos, que tal y como a mí me gustan, tienden a ir a contracorriente. Creo que el museo tenía que tener una entidad, una especificidad, sobre todo porque eso es algo que enriquece el debate. ¿Qué ganamos teniendo seis museos más o menos iguales en el mismo país trabajando, por ejemplo, sobre Latinoamérica?

–¿Y en qué consiste esas especificidad actual del IVAM?

En su atención a la «mediterraneidad», a buscar un espíritu que conecta con esta ciudad, que no está ni en el Atlántico, ni en el Cantábrico. Tampoco en la meseta castellana. Está en el Mediterráneo y con raíces socio-culturales, políticas, económicas y ambientales que nos empujan hasta ese escenario. Pero también tenemos otra especificidad concreta, compartida quizás con otros museos, en cuanto a nuestro trabajo con mujeres artistas. Cuando yo entré aquí, solo el 12 por ciento de la colección estaba formado por creadoras. Para llegar a una igualdad real necesitaremos de 40 años, pero lo importante es que esto se vaya viendo en actuaciones concretas.

«Más que fijar y dar esplendor, por decirlo así, el museo debe ayudar en los procesos para que estos sirvan para construir conciencias»

Por eso, desde que las compras dependen de mí, el 50 por ciento responde a mujeres. El año pasado, 10 mujeres y 8 hombres. También lo planteamos seriamente en las exposiciones temporales. Y, mientras otros museos ya se están ocupando de las exposiciones de media carrera, nosotros hemos preferido apostar por los proyectos específicos, que son los que se despliegan en la Galería 6, con una arquitectura específica que obliga a entender y asumir ese espacio. Por ahí han pasado Rogelio López Cuenca , Francesc Ruiz, Cabello&Carceller, Dora García...

–¿Significa eso que el IVAM no tenía identidad?

–Uno de los máximos errores de un centro de arte es no tener identidad. Y creo que sí: durante mucho tiempo, este centro no la ha tenido. Cuando quieres serlo todo, no eres nada, no queda claro cuáles son tus criterios y cuáles los argumentos. Me encantaría hacer exposiciones de determinados artistas norteamericanos, pero el IVAM no puede abarcarlo todo, ni en cuanto a presupuestos ni en cuanto a salas. Con profundo dolor, eso se lo dejamos a otros. Y nos centramos en lo que podemos abarcar y nos representa. Cuando hicimos la muestra con Joana Hadjithomas y Khalil Joreige , a los que luego dieron el Premio Duchamp y que llegaron al Jeu de Paume, en España casi nadie los conocía. Eso es importante. Ahora trabajamos en otra muestra con Zineb Sedira , que tampoco podemos afirmar que sea muy conocida por estos lares. Nos parece fundamental subrayar que el sur existe. Y el sur tiene muchas cosas que decir. Y con un sur bien seleccionado, de calidad, podemos presentarnos como alternativa variada en el panorama artístico de este país, que es al final lo que cuenta.

Fachada del IVAM en una imagen de archivo R. Solsona

–¿Y las identidades se hacen a imagen y semejanza de los equipos directivos? Porque eso las convierte en identidades con fecha de cuducidad.

–Se suele decir que un escritor se pasa toda su vida escribiendo la misma obra. Y un director o una directora son fundamentales para dotar de una línea a un museo. Yo confío mucho en las personas. Pero es verdad que no se trata de que el proyecto sea la persona, sino de que se establezca una complementación entre el individuo y la institución. En cada momento en la Historia de un museo, cada director va proponiendo proyectos distintos. Y estos no deberían plantearse como antagónicos, sino como complementarios en un puzle. De hecho, hoy, la creación artística es fragmentaria. Admiro a aquellos directores que cuentan con un proyecto artístico, aunque éste sea totalmente contrario al mío. Con esas personas puedo discutir, dialogar, tener encuentros y desencuentros. Me cuesta más seguir a los que hoy exponen una cosa y mañana la contraria, sin saber demasiado bien por qué. Tenemos que reivindicar el derecho a fracasar, porque somo seres vivos, porque tenemos inquietudes...

–El IVAM fue uno de los primeros centros de arte contemporáneo en España. ¿Qué le enseñó luego a los demás?

–Sin duda, tenemos que subrayar dos cuestiones: de un lado, elogiar lo que se hizo aquel año, y eso el IVAM actual lo está haciendo. Reconocemos el trabajo bien hecho, y el de Tomàs Llorens fue muy importante, exquisito. Y eso que ambos tenemos planteamientos e intereses distintos. Pero ahora no debíamos caer ni en la melancolía, ni en la mitificación. El IVAM, cuando nació, tuvo miles de problemas. Aquí fueron muchas las voces que decían que esto no tenía que ser un instituto valenciano de arte moderno sino un instituto de arte moderno valenciano. Y la confrontación no fue ninguna tontería. Ten en cuenta además que, en aquel momento, no había museos de esta naturaleza en España. Ahora hay decenas, muchos de ellos, con gente muy capaz. Reconozcamos cómo entonces se construyó mucho para afrontar el futuro de todos, pero celebremos ahora además cómo se construyen las bases para como mínimo posibilitar otros 30 años más de futuro para el IVAM. Y espero que dentro de 30 años tengan alguna palabra amable para nosotros.

–El IVAM se funda con una vocación muy historicista, su colección pivotó sobre Julio González y el arte pop, el informalismo... ¿Cómo se ha diversificado ese conjunto?

Esa visión historiográfica que comentas se puede ver hasta en la ordenación espacial del museo, casi decimonónica, simétrica, con galerías en las que unas salas conducen a otras, como en los palacios. El IVAM fue un excelente museo del siglo XX. Ahora el gran reto es convertirlo en un gran museo del XXI. Ha cambiado la sociedad. Han cambiado los artistas. Han cambiado los planteamientos y las necesidades. En ese tan casi mitificado IVAM de los inicios casi no había mujeres. Lógicamente, las necesidades no eran las mismas en 1989 que en 2019, como no lo eran las cuestiones de género, las feministas o las lgtb. Ahora hay planteamientos, como la de romper las costuras del museo, que antes no se hacían o las hacían poquísimas personas.

«Las redes sociales ahora son básicas. El IVAM ya no cierra y está abierto las 24 horas al día»

Hoy tenemos una colección magnífica de las primeras décadas del siglo XX, del pop art... De los años setenta, empezamos a tener piezas magníficas, pero no un magnífico conjunto. Ese es otro reto. No hace mucho hemos comprado a mujeres y a artistas españoles que eran grandes lagunas, como Esther Ferrer o Juan Hidalgo . Nuestra labor es ir rellenando los huecos claros a partir de los setenta, ir creando complicidades y constelaciones entre las diferentes décadas, si es posible, adquirir también cosas de las vanguardias, de las primeras décadas, sobre todo del surrealismo, y, desde luego, ir abriéndonos a los discursos de las últimas décadas. Para ello necesitamos nuevos planteamientos, nuevos espacios me atrevería a decir, porque con los que contamos no sirven ya o no son los más adecuados para propuestas que parten de nuevas premisas, de nuevas maneras de relacionarse con el público. Y ambas realidades pueden convivir juntas.

–Ahora que lo menciona, le hago la pregunta: parece que la fiebre de todos los museos es la creación de una franquicia o llevar a cabo una ampliación. El IVAM “ha sucumbido” a ambas.

–Franquicia no tenemos ninguna.

–¿Cómo llamamos a lo de Alcoy?

–La política museística en Valencia la decide el conseller de cultura y no el director del IVAM.

–Aclarado lo de Alcoy.

–Por otro lado, yo creo que una cosa es ampliar por ampliar y otra, que el MoMA cuente con un espacio como el PS1. O que nuestros queridos camaradas y compañeros del MACBA se estén haciendo con toda una plaza. Posiblemente el IVAM es de los pocos museos que ha ido hacia atrás, que en su creación también incluía al Centro del Carmen, pero que luego perdió. No es cuestión de volver a tiempos pretéritos, sino de mirar al futuro. Nosotros tampoco pretendemos inventar nada, pero lo cierto es que el IVAM-Centro Julio González es un museo perfecto para representar el siglo XX, para plantear una ampliación de su biblioteca, que tiene más de 50.000 documentos y que es fundamental en la región... No creo que estemos cayendo en ninguna fiebre. El Museo Reina Sofía tiene el Retiro copado; ahora va a por Tabacalera, y pasado mañana ya veremos. Creo de buena fe que hay que romperle las costuras al museo. Desde marzo contaremos con la plaza anexa, algo parecido a lo que fue el Centro del Carmen para grandes esculturas o para instalaciones para las que el edificio actual no es el adecuado.

Annete Messager fue la primer amujer en recibir el premio Julio González. Fue en 2018

–¿Tiene fechas definitivas ya esa ampliación del IVAM?

–Me agrada que me hagas esta pregunta. Insisto: la política cultural de la Comunidad Valenciana no la hace el director del IVAM, afortunadamente para la Comunidad Valenciana y para el dirctor del IVAM. No es decisión mía: se está discutiendo, se está planteando. Muchas veces, las decisiones artísticas y culturales se entremezclan con las políticas. El IVAM es una institución pública y todo su presupuesto viene de las arcas públicas. Sin prisa, pero sin pausa. Lo importante es ir avanzando, construyendo. Toda identidad se construye además para ser cuestionada, y nosotros vamos a construir o estamos intentando construir una identidad siempre entre interrogantes. Un museo del siglo XXI será aquel que se vaya construyendo y reconstruyendo constantemente. Porque la identidad no puede ser algo que te encorsete.

–Desde su llegada, el centro ha puesto en valor su colección con muestras de sus fondos de muy larga duración. Supongo que esto ha sido una necesidad, por la propia crisis, pero también el deseo de dar a conocer lo que se desconocía que se tenía.

–Desde luego que nada sucede por una única cuestión, algunas más conscientes que otras. Pero mi proyecto artístico cuando me presenté a la plaza ya hacía hincapié en la necesidad de profundizar en la colección del museo. Es cierto que en épocas de penurias es algo que permite sobrevivir mejor. Cuando yo llegué al IVAM, a finales de 2014, el presupuesto era de 5,5 millones de euros. Este año tenemos 9,5 millones. Hemos ido aumentando un millón por año. Eso se ha reflejado en las compras, de 80.000 euros a 700.000 en 2018. Y continuamos.

«Hay veces que creemos que conquistamos territorios para siempre, y ni mucho menos. A la actualidad me remito»

El miércoles pasado inauguramos nuestraúltima lectura de la colección, que en ningún caso nos hemos planteado mostrarla por mostrarla, sino a través de lecturas programáticas. Es fundamental que la gente conozca la colección. Hemos expuesto piezas, como la de James Turrell del hall, que jamás se había visto. Las de José María Sicilia, una vez, en Soledad Lorenzo. Por tanto, se trata tanto de desempolvar como de ir creando relaciones, lecturas cruzadas, que no solo sean las que proponen el director o el subdirector, Sergio Rubira. El de repensar cada año un capítulo de la colección es un planteamiento de la actual dirección que, mientras esté en el cargo, se seguirá haciendo.

–Mencionó el Mediterráneo, los aspectos de género... ¿Qué otras cuestiones le interesan al nuevo IVAM?

–Al nuevo IVAM, lo que le interesa es mirar al sur; un sur, para mí, metafórico, que se ocupa de los países del Magreb de forma concreta, Turquía, Grecia, pero que se fija también en lo que entendemos por sur en todos los sentidos del término. Hace no muchos años, poca gente atendía a aspectos que han sido fundamentales en las últimas décadas, como el impacto del sida. Junto con Juan Vicente Aliaga, fui de los primeros autores en escribir un libro sobre la relación entre la pandemía y el arte. Eso significa que todo esto no es algo que me llega de nuevo, pero son temas que han sido absolutamente marginales y menospreciados durante lustros. Todo lo que hace referencia a nuevas libertades individuales y sociales, en el IVAM, tienen un eco fundamental.

Y diría más: mucho ojo. Hay veces que creemos que conquistamos territorios para siempre, y ni mucho menos. A la actualidad me remito. La batalla cultural, la ideológica, la de las imágenes, que es nuestro campo, hay que estar dándola a diario. Es curioso porque esos temas que yo incluyo bajo el concepto de «sur» son constantemente olvidados o puestos en cuestión. Porque uno puede pasarse 80 años filosofando sobre la armonía de los colores o sobre la estructura de un cuadro, pero cuando dedicas cinco a subrayar la importancia de los discursos feministas en el ámbito artístico, te dicen que te estás repitiendo. Eso es una doble vara de medir.

–El panorama, en 30 años, ha cambiado muchísimo.

–¿Qué tienen que ver los museos que yo conocí cuando empecé a trabajar con los de ahora? Las redes sociales ahora son básicas. El IVAM ya no cierra y está abierto las 24 horas al día. Una conferencia puede ser vista dentro de seis meses en un vídeo del museo y en los horarios que se precise y desde donde se precise. Todo eso está trasnformando nuestras vidas, pero también la del museo. Y se trata de actitud, de estar abierto, de ser poroso. De no tener miedo a los otros. Este museo ha de ser un centro en el que no se tenga miedo a nada, al contrario: que sepa abrir las ventanas y las puertas para que entre lo bueno y lo malo que tiene la calle. Sentemos las bases de una institución que tiene que preservar la Historia, tiene que trabajar el presente, pero tiene que construir el futuro. Por ahí vamos.

–Eso es complicado: mirar al pasado sin olvidar el futuro, o al revés.

–Nuestra existencia es contradictoria. Y no tenemos que temer a plantear una visión también contradictoria que mira a la vez lo moderno y lo contemporáneo. Tenemos que preservar las miles y miles de obras que albergamos, pero tenemos que enriquecerlas. Y, a la vez, hay que construir maneras de asumir esas colecciones. Cada vez incidimos más en establecer redes con otros museos para, por ejemplo, compartir piezas o documentos. Así lo hacemos, por ejemplo, con el Reina Sofía, porque creo que nuestras colecciones son complementarias. ¿Por qué tiene que haber una colección en Madrid y otra en Valencia? ¿O una en Valencia y otra en Bilbao? ¿De qué manera esas colecciones se pueden potenciar entre ellas?

«Si nos referimos a una institución como el IVAM, cuatro años es poco tiempo para un cargo directivo. Yo soy el séptimo director del centro en 30 años y tengo la sensación de que han sido demasiados»

Es posible que pocas experiencias haya como enfrentarse directamente a una tela, una escultura o una performance, pero también es cierto que hay muchos elementos que nos acercan a esta historia. Inventemos maneras nuevas de acercarse a la creación artística, maneras de entener que los creadores no son personas encerradas en torres de cristal, sino que comparten problemas con nosotros y que todo eso afecta a su trabajo. Más que fijar y dar esplendor, por decirlo así, el museo debe ayudar en los procesos para que estos sirvan para construir conciencias, maneras de entender, maneras de relacionar actitudes. Ya hace muchas décadas que se nos advirtió que había que desmitificar, aprender a caminar con determinadas cuestiones. Eso es un proceso complejo, largo, que demás el IVAM solo no puede hacer, lo que implica vincularse con muchos otros sectores, con muchos agentes, otros museos, otras instituciones, de cara a trazar una red.

–Hablando de red: ¿cómo está percibiendo la ciudad de Valencia al actual IVAM? Dicho de otra forma: ¿Cómo genera el IVAM contexto?

–Yo creo que no hay contradicción entre organizar una buena exposición de Léger o Dubuffet con vincularse, ya no te digo a la ciudad, sino al barrio en el que te insertas. Nosotros intentamos incorporar constantemente a agentes cercanos cuyos proyectos nos complementan. Ahora estamos acabando uno de Pepe Miralles sobre el sida y sobre su memoria oral. Y eso ha incluido a grupos de lectura, una fiesta sobre la música que se oía en los años de su gran hecatombe. Junto a Juan Luis Toboso, vamos a hacer un proyecto muy específico de vinculación directa con el barrio. El IVAM no puede pasar más tiempo de espaldas, ya no a la ciudad, sino al barrio. Por eso apostamos por el jardín de esculturas, por el Pati Vert, de cara a crear un lugar de convivencia. Y a largo plazo, hay otro proyecto que promoverá que, desde el trabajo de los artistas, el IVAM se incorpore a la vida del barrio y viceversa. Eso es estar en Valencia mientras te vinculas a otros museos internacionales. Y los resultados no tienen por qué ser expositivos. El proceso dará la respuesta.

Detalle del solar anexo al IVAM, futuro Pati Verd

–¿Es bueno para un centro que su director se perpetúe en el tiempo o es más democráticamente higiénico que las salidas se produzcan, no por una crisis, sino por rotaciones periódicas?

Creo que tenemos que encontrar un camino intermedio. También partamos de que no es lo mismo dirigir la Tate que el Jeu de Paume . Los contextos son distintos. Si nos referimos a una institución con la envergadura del IVAM, cuatro años es poco tiempo para un cargo directivo. Yo soy el séptimo director del centro en 30 años y tengo la sensación de que han sido demasiados. Quizás una década estaría bien. Más, quizás no. Hay que tener en cuenta que se precisa un tiempo para «aterrizar», para conocer bien el sitio al que llegas, más allá de las ideas que tú te hayas hecho desde fuera. Hoy, trabajar en la administración pública tampoco es ningún chollo. Las trabas son miles, como los papeles a rellenar. También lleva tiempo establecer un plan y darle coherencia.

–¿Hay fórmulas para que el IVAM cumpla de manera relajada otros 30 años?

–Habría que seguir el ejemplo de 1989, cuando se dieron tres factores fundamentales. El primero, tener un proyecto artístico sólido, con capacidad para ser llevado adelante. Segundo, un apoyo político. Que los políticos sean atrevidos y capaz de dotarle de la autonomía a aquella persona que en ese momento lo lleva a cabo...

–¿Ese apoyo lo tiene ahora el IVAM?

–Sí. En estos momentos, sí. Tanto de la Consejería de Cultura como del Govern de la Generalitat. Lo manifiesto de manera muy decidida.

–Le interrumpí cuando le faltaba por darme el tercer aval.

–La vinculación «barrial», local e internacional de la que hablábamos antes. Tener raíces profundas donde estas; una vinculación con el contexto próximo y una vocación internacional. Y para poder jugar en esa liga tan amplia tienes que tener algo que aportar. ¿Qué sentido tiene que nosotros analicemos el Brexit cuando hay miles de artistas, literatos, directores de cine que podrán hacerlo mejor? Nosotros tenemos que plantear eso que dominamos, la realidad que vivimos. Y desde nuestra realidad más específica, desde nuestra «mediterraneidad», plantear elementos que sirvan para ampliar la mente en otros sectores, en otros ámbitos geográficos. Podría haber más factores, pero con estos tres me conformo. Ya ves que no soy especialmente ambicioso.

–No le pregunto cómo estaba en 1989, porque eso es fácilmente comprobable en una foto que hay en la muestra «1989. Caso de estudio», en el IVAM, sino dónde estaba usted hace 30 años.

–En realidad hay dos fotos... ¿Qué dónde estaba? Pues estaba trabajando en la universidad. Hacía mis pinitos como freelance, intentando hilar proyectos que estuvieran bien... Estaba aprendiendo mucho. Y preparando el segundo proyecto que se hizo en el Centro del Carmen , el que se tituló «Modos de ver» que fue una plataforma para toda una serie de artistas que ya había que escuchar. Pero, sobre todo, aprendiendo, que es lo mismo que estoy haciendo ahora.

–¿Pueden dormir tranquilos los del Centro del Carmen, que no lo va a reivindicar como un Gibraltar del IVAM?

–Así es. Yo creo que cada cosa tiene su momento. Habría sido magnífico no perderlo. Insisto en lo de no tener miradas ni melancólicas, ni mitificadoras. Ese centro estuvo aquí muy bien, luego se perdió, luego se reconvirtió en otra cosa y ahora ahí está. Al IVAM le toca buscar otro lugar, otros espacios, que los hay, y conseguir enriquecer ese puzle del que hablábamos con diferentes posibilidades, actitudes, puntos de vista, sin que ninguno de ellos intente erigirse como “el punto de vista”. Entonces iremos bien.

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