PASOS PERDIDOS

Panero, sobre sus propias ruinas

«La mentira es una flor», que editará Huerga & Fierro, es la última aproximación a la obra de Leopoldo María Panero, el poeta maldito por excelencia

Panero falleció a los 65 años en un hospital psiquiátrico RAMON DE LA ROCHA

Carlos Aganzo

Dicen que la segunda muerte de un escritor es el olvido. De ser así, el arrastrar de los pies de Leopoldo María Panero ha de seguir todavía sonando mucho tiempo por la galería de los pasos perdidos de la poesía española. Seis años y medio después de su muerte continúan apareciendo publicaciones póstumas que ponen de relieve la vigencia del poeta más célebre de los Panero ; el más nuevo de los novísimos. El maldito entre los malditos de nuestro tiempo.

Después de pasar por cárceles y hospitales psiquiátricos , desde finales de los noventa Leopoldo María Panero había encontrado en el «manicomio del doctor Rafael Inglott», en Las Palmas, un lugar en el que escribir y descansar hasta el final. Un espacio donde dar cierto acomodo a esa escritura compulsiva que le acompañó hasta el último de sus días en la tierra. Y en consecuencia una acumulación ordenadamente desordenada de sus papeles. Algo que ha impedido, hasta la fecha, poder dar por cerrado un volumen de sus obras completas más o menos adecuado a la realidad.

Carácter obsesivo

La penúltima aportación notable a este empeño fue la edición en 2018, a cargo de Túa Blesa , de Los papeles de Ibiza 35 ; poemas, cuentos, ensayos y traducciones que se acompañaban de un poemario inédito. La última, próxima a aparecer en unos días, es el rescate de La mentira es una flor , un libro «unitario, acabado y exento», en palabras del responsable de su edición, el profesor Ángel Luis Prieto de Paula. Una nueva publicación incluida en la colección Rayo Azul , que dirigen Óscar Ayala y Enrique Villagrasa para Huerga & Fierro. La misma editorial que dio a la luz Rosa enferma y Lirios a la nada una vez desaparecido, que en absoluto olvidado, Leopoldo María Panero.

No han faltado críticos de la última etapa literaria de Panero , a la que pertenece este libro, que le han acusado de excesiva repetición, de machaconería . Un fenómeno que obedece, en realidad, al propio carácter obsesivo del poeta, no sólo sobre su propia obra, sino también sobre todo lo leído y aprendido a lo largo de su azarosa existencia. Como si toda la fecunda serie de sus últimos libros no fuera otra cosa, en realidad, que un solo poema dilatado en el tiempo. Una especie de testamento . Por eso no es de extrañar que en esta entrega póstuma aparezcan, y se repitan, algunas de sus grandes obsesiones. Entre ellas la de las citas y las auto citas. Esa especie de verificación permanente de que lo que poeta piensa, siente y dice lo han pensando, lo han sentido y lo han dicho también otros muchos poetas antes que él. Incluido él mismo.

Voces de nuestra literatura

Nada raro si tenemos en cuenta el estado de confusión permanente entre vida y poesía en el que vivió Panero desde la cuna. Libros, apuntes, subrayados, de Eliot a Pound y de Carnero a Cernuda , que apuntan que en el poema no sólo suena la voz del autor que lo firma, sino también, en cierta manera, las voces de toda la literatura. Las voces que algo o alguien susurra en sus oídos con insistencia. Con intención.

lA vida como obra de arte. Recuerda Davide Mombelli que la condición primera del poeta maldito es «hacer de su vida una obra de arte». Aunque sea una obra de arte, como en este caso, llena de heridas tumefactas y materia en descomposición. Así que esta nueva entrega no hace sino testimoniar que la vida fragmentada y rota de Panero ha sido capaz de atravesar cuantos agujeros negros se han ido abriendo a su paso gracias a mantener intacta una misión: la misión de leer y de escribir poesía . Una encomienda vital que se materializa, sobre todas las demás, en una imagen poderosa: la del papel que aguarda, incansable e insaciable, a que llegue la escritura.

Belleza y agonía al mismo tiempo : «Sólo hay una rosa / Que es el papel / El terror de la palabra y el terror de la página». Por eso aquí, junto a los sapos y a los elefantes, a las decadencias y las excrecencias, bailan su danza macabra, como en los juegos medievales, la palabra y el silencio; la vida y la muerte. La necesidad de vivir, como Salina s, en los pronombres. Pero, a diferencia de él, no con alta alegría, sino con dolorosa condenación.

«No leer, / no sufrir, no escribir, / no pagar cuentas, / vivir como un noble arruinado / entre las ruinas de mi inteligencia», que escribió Gil de Biedma , tan amado y citado por Panero. «Donde yace Peter Pan / Teniendo como único amor la ruina / Y como único señor el desastre / Y como única compañía el desierto», que le contesta aquí el autor de La mentira es una flor . Con estas ruinas se construye nuestra historia.

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