Gustavo Martín Garzo, autor de «No hay amor en la muerte»
Gustavo Martín Garzo, autor de «No hay amor en la muerte» - Eduardo San Bernardo
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«No hay amor en la muerte», la herencia de nuestros sueños

Gustavo Martín Garzo inició su andadura literaria en 1994 y ahora firma una novela que le sitúa en lo más alto

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El título de la famosa película de G. Stevens y D. Lean «La historia más grande jamás contada» (1965) se refería a la vida de Jesús desde los Evangelios. Pero hay un antecedente que no le va a la zaga en significación y hermosura: la historia de Abraham e Isaac. No en vano, el gran libro de E. Auerbach, titulado «Mímesis», elige esta historia como la más representativa. Contiene todo: amor y renuncia, irracionalidad, destino, un azaroso quiebro final con ese carnero en la zarza. Pero, sobre todo, contiene misterio, un halo de significaciones ocultas sobre su sentido último. Aunque quedara clara la religiosa, de entrega incondicional a los designios de Yahvé, hay en esa historia muchas cosas no dichas y que por tanto podemos imaginar.

Es lo que Martín Garzo hace en este magnífico libro.

Cuando vamos al lugar del Génesis (es inevitable volver a hacerlo) observamos que en menos de media página está concentrada esta historia lacónica, en la que se nos hurta, por ejemplo, por qué tardan tres días en llegar a Moriah, el monte del sacrificio, y lo que ocurrió durante ese viaje entre padre e hijo. Ese es un contenido que Martín Garzo imagina en retazos obtenidos del recuerdo de Isaac, y en evocaciones no realistas. Este me parece a mí que es el acierto mayor de su estilo en el libro. No pretender que una historia, que está llena de misterios, se muestre en clave racional. No. Esta es una recreación de esos misterios en la clave poética y simbólica que necesitan las muchas historias albergadas en el libro, que exceden a la del sacrificio. Por de pronto hay una historia previa, de magníficas posibilidades literarias, que es la de la esclava Agar, y de Ismael, el hijo concebido de Abraham, por recomendación de la esposa legítima, Sara. Están luego los temores y miedos de Sara, cuando ya es madre de Isaac, y la expulsión de la esclava y de Ismael, y el dolor de la separación de dos hermanos que han jugado juntos.

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