Andrés Ibáñez - Comunicados de la tortuga celeste

Luz de la música

«La flauta mágica» es una obra revolucionaria en todos los sentidos de la palabra. Una celebración de la música como lenguaje supremo en la que se unen Ilustración y Romanticismo y que se representa estos días en el Teatro Real

Andrés Ibáñez
Madrid Actualizado: Guardar
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« La flauta mágica» es una obra maestra no sólo por su música maravillosa, sino también por su libreto, un texto de enorme complejidad que desde hace doscientos años viene siendo ridiculizado por la sencilla razón de que es «un cuento de hadas». Sin embargo, a través de este cuento de hadas, Mozart creó una obra de exaltación del «Aufklärung», eso que en alemán se llama «esclarecimiento», en inglés e italiano «iluminación», en francés «luces» y en español «Ilustración». Pero de la verdadera Ilustración, no esa que dicen defender nuestros modernos intelectuales, y que ellos oponen obstinadamente al Romanticismo, en una desfiguración extraña de la Historia. Ya que el Romanticismo no es una reacción contra la Ilustración: es la Revolución, el nuevo mundo de los individuos libres y del arte libre.

Fue escrita en 1890, en plena efervescencia revolucionaria. Mozart, que ya había tenido problemas con las autoridades por « Las bodas de Fígaro», sufre el ostracismo de la corte vienesa. El nuevo emperador, Leopoldo II, no es amante de la música y ve con suspicacia a este hombrecillo que se obstina en no ser criado en ninguna casa nobiliaria y que es, además, francmasón. O, lo que es lo mismo: jacobino, revolucionario, republicano. «Tamino es un príncipe», le dicen los sacerdotes a Sarastro en la ópera. «No, aún más», contesta él, «es un hombre».

Opuestos semejantes

Sarastro preside una hermandad dedicada al conocimiento y a la fraternidad bajo el símbolo del sol, la luz: las luces. El personaje estaría inspirado en el barón Von Born, un naturalista anticlerical y masón, autor además de un influyente librito sobre las antigüedades egipcias. La Reina de la Noche, por su parte, representa la oscuridad, la religión reaccionaria, la superstición. Ambas fuerzas se encuentran curiosamente entrelazadas. Primero, en la música. Si la Reina se mueve en el registro vocal más agudo posible, Sarastro, su opuesto, se mueve en el más grave posible, casi en los límites de lo humanamente cantable. Pero la nota más elevada de la Reina, a la que llega una y otra vez en su famosa aria « Der Höller Rache», es un Fa sobreagudo. Y la nota más grave de Sarastro, esa que muchos bajos apenas pueden entonar, es un Fa grave. En los dos extremos del espectro, en octavas muy alejadas, pero la misma nota.

La Reina representa la oscuridad, pero no carece de elementos positivos. Sus tres damas ayudan al príncipe y le entregan, por encargo suyo, una flauta mágica, del mismo modo que entregan a Papageno unas campanitas mágicas. También gracias a la Reina se ponen ambos en contacto con esos tres espíritus que, desde los aires, ayudan a los seres humanos. En cuanto a Sarastro, tampoco carece de lado oscuro. Su razón para raptar a Pamina, la hija de la Reina de la Noche, es que está enamorado de ella, un motivo que humaniza y rejuvenece a esta figura quizá demasiado hierática y venerable. Sarastro tiene además un servidor, Monostatos, que es brutal e inhumano. Es el jefe de los esclavos, y se deleita poniendo cadenas. ¿Por qué la Reina dirige a Tamino hacia los espíritus benefactores? ¿Por qué Sarastro tiene en su templo esclavos cargados de cadenas regidos por un personaje brutal y siniestro?

Hay una palabra muy importante en «La flauta mágica»: «Humanidad». Es la palabra de un mundo nuevo

Ambos lados, el de la Reina y el de Sarastro, se armonizan en un nivel superior, que no es otro que la música. La flauta mágica, regalo de la Reina de la Noche, le servirá a Tamino para pasar las terribles pruebas del Agua y del Fuego que le permitirán entrar en la hermandad de Sarastro. «La música», escribió Beethoven, «es una revelación más alta que toda moral o filosofía». Es posible que este pensamiento le viniera, precisamente, de «La flauta mágica», donde la música es un lenguaje capaz de expresar aquello que no pueden decir las palabras.

En esta celebración de la música como lenguaje supremo, «La flauta» entra de lleno en el mundo del Romanticismo. Si racionalista es aquel que está convencido de que todo puede explicarse con palabras, entonces «La flauta mágica» trasciende ampliamente el racionalismo y se adentra en territorio nuevo. Hay numerosas ocasiones en la ópera en las que los personajes se comunican con música y no con palabras, como por ejemplo ese momento en que, cuando los dos han de sufrir la prueba del silencio, Papageno se dirige a Tamino y este le contesta no con palabras, sino tocando su flauta. Cuando oye la música mágica de Papageno, Monostatos se olvida de su furia y de sus cadenas, y él y sus esclavos se ponen a bailar. «Qué música tan bonita», cantan, «jamás había oído nada igual». Es la vía del arte.

En nombre de la humanidad

Hay tres temas principales en este «cuento de hadas»: el amor romántico como realización del ser humano; la posibilidad de crear una sociedad nueva basada en la fraternidad y la música como vía de comunicación y conocimiento. La «Aufklärung» de Mozart no excluye la emoción ni considera que esta sea «irracional», ni excluye tampoco las fuerzas espirituales superiores que, bajo la forma de tres jovencitos que flotan en lo alto, inspiran y guían a los personajes. Ni excluye, por cierto, la vía del arte y de la belleza.

Hay una palabra muy importante en «La flauta mágica». La dice Sarastro: «Os hablo en nombre de la humanidad». Esta es ya la palabra de Beethoven. Son los «millones» del poema de Schiller. Es la palabra de Wordsworth, que visitará Tintern Abbey sólo dos años después. «Humanidad». Es la palabra de un mundo nuevo, en el que los hombres, liberados de sus cadenas, «podrán vivir en este mundo como dioses».

«La flauta mágica» se representa en estos momentos en el Teatro Real de Madrid en un montaje fascinante.

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