Miguel del Arco, que acaba de estrenar en El Pavón Teatro Kamikaze «La noche de las tríbadas»
Miguel del Arco, que acaba de estrenar en El Pavón Teatro Kamikaze «La noche de las tríbadas» - Óscar del Pozo
TEATRO

Miguel del Arco: «Los sueños en el teatro empiezan y acaban cada día»

Ha estrenado su montaje de «La noche de las tríbadas» en el Teatro Pavón Kamizake; su primer filme, «Las furias», y dirigirá una obra propia, «Refugio». Es incansable y no para

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Interior del Pavón Teatro Kamikaze. Una sala con una mesa larga y unas sillas. Desde las paredes observan con insistencia mordaz unos personajes congelados en una rara atmósfera cotidiana; resultan inquietantes, la verdad. Al parecer, ya estaban aquí antes de que la Compañía Nacional de Teatro Clásico, anterior inquilina del edificio, se instalara en él mientras era rehabilitada su sede del Teatro de la Comedia. Nos miran fijamente sin pestañear (menos mal) mientras se desarrolla esta entrevista. Delgado, nervioso, activo, locuacísimo, Miguel del Arco habla de sueños y proyectos, de realidades levantadas con mucho esfuerzo y de felicidad. «Mira que se empeña usted en hacernos trabajar –bromeo–. Arrancó la temporada poniendo en marcha con otros tres socios –Aitor Tejada, Israel Elejalde y Jordi Buxó– este teatro, hace poco ha estrenado una película, « Las furias

», y ahora presenta un montaje de "La noche de las tríbadas" de Per Olov Enquist».

Precisamente termino este texto embargado aún por la conmoción y el aturdimiento que me ha suscitado esa función, a cuyo estreno he asistido hace unas horas. El argumento reúne sobre el escenario a Strindberg (Jesús Noguero), su esposa Siri (Manuela Paso), la amante de esta, Marie (Miriam Montilla) y un actor y director (Daniel Pérez Prada), mientras intentan ensayar «La más fuerte», una obra del primero.

Enquist trabajó sobre hechos reales, ¿cómo funciona esa mezcla de realidad y ficción en escena?

Los cuatro personajes de «La noche de las tríbadas» son históricos, aunque Enquist hace lo que le da la gana con ellos, y la obra empieza cuando el matrimonio Strindberg está en pleno proceso de divorcio y, aún así, él encarga a ella la dirección del nuevo teatro experimental. Por eso, vamos a poner en cuarentena la historia de la misoginia. Sí, el escritor dice unas barbaridades tremendas, vive una inseguridad enorme como hombre en unos tiempos en que las cosas están empezando a cambiar. Una tensión que ahora mismo estaría relacionada con los maltratadores, el sentirse pequeños ante las mujeres, el sentirse amenazados y de repente salir una parte violenta. En el teatro existe la necesidad de buscar una empatía, que no significa justificar, porque yo no intento justificar en absoluto, pero sí buscar de dónde sale esta parte, porque si yo hubiera dicho a Jesús Noguero, extraordinario actor por cierto, vamos a hacer un Strindberg hijo de puta y machista, no habría tenido sentido. Buscamos la permanente contradicción de los personajes, también pasa con Siri, que por un lado exige ser una mujer libre pero hace que su marido, del que se está divorciando, le saque las castañas del fuego. Si eres libre, pírate, sé consecuente.

(Sale a colación la relación entre Ibsen y Strindberg y cuento a Miguel de Arco que en el despacho de la casa-museo del primero en Oslo cuelga un gran retrato del otro gigante nórdico, el sueco Strindberg. No eran precisamente amigos los dos colosos de la escena. El noruego lo encargó para tener cerca y a la vista cuando escribía a quien consideraba su rival, un detalle que retrata su carácter).

«No creo que la obra de Enquist sea tan oscura como se piensa. He intentado encontrar el sentido del humor»

En la obra, Strindberg habla con desprecio de Ibsen, no parece que le tuviera mucha simpatía.

Strindberg escribió muchas barbaridades de Ibsen. En «Casarse», por ejemplo, hay un cuento en el que el protagonista hace un análisis de «Casa de muñecas» y subraya lo tontos que son Nora y Thorvald. En una escena de «La noche de las tríbadas» en que están ensayando «La más fuerte», grita: «¡Esto no tiene sentido, va a ser un fracaso, la única manera de que funcione será hacerlo en finlandés y decir que lo ha escrito Ibsen!». En un chiste tal vez para entendidos, pero luego tiene otras partes más básicas, de caca, culo, pedo, pis, referencias que funcionan siempre. La verdad es que es una grandísima función, grande de estructura, de personajes... Nos ha costado, es larga, la he cortado lo que he podido, pero nos ha quedado en unas dos horas.

Es una duración razonable.

Cada vez menos. Con «Las furias», mi primer largometraje, me ha pasado algo parecido, estaba muy pendiente de que no se me pasase de duración, y también lo he tenido muy en cuenta en una obra mía que montaré en el Teatro María Guerrero a final de temporada.

Ya que ha surgido, hablemos de su experiencia cinematográfica. ¿Son muy distintos los lenguajes de cine y teatro?

No era la primera vez que pensaba en cámara y en planos, y en ningún momento me sentí como un extraño en tierra ajena. Sí me pasó la primera vez que fui a televisión como realizador, que fue algo terrorífico. En esta ocasión había preparado la preproducción con el equipo, ya conocía a los actores de haber trabajado con ellos en el teatro y nuestro acercamiento a los personajes y al guión era igual al que hacemos en un montaje teatral. Cambia en que tienes un intermediario, que es la cámara, y, por decirlo de alguna manera, ya no hay vía libre entre el actor y tú, porque tienes que contarlo todo a través de la cámara. Por lo demás, el rodaje fue una lucha contra la frustración, porque yo siempre tengo que luchar contra la frustración, con el miedo a no llegar, porque soy ambicioso y eso está muy bien. Pero en el cine es un horror porque no tienes manera de repetir, puedes rodar una escena muchas veces, pero vas a la mesa de montaje y lo que se decide queda inamovible, algo que no pasa en teatro, donde yo, después de varios años, aún le sigo dando toques a «La función por hacer», un montaje que, por cierto, sigue llenando lo pongas cuando lo pongas, lo hagas cuando lo hagas. Un día, es un ejemplo, se nos cae un bolo y digo, oye, nos cabe otra función por hacer la semana que viene, el miércoles a las diez, ¿la hacemos? Sí, sí, vale. ¿Podéis todos? Sí. La sacamos a la venta y tarda en venderse dos horas.

«El rodaje de "Las furias" fue una lucha contra la frustración, con el miedo a no llegar»

¿Cuál fue su mayor problema detrás de la cámara?

Los únicos problemas fueron de presupuesto; tuve que rodar con mucho cuidado y ajustar muy bien los planos. Para rodar una escena en una playa tenía un día, y pasado ese tiempo no tenía la opción de volver, porque el plan de rodaje era muy apretado, así que me tenía que apañar con lo que había conseguido rodar. Llegaba al hotel por la noche y me lamentaba para mis adentros: «¡Qué he hecho hoy, tenía diecisiete planos y solo me ha dado tiempo a rodar ocho!». Durante el rodaje estuve eliminando planos, ajustando al mínimo los que necesitaba para cada secuencia, haciendo un trabajo de imaginación para ver cómo esos planos funcionaban pegados… Era el hundimiento del Titanic todas las noches, pero afortunadamente por las mañanas tengo ese resorte que decía, bah, ayer la cagaste, hoy un poquito mejor. Tenía la película totalmente interiorizada y creo que se lo supe transmitir al equipo. Y, fundamentalmente, conté con un elenco prodigioso, que fue el que me salvó. Teresa Font, la montadora, con gran experiencia en su haber, me decía: «No doy crédito a la cantidad de secuencias complicadísimas por su coralidad que has resuelto a la primera, ni siquiera has hecho copias de seguridad». «Es que no tenía tiempo, Teresa», le contestaba. Pasé momentos muy angustiosos, y además los rodajes son tremendamente largos, hay un importante componente de resistencia física, de conservar la frescura. Hablando de su trabajo como actor cinematográfico, decía Fernán Gómez con toda la razón del mundo: «A mí en el cine me pagan por esperar». Son jornadas de doce horas, algo muy duro, con una hora para comer. Cuando terminaba la tarea, cenaba y me tenía que poner a repasar lo que iba a rodar al día siguiente: «A ver si puedo rascar un plano de aquí…». Y luego están los imponderables, que se te cae un actor y no puedes rodar con él en cinco días.

¿Qué me dice de la aventura de poner en marcha un teatro como el Pavón Kamikaze?

Que es maravillosa y soy feliz. Estamos construyendo un sueño, costosísimo por otra parte, complicado y con algunos momentos angustiosos, porque no tenemos mucho dinero y apenas nada para publicidad. Pero la gente ha recibido el proyecto de una manera brutal, viene al teatro con una emoción muy grande… Hemos notado algo muy vivo que nos llega del público, de la profesión, de la Prensa… Luego, en el día a día, me gusta pensar que los sueños huelen a sudor y este sueño hay que trabajárselo de cabo a rabo, porque los sueños en el teatro empiezan y acaban cada día. Todos los días hay que volver a levantar el edificio y volver a pelear con el espectador…

Me está usted describiendo a Sísifo.

Absolutamente. La pelea con el público teatral es cuerpo a cuerpo. Por eso estamos aquí, recibimos a la gente personalmente, en la medida de nuestras posibilidades; alguno de los socios, uno o los cuatro, saluda al público antes del comienzo de la función, decimos de viva voz que se apaguen los teléfonos móviles y logramos que suenen en el Pavón mucho menos que en otros teatros. Nos gusta mucho fidelizar, mandamos cartas, contestamos los mensajes, programamos muchos encuentros con el público, recibimos a grupos que quieren hacer cosas... En principio decimos a todo que sí, lo que nos obliga a estar mucho tiempo aquí, pero es que no tenemos otro remedio. Está costando mucho, pero seguimos animados, manteniendo el humor, hay veces que alguno decae, pero al ser cuatro, conseguimos que cuando uno flojea esté otro para decir «Venga, tira, tira, que esto está chupao…». Cuidamos de manera extrema al espectador porque sabemos que dependemos de él al cien por cien. Vamos haciendo camino y hemos cometido fallos de novatos, pero así se aprende poco a poco. Tenemos que seguir comunicando para consolidarnos como referencia de que aquí se hace buen teatro y con rigor. Y eso creo que lo hemos conseguido en muy poco tiempo. Veo que la gente entra muy ilusionada. Por las mañanas el Pavón parece un mercado: uno ensaya en una sala, otros en otra, otros asisten a un taller en el gallinero, al mismo tiempo se ajusta la iluminación de un montaje… Hay un trasiego de personas tremendo. Unos vienen, otros van, se encuentran, se saludan... Hay muy buen rollo. Y yo soy feliz.

«He tenido ofertas mucho más cómodas, pero he preferido mantenerme libre, aunque sea viendo en precariedad.

¿Y en lo económico?

Ese es otro aspecto de la cuestión. Le puedo decir que aquí no hemos cobrado un pavo desde que hemos empezado ninguno de los cuatro socios, aquí cobra todo el mundo menos nosotros. No hemos hipotecado la casa, pero hemos avalado los créditos solicitados para sacar adelante este proyecto. Repito: aquí cobra todo el mundo, aunque sea poco. Incluso los actores nos arreglan su caché. Porque no somo sostenibles, dependemos al cien por cien de lo que entra por taquilla y no es suficiente. Así que cómo no voy a protestar por el 21 por ciento de IVA, si es algo que me está impidiendo desarrollar el proyecto y a lo mejor dentro de seis meses me tengo que plantear cerrar. Un ejemplo, en «La función por hacer» tengo seis actores y el aforo de la sala donde se representa es de unas cien personas; de lo que se ingresa en taquilla hay que descontar el 21 por ciento el IVA, lo correspondiente a la Seguridad Social, más los sueldos, que son bajos. Tengo actores que son fabulosos y podría estar cobrando una pasta en cualquier teatro público y están aquí con unos sueldos que respetan el mínimo del convenio de actores. Cuando programemos «Hamlet» nos va a costar dinero aunque llenemos todos los días, porque no voy a hacer un espectáculo que sea diferente de calidad con respecto al que estrené en el Teatro de la Comedia, así que tenemos que alquilar focos, motores, contratar equipo técnico... y son siete actores encima del escenario.

¿Y por qué lo hace?

Porque me va la marcha (risas). Y valoro mi libertad. He tenido ofertas mucho más cómodas y bien pagadas, pero he preferido mantenerme libre para hacer solo lo que yo quiera, aunque sea viendo en precariedad. El tiempo que dedico a esto no me importa, porque soy feliz todas las horas, soy feliz aquí y estoy rodeado de gente a la que quiero y admiro. Pero, como es lógico, me gustaría poder vivir de mi teatro y no estar con el agua al cuello.

¿Lo mejor de este feliz sinvivir?

Desde luego, idear. Por ejemplo, ahora tenemos «Femenino plural», un ciclo sobre la mujer en el siglo XXI que me fascina. Contacto con asociaciones feministas y pienso qué cosas podemos organizar. En ese ciclo está «La noche de las tribadas»; «Una habitación propia», el texto de Virginia Woolf, uno de básicos del feminismo, que interpreta Clara Sanchis dirigida por María Ruiz; en «La voz humana» de Jean Cocteau, que habla del sometimiento de la mujer al amor y la existencia del amor a través del hombre, Israel Elejalde dirige a Ana Wagener; Irene Escolar interpreta «Leyendo Lorca», en la que hay una reflexión sobre cómo las mujeres en Shakespeare siempre son secundarias y en García Lorca siempre son protagonistas; y también reponemos «Juicio a una zorra», que es la voz de la mujer a lo largo de la historia, interpretada por Carmen Machi. Todo eso articulado con conferencias y ponencias a través de una asociación feminista que aglutina a historiadoras, literatas, actrices, economistas… Digamos que hay una visión feminista del mundo pero bastante amplia. También tengo intención de hacer una serie de biografías orales con los grandes de nuestro teatro, empezando por Nuria Espert y continuando con Pepe Sacristán... Me apetece mucho. Y para primavera quiero sacar adelante un programa de danza que se llamará «Desembarco», porque pretendo que la danza desembarque en el Pavón para quedarse. Estará la compañía de Chevi Muraday, que cumple veinte años y no tiene una sola propuesta de un teatro público, no ya para hacerle un homenaje, sino para ofrecerle un espacio para lo que quiera. Otros nombres: Daniel Abreu y Antonio Ruz, que no paran de trabajar en el extranjero, aunque aquí parece que no encuentran hueco. También hacemos talleres teatrales con gente de la talla de Pablo Messiez, Carlota Ferrer, Carlos Tuñón...

Fuera del Pavón, cierra temporada en el María Guerrero con una obra suya.

Sí, «Refugio». Es un proyecto del que hablé a Ernesto Caballero, director del Centro Dramático Nacional, y le gustó. Estoy muy contento, aunque sea complicado. Es un texto escrito por mí y que también dirigiré, con un reparto maravilloso, en el que, por orden alfabético, figuran Israel Elejalde, María Morales, Gloria Muñoz, Raúl Prieto, Macarena Sanz, Emma Suárez y Hugo de la Vega.

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