Protesta frente a la embajada mexicana en Bogotá recordando a los 43 estudiantes asesinados en Iguala
Protesta frente a la embajada mexicana en Bogotá recordando a los 43 estudiantes asesinados en Iguala - John Vizcaino
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«En México igual te mata un policía que trabaja para los criminales que los mismos criminales»

El periodista mexicano Sergio González Rodríguez ha hecho de la investigación su segundo oficio. Si en «Huesos en el desierto» trató los crímenes de Ciudad Juárez, ahora arroja luz sobre la desaparición de 43 estudiantes en Iguala

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Este encuentro con el periodista mexicano Sergio González Rodríguez (1950) comienza en La Casa de las Sirenas, un restaurante con encanto del centro histórico del Distrito Federal, situado exactamente detrás de la vieja catedral. Sirve platillos mexicanos y más de 250 tipos de tequila. El ambiente es agradable. Suena una canción conocida, lenta, que habla de un amor incomprendido. Fuera va atardeciendo.

Es un hecho curioso, incluso casi contradictorio, que González Rodríguez haya contado su historia entre esta calma y las paredes de un bar dedicado a las sirenas. Y es un hecho curioso porque lo que dice y escribe está en las antípodas de cualquier canto, de la voluntad de seducir, del juego de palabras; lejos del amaño deliberado del lenguaje, incluso de cualquier intención poética.

Tal vez porque, ante los temas que él escoge para sus obras, estos propósitos implicarían una falta de delicadeza. Es autor de «Huesos en el desierto» (sobre las mujeres sistemáticamente violadas, torturadas y asesinadas en Ciudad Juárez, en el Estado de Chihuahua), de «El hombre sin cabeza» (sobre las decapitaciones que realizan los sicarios del tráfico de drogas en México), de «Campo de guerra» (Premio Anagrama de Ensayo 2014).

SGR es un hombre bajo. Algo enigmático detrás de sus gafas: se conocen antes sus ideas que su personalidad. Amable sin aspavientos. La cazadora de cuero no le da aspecto de tipo duro, aunque sí de hombre recio. En el primer capítulo de su último libro, «Los 43 de Iguala», el periodista escribe: «He tenido que vencer la parsimonia que ha triunfado en el lenguaje de la política, de la vida pública, incluso de la literatura y el periodismo. Las bellas formas que a menudo pretenden ocultar la realidad.

Debo hablar de lo que nadie quiere ya hablar. Contra el silencio, contra la hipocresía, contra las mentiras, habré de decirlo. Y lo hago porque sé que otros, como yo, en cualquier parte del mundo, comparten esta certeza: el influjo de lo perverso ha devorado la civilización, el orden institucional, el bien común».

El libro aborda el caso de los estudiantes de la Escuela Rural de Ayotzinapa desaparecidos en el Estado de Guerrero, al sur de México, la noche del 26 de septiembre de 2014. Según la «pesquisa oficial –escribe SGR–, los 43 fueron secuestrados, golpeados y asesinados por miembros del grupo criminal Guerreros Unidos en complicidad con policías municipales. Sus cuerpos fueron quemados esa misma noche con el fin de borrar la evidencia criminal».

Sergio González Rodríguez utiliza una perspectiva interdisciplinar, relaciona unas cosas con las otras, introduce de pronto notas sobre su manera de trabajar, se refiere a su problema de insomnio, hace ensayo y crónica al mismo tiempo sin temor a lo híbrido.

En Iguala hubo una operación contra-insurgente de «limpieza social» realizada por paramilitares o militares

Las implicaciones de cada uno de sus libros son muchas, pero destacan dos que me parecen interesantes por infrecuentes en nuestro ambiente editorial y periodístico: la primera que, como revela en un momento de esta entrevista, él escribe porque le resulta imposible evitarlo, por «mandato» y no por gusto. Esto destierra de las investigaciones de González Rodríguez cualquier intención de carácter personal. Responde al modelo de periodista que transmite la realidad y no al de un periodista-autor que dispone de cuanto observa y lo pliega a la búsqueda particular de un estilo propio y a la necesidad de sobresalir como figura.

La segunda, que frente al «horror consentido», SGR propone el dato. Frente a la barbarie que se normaliza (así lo denuncia el autor), el dato. Frente a la amnesia que padecemos, el dato. Frente al abismo que separa la versión oficial de la realidad mexicana, el dato. Frente a la crueldad más extrema e inexplicable, algo tan humilde como los hechos. Ya esta decisión formal convierte «Los 43 de Iguala» en un libro con carácter revolucionario o al menos combativo frente al imperio de la opinión. El autor deja muy claro que su libro no es un libro de opinión. La ideología queda orillada y el dato es, en las páginas del periodista, como el cimiento del espíritu crítico; en la obra de SGR, los datos, si se atienden, pueden prever lo que viene y revelan tendencias.

Estas son algunas cifras rojas que da el libro. En algún momento habla de «hechos del dolor»: «La barbarie de Iguala fermentó mucho antes de la noche de los 43. El municipio de Iguala donde acontecieron los hechos, por ejemplo, registró en 2013 una tasa de homicidios por cada 100.000 habitantes un 210 por ciento superior a la nacional. En este proceso disolvente, ¿dónde estaba el gobierno, dónde el Estado?».

En 2013, anota el reportero, se cometieron en México 33,1 millones de delitos, de los cuales sólo el 6,2 por ciento acabó en una instrucción judicial. De lo cual deduce que hubo en el país 31 millones de delitos impunes. En el Estado de Guerrero casi nadie denuncia los delitos: la impunidad es del 97,6 por ciento. Cada dos horas desaparece una persona en México. En España, alrededor de 14.000 al año, pero la mayoría no por motivos criminosos, y la cifra se obtiene por acumulación histórica.

–Sergio, usted se enfrenta a la tragedia de una manera cotidiana. Convive con el crimen y con sus víctimas, con relatos atroces. ¿Qué es para usted el mal?

Las autoridades mexicanas dicen que se trata de un problema de crimen organizado y corrupción policial

–Para mí el mal es algo muy concreto y tangible: el mal de los abusos, de las injusticias, de la barbarie, de la crueldad, de la violencia incontenible. El mal que se normaliza cada día. Y esta apreciación va más allá de atribuirlo sólo al sujeto criminal, es decir, alcanza al sistema económico y socio-político que lo nutre.

–Ante la impunidad, entre otras cosas, usted concluye que en México no existe el Estado de Derecho. ¿A qué se refiere?

–A lo que me refiero con la carencia del Estado de Derecho es a algo real, práctico y demostrable. Por ejemplo, cuando alguien llega a juicio se enfrenta a la corrupción policial. Y algo más para argumentar su pregunta: los organismos que miden los índices institucionales de procuración de justicia, defensa de la ley, seguridad pública… consideran que México es un país que no presenta los estándares mínimos al respecto. No solamente es mi percepción, no solamente es mi interpretación. Yo lo único que hago es tomar los datos y presentarlos como un modelo explicativo.

–También afirma que la democracia es débil. ¿Por qué?

–Porque son modelos de gobierno que implican la gestión de los problemas, no la solución de las causas. Todas las democracias formales gestionan efectos, manipulan cosas, postergan la participación, establecen políticas supletorias o de reemplazo, en lugar de solucionar. Por decirle un caso: los asesinatos contra mujeres en Ciudad Juárez. El gobierno propone una reforma de ley y tipifica un delito que se llama feminicidio. Correcto, pero ese delito de feminicidio es muy difícil de demostrar. Por lo tanto, actualmente hay un índice muy bajo de demostración del delito de feminicidio, y los asesinatos cometidos contra las mujeres continúan y de un modo más fuerte, hasta un grado en que se vuelven un caso de emergencia absoluto. No solo en Chihuahua, no sólo en las fronteras, sino en todo el país. Ese es el tipo de política al que me refiero. Una política de soluciones burocráticas, de engaños y manipulaciones. Donde tú, a partir de mecanismos de control de daños o de riesgo, encauzas tu gestión política, hasta que pasa tu período y llega otro gobierno.

–¿Qué sucedió en Iguala aquella noche de verano de 2014?

Hay responsabilidad política y judicial antes, durante y después de aquella noche de barbarie en Iguala

–Lo que sucedió está compendiado en mi libro. Falta que las autoridades mexicanas resuelvan lo básico: quién exactamente hizo desaparecer a las víctimas, por qué (móvil), dónde (pues la hipótesis del basurero de Cocula carece de valor probatorio). Me permito proponer, con base en documentos y testimonios, que la noche de Iguala hubo una operación contra-insurgente de «limpieza social» realizada por paramilitares o militares.

–¿Cuál fue la versión oficial?

–Las autoridades mexicanas dicen que se trata de un problema de crimen organizado y corrupción policial contra los estudiantes, donde el móvil y el destino de las víctimas están «resueltos», a pesar de las múltiples anomalías de su investigación.

–Y usted ¿qué concluye después de su investigación?

–Concluyo que las autoridades mexicanas carecen de capacidad para investigar, que hay responsabilidad política y judicial de ellas al respecto antes, durante y después de aquella noche de barbarie en Iguala. Asimismo, hay responsabilidad del gobierno de Estados Unidos, y lo fundamento.

–¿Desde el gobierno o desde otras esferas se dificulta la visibilidad de su libro? ¿De qué manera?

–El gobierno mexicano coacciona regularmente a todos los medios de comunicación, y más aún cuando se trata de temas de alto impacto nacional e internacional. Quien lo niegue, no vive o no ha vivido en México. E incluye también la posibilidad de obstruir la publicación de libros críticos con la versión oficial o el gobierno.

–Hace notar la tibieza de los medios, pero también cuenta cómo los periodistas, por ejemplo en Guerrero, son atacados por el gobierno, por los grupos criminales o por los activistas de izquierda. ¿Qué culpas y qué papel tienen?

México es un país que no presenta los estándares mínimos para ser considerado un estado de derecho

–El periodista, cuando se enfrenta a una situación de corrupción institucional, trata de cumplir con su trabajo. Pero es muy difícil que lo haga cuando no hay un Estado de Derecho como es debido y lo mismo te mata un policía que trabaja para los criminales que los criminales directamente. Y el gobierno, para no tener problemas, porque a su vez está corrompido, no interviene. Suceden una y otra vez episodios de muchachos y muchachas que publican cosas muy arriesgadas y, entonces, un día, los matan. Y la autoridad se desentiende. Eso pasa en Veracruz, eso pasa en Sinaloa, eso pasa en Michoacán, eso pasa en Guerrero; en cualquier parte.

Sentado a la mesa en La Casa de las Sirenas, SGR bebe destilado de agave de Guanajuato. Su padre era precisamente de Guanajuato; su madre, de Morelos. El periodista creció en Narvarte, una colonia de clase media que se fundó hacia finales de los años treinta. La atravesaba el río La Piedad. En esa época, cuenta, era una zona muy moderna. Recuerda una infancia muy feliz, aunque su madre murió cuando él tenía ocho años y su padre se mudó a su tierra, El Bajío, se casó de nuevo y tuvo más hijos. Él permaneció en Ciudad de México y se crió con sus hermanos mayores. Con Pablo, uno de ellos, fundó el grupo de rock Enigma, que tuvo impacto en Latinoamérica. El rock le dejó casi sordo de un oído. Tiene formación musical, de letras, de Derecho, y el escritor Roberto Bolaño le convirtió en personaje de su novela «2666».

–Afirma que la guerra contra el narcotráfico ha traído la destrucción del país. Pero entonces, ¿cuál es la alternativa? ¿Qué propone para luchar contra el narcotráfico?

–Tenemos que recordar lo siguiente: que el narcotráfico está directamente vinculado a la enorme demanda de drogas del mercado más grande de todo el mundo, Estados Unidos. Ahí empieza todo, ¿me explico? La ubicación de México como punto estratégico de distribución y fabricación de drogas para Estados Unidos es una construcción real, directa, sustancial, material, del gobierno de Estados Unidos. A partir de 2001, con el 11-S, la política de seguridad se vuelve global y eso cambia radicalmente todo el comportamiento del país. Todas las instituciones de México tienen que obedecer a ese nuevo protocolo, y en esa medida se piensa implantar un régimen distinto, que anteriormente era de tolerancia y supervisión por parte de Estados Unidos en cuanto a las drogas. Se volvió una política agresiva donde la idea era perseguir el narcotráfico como si se tratara de terrorismo o contrainsurgencia. Esto provoca que se entre en una dinámica de beligerancia interna, y la consecuencia es el crecimiento del crimen organizado, cuando antes no había estos índices de violencia por parte del crimen organizado, y mucho menos por parte del narcotráfico. Lo que tenemos es una máquina de violencia que destruye todas las instituciones.

–¿Cómo se protege ante lo que ha vivido y lo que ha visto, tan duro?

Los asesinatos cometidos contra las mujeres continúan y de un modo más fuerte, hasta un grado de emergencia absoluta

–Mire, yo creo que es, por una parte, la creencia, de formación católica, y otra parte la idea de que estoy realizando un trabajo que me fue encomendado de alguna manera. También hago muchas cosas. Voy al cine, leo, escribo de cine, de teatro, de literatura, leo muchas novelas. Y me parece que es complementario.

–¿Se considera un hombre valiente?

–¡Yo no diría tanto! No lo veo en términos de valor, sino de trabajo. Sólo trato de cumplir con mi trabajo.

Olvidé dar una tercera razón importante del valor de la obra de Sergio Gónzalez Rodríguez. Cualquier lector que se acerque a sus páginas se preguntará si ha sufrido alguna represalia violenta por lo que ha escrito. Al plantearle la cuestión, él calla y remite al epílogo de la tercera edición de «Huesos en el desierto». Allí narra cómo el 15 de junio de 1999, pocos días antes de que se publicara en el diario «Reforma» un reportaje suyo sobre Ciudad Juárez titulado «Señalan a policías como cómplices», fue asaltado en un taxi. Le insultaron, le robaron, le pegaron, le hirieron en las piernas con un picahielos y le golpearon en la cabeza con los revólveres. Después quedó libre. Reanudó su vida normal, pero notó problemas de expresión verbal y debilidad. Fue operado de urgencia de un derrame cerebral causado por los golpes.

Esta es la tercera razón: el autor asume que hacer su trabajo puede tener consecuencias negativas. De modo que su misión va más allá de su interés personal. Él sigue escribiendo.

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