Una mujer se cubre la cara ante la obra «The Zurich Load», de Mike Bouchet
Una mujer se cubre la cara ante la obra «The Zurich Load», de Mike Bouchet - EFE
ARTE

Manifiestamente maloliente

La undécima edición de Manifesta ya está en marcha. Con todo el espíritu burlón que su comisario –y el corazón financiero de Europa– permiten destilar a los artistas

Zurich Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

Estamos en Zúrich y a muy pocos kilómetros de Basilea. Suiza, en el desarrollo pleno de sus facultades productivas y económicas. En la primera ciudad se celebra hasta el 18 de septiembre la undécima edición de la Manifesta, la Bienal Europea de Arte Contemporáneo, que presume de ser alternativa y querer medir sus fuerzas con la Bienal de Venecia o la Documenta de Kassel; en la segunda, un año más, abrió sus puertas en los días intermedios del mes de junio la feria más importante del mundo, ArtBasel. Suiza, Basilea, Zúrich, arte contemporáneo. Aquí tienen las claves de la ecuación. Y he aquí también el resultado: dinero. No me he ido por los cerros del tópico suizo porque, si acaso, es este mismo concepto el que acuña el título de esta Manifesta: «¿Qué hace la gente por dinero?».

Zúrich se despierta cada mañana impoluta. El recorte de sus edificios de cuco perfecto. Nada hace presagiar que aquí se celebra uno de los acontecimientos del mundo del arte travieso y alternativo. Objetivo: romper la postal de la ciudad que la acoge. Rajar la postal de Zúrich resulta harto difícil. Que Dada, el dadaísmo, diera sus primeros pasos aquí hace un siglo nada asegura. Más bien todo lo contrario, pues el Cabaret Voltaire donde nació el desparrame de este colectivo hoy abre sus puertas frente a una colorista tienda de jabones ecológicos. En el interior del antro dadaísta ya nada suena a transgresor, más bien a que todo está colocado milimétricamente en los estantes. Ni el hecho de que solo quieran abrir sus puertas a artistas durante los días inaugurales de la Manifesta para que monten allí una performance suena a sincero. Todos hemos perdido la inocencia. Dada está gagá, pero mucho me temo que el dadaísmo y sus cien venerables años han sido una de las razones para acoger esta cita con el arte contemporáneo y sus cuestionamientos en el abismo de la vanguardia domesticada.

Zurich chirría

Tengo que dejar Zúrich por unos momentos y viajar con la memoria a anteriores enclaves de la Manifesta. En España, dos fueron la ciudades que se llevaron esta franquicia hasta sus calles. San Sebastián y Murcia. La ciudad del norte, donde se hizo una propuesta soberbia, por aquellos tiempos andaba inmersa en el terrorismo y sus cicatrices sin visos de arreglo. La ciudad del sur, a la que le salió una Manifesta irregular, jugaba al resultón concepto de suma de culturas, de cruzar estrechos y otros blablablá. Fuera de España, puso una pica en Chipre (fallida), en Gante (estupenda) y en San Petersburgo (mejor no recordar). ¿Entienden por qué Zúrich chirría?

Elegida la ciudad, ya nada hay que decir ni que hacer, tan solo esperar al comisario para que el reloj suizo se desajuste al compás de la Manifesta. Por primera vez en la historia de este encuentro, se ha optado porque sea un artista quien dé vueltas a las manecillas del reloj. Christian Jankowski (Gotinga, Alemania, 1968) recibió el encargo de comisariarla y de él se puede esperar de todo menos un espíritu acomodaticio. Conceptual hasta la ropa interior, que puso en venta, junto a otra indumentaria, tras una «performance». Jankowski podría ser un buen hijo de Dada, pero Dada ya no existe. Su objetivo ha consistido en juntar a distintos artistas con distintos profesionales de la ciudad. «Algunos proyectos colectivos», como reza el subtítulo de la Manifesta. Un ejercicio de implicación por ambas partes que se extiende por distintos puntos y espacios de la ciudad (incluido una clínica dentista o una peluquería para perros) y, luego, encuentra su versión reducida (la exposición central) en el edificio del Löwenbrau, donde conviven instituciones públicas (museos) con privadas (galerías y colecciones). Por ejemplo, los españoles Fermín Jiménez Landa y Carles Congost han trabajado con un meteorólogo y los bomberos, respectivamente. La mexicana Teresa Margolles, con prostitutas. Cattelan, con una atleta paraolímpica a la que hizo caminar (en silla de ruedas, se entiende) sobre las aguas del río que cruza Zúrich, el Limmat.

Meter aquí a todos los artistas resulta imposible. Si atendemos a las constantes de Jankowski, la ironía y el sarcasmo están servidos en sus justas dosis para saber «¿Qué hace la gente por dinero?». Valga como metáfora de todo ello la pieza de Mike Bouchet, « The Zurich Load» («La carga de Zúrich»), realizada con las 80 toneladas de mierda que generan los 400.000 habitantes de la ciudad en un día. Para taparse la boca y la nariz. No obstante, me quedo con los dibujos de Pablo Helguera, alusivos al arte contemporáneo, que decoran, como viñetas, las paredes del Löwenbrau. Así pinta uno de ellos: un grupo de trogloditas, con su copa de champán en mano, al abrigo de unas pinturas prehistóricas comentan: «La bienal de las cuevas de Lascaux fue mejor».

Ver los comentarios