«Les Quais (Paris)» (1964), de Xavier Valls
«Les Quais (Paris)» (1964), de Xavier Valls
ARTE

Son malos tiempos para la lírica

«Los nombres y las manchas» es también una exposición. Un tributo a Ullán con los artistas a los que estuvo unido

Madrid Actualizado: Guardar
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De las relaciones de José-Miguel Ullán con el mundo del arte y su vertiente en la crítica literaria (tradúzcase por bien escrita) da buena lectura el libro que ha editado hace unos meses la editorial Galaxia Gutenberg, bajo el título de « Los nombres y las manchas». La exposición que celebra la galería Fernández-Braso en Madrid lleva el mismo nombre porque pone imágenes a las palabras escritas. Aquí se expone la obra de muchos de los artistas –no todos– que desfilaron por sus poemas, apuntes, notas y reseñas: Barceló, Broto, Rosa Brun, Carmen Calvo, Chillida, Gerardo Delgado, Feito, Guerrero, Hernández Pijuán, Millares, Mompó, Miquel Navarro, Palazuelo, Pérez Villalta, Alberto Reguera, Rivera, Saura, Eduardo Sanz, Soledad Sevilla, Tàpies y Xavier Valls.

De las palabras y las obras que aquí se ensamblan, pasemos a los hechos biográficos: cuando el destino de Ullán se cruza con el de Fernández-Braso en los años 70.

Miguel Fernández-Braso es el dueño y promotor de una de las galerías más veteranas de la capital, cuyo primer nombre lo tomó prestado de uno de los grandes pintores de las vanguardias de principios de siglo: Juan Gris. La marca de la casa llega hasta nuestros días. Ahora son los hijos quienes regentan este espacio aún fiel a sus principios del rigor muy alejado de la excentrecidad y la tontería.

Trazos como versos

Miguel Fernández-Braso no entendió su visión como agente del arte sin vincularlo a la palabra, por eso puso en marcha la revista «Guadalimar» durante muchos años (todos los que pudo). Aquí es donde entra en escena José-Miguel Ullán, pues, siendo muy joven, en los años 70, asume la subdirección de la publicación, al igual que codirige los «Cuadernos de Guadalimar» y colabora en Ediciones Rayuela, proyecto también integrado en la apuesta por la cultura que va escrito en el ADN de esta galería.

Esta exposición tiene, por tanto, mucho de homenaje al pasado con todos sus atributos. Sin duda, un tiempo en el que el arte se entendía de otra forma y se explicaba con trazos que, más que divagar por lo conceptual, volaban como versos de un poema. Basta acercarse a los cuadros de José Manuel Broto aquí expuestos, con las hojas que el libro le dedica en mano, para entender de las palabras mayores de un arte mayormente pintado en lienzos o en versos de espacio y color. Por tanto, la exposición parece de otro tiempo, en el que las investigaciones líricas y plásticas iban de la mano o se arrojaban en brazos de una música cuya abstracción no entendió nadie mejor que Kandinski, muchos años hace de aquello. Ahora, son malos tiempos para la lírica. Sobre todo si se la intenta vincular con el contemporáneo devenir del arte. Las obras que encontramos en la galería responden a cánones muy alejados de la lectura rápida, de la mirada fugaz y de la conclusión instantánea o soluble en un vaso de agua.

A tres velas

Todas las obras aquí presentes hacen los honores a Ullán y Ullán hace los honores a todas ellas. No obstante, dada la relevancia que tuvieron en sus escritos, tal vez echemos de menos algunos de los trabajos de los artistas mexicanos que tanto visitó, sobre los que tanto escribió y que a España llegaron muy con cuentagotas. Por ejemplo, José Luis Cuevas. Entendemos que no es fácil encontrar en el mercado trabajos suyos. Qué pena que tampoco podamos ver más cuadros de Xavier Valls (el padre del actual primer ministro francés, Manuel Valls), cuyos delicados bodegones fueron protagonistas absolutos de esta galería hace décadas. Suponemos que tampoco es fácil conseguir o sacar obra suya al «escaparate».

Miguel Fernández-Braso exponía aquí obra suya cuando muy pocos tenían constancia del trabajo de este «secreto» pintor en el exilio parisino. Muy pocos, sí. Si no fuera por Juan Manuel Bonet, por el propio Ullán, Juan Pedro Quiñonero y esos «Cuadernos de Guadalimar», algunos nos habríamos quedado a tres velas.

Esta exposición, más allá del valor de los trabajos expuestos, excelentes, también supone un viaje nostálgico para quienes volvemos al origen de nuestro conocimiento en este mundo de la mano y con los «ojos» de algunos de los nombres (y las manchas) aquí citados.

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